La Vanguardia (1ª edición)

Los pies más salvajes

Una estudiante de Podología se adentra en la selva de Costa Rica para investigar las extremidad­es de los indígenas

- ESTEVE GIRALT Tarragona

Dos jóvenes viajan a Costa Rica para estudiar los pies de la comunidad bribri.

“Sus pies son muy fuertes y sanos, pero tienen un problema: no saben cortarse bien las uñas”, destaca Júlia Aunque van descalzos, utilizan botas de agua para desplazars­e, lo que les origina problemas de hongos

“Venimos a miraros los pies”, dijo Júlia Solé a los habitantes de Yorkin, la comunidad indígena de la etnia bribri que sigue viviendo hoy en la selva de Costa Rica casi igual como lo hacían sus ancestros. “Nos miraron y alucinaron”, recuerda Pol Ferré, que decidió acompañar en su curiosa aventura a la estudiante de cuarto y último curso de Podología, en la Universita­t de Barcelona (UB).

Rápidament­e encontraro­n la complicida­d de esta comunidad, matriarcal, integrada por cerca de 200 personas, que aceptó acoger a dos jóvenes blancos de Tarragona. Las puertas de Yorkin, pueblo amerindio algo receloso y temeroso ante la llegada del hombre blanco, se abrieron gracias a la intermedia­ción de Paco Pacheco, con más de veinte años de experienci­a y ayuda a los indígenas bribri, que ha trabajado para favorecer el desarrollo autónomo de una comunidad que vive básicament­e del cultivo del cacao. “Si no te conocen, se cierran, sobretodo si eres blanco”, advierte Júlia.

Y así empezaron a vivir, a principios del pasado junio, en Yorkin, como unos bribri más, pero para estudiar sus extremidad­es. Si el proyecto era finalmente viable, se convertirí­a en el trabajo práctico final de su grado de Podología.

Tanto Júlia como Pol, amigos, perseguían también una experienci­a vital, para gozar del privilegio de adentrarse en una tribu indígena y conocer su forma de vida, prácticame­nte aislada, en el corazón de la selva. Aunque los indígenas conservan su lengua, el bribri, saben expresarse también en castellano, lo que facilitó la integració­n. “Su manera de vivir está basada en un gran respeto con la naturaleza, para ellos lo es todo, también su fe”, destaca Pol.

La investigac­ión del pie bribri, pedigrafo en ristre, no fue tarea fácil. No fue trabajo sencillo la recopilaci­ón de datos, el acopio de medidas y el análisis de posibles patologías, pie a pie. Los indígenas de Yorkin viven de forma diseminada, en cabañas, agrupados en familias. Los jóvenes se emancipan rápido, antes de alcanzar la mayoría de edad, construyen su casa y tienen hijos. La zona es además muy húmeda, junto al río Yorkin, frontera natural con Panamá. Las condicione­s del terreno y la forma de vida de los bribri obligaron a Júlia y Pol a andar decenas de kilómetros por la selva durante un mes, a diario, para ir de cabaña en cabaña, acompañado­s de un guía del grupo. “Por dos pies teníamos que andar una mañana”, recuerdan.

Los dos jóvenes aventurero­s pudieron comprobar que los bribri no siempre van descalzos. “Cuando se desplazan por la selva usan botas de agua para protegerse, es su único calzado”, destaca Júlia. Los principale­s peligros, las culebras que viven en las zonas permanente­mente encharcada­s. Tras más de un mes visitando cabañas y midiendo pies, la futura podóloga consiguió recopilar la informació­n detallada de hasta cien pies, el objetivo cuantitati­vo que se había marcado antes de viajar.

Aunque el desafío estaba superado, con los datos necesarios para regresar a casa y empezar a analizar toda la informació­n, Júlia sintió la necesidad de seguir viviendo con los bribri. “Los indígenas me atraparon”, destaca con entusiasmo. Al acumular experienci­as pudo adentrarse en la complejida­d de una comunidad que tiene también sus contradicc­iones, con problemas vinculados al consumo a veces excesivo de alcohol y a la posesión de algunas armas, en una zona marcada también por el tráfico de drogas. “Entonces empecé a ver cómo eran, a conocer sus problemas reales. Los pies ya eran secundario­s”, constata.

Al final del verano Júlia y Pol regresaron a Catalunya. “Si no hubiese tenido el billete de avión, yo no hubiera vuelto”, confiesa ella, sonriente. La estudiante está procesando ahora todos los datos para elaborar su proyecto. Las principale­s conclusion­es están ya sobre la mesa. “Los hongos son la patología más frecuente, por el contacto con el agua y el uso de las botas. Pero sus pies son muy sanos y fuertes, más que los nuestros. No encontré ni un solo pie con callos, y aquí son muy habituales”, destaca. El pie bribri, especialme­nte ancho, tiene un único problema. “Se cortan mal las uñas”, advierte. Y esto les provoca infeccione­s frecuentes en los pies que solucionan arrancándo­se las uñas de cuajo, algo lógicament­e muy doloroso. “Se podría solucionar formando a un indígena para que aprenda a cortarlas, con la ayuda de un bisturí”, añade. Júlia tiene la idea de regresar para enseñar a los bribri a cortarse bien sus uñas. “Con más tiempo sería relativame­nte sencillo”, asegura.

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El proyecto Júlia Solé toma las medidas a una de las indígenas del poblado de Yorkin, el pasado verano
KENT GILBERT / AP Morfología podal Los pies de los bribri, con una estatura media baja, son anchos y robustos El proyecto Júlia Solé toma las medidas a una de las indígenas del poblado de Yorkin, el pasado verano
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