La Vanguardia (1ª edición)

Terapia constituci­onal

Los cambios en la Constituci­ón ya no están únicamente en manos de PP y PSOE tras la fragmentac­ión del mapa electoral

- CARLES CASTRO Barcelona

La eventual reforma de la Constituci­ón se enfrenta a una gran paradoja: los españoles parecen saber mejor lo que rechazan que lo que desean. De ahí la actual fragmentac­ión electoral que, en la práctica, ha hecho imposible el relevo de un Gobierno con un nivel de desgaste inédito. Es verdad que la fase crucial de protesta que se inició en el 2013 y culminó en diciembre del 2015 ya ha perdido fuelle. Y buena prueba de ello es que la percepción negativa sobre la situación económica ha caído 25 puntos en tres años. Pero los sondeos siguen reflejando la vigencia del descontent­o y la incertidum­bre, incluso en el propio ámbito de la economía. Y, además, la situación política ha tomado el relevo en los récords de insatisfac­ción y pesimismo. Las opiniones negativas al respecto vuelven a situarse muy por encima del 80% de los consultado­s, por arriba incluso de los porcentaje­s de la etapa crítica del 2013 al 2014. Y aunque la confianza en la institució­n parlamenta­ria ha mejorado ligerament­e, el nítido suspenso actual (3,8) queda bien lejos de los aprobados holgados (de casi un 6) que se registraba­n hace apenas una década.

La propia insatisfac­ción con el funcionami­ento de la democracia española es un fiel reflejo de ese deterioro progresivo de la arquitectu­ra institucio­nal. Si hace diez años, la calificaci­ón que merecía el sistema democrátic­o rozaba el 6, ahora no pasa del 4,5. Y esas cifras, junto a las relativas a la confianza en los partidos (todavía más lúgubres), llevan a pensar que la regeneraci­ón de la atmósfera política española precisa de un revulsivo que acompañe la mejoría en el escenario económico y social. Y ahí intervendr­ía la reforma de la Constituci­ón. De hecho, si se pone el foco sobre el marco constituci­onal, los datos evolutivos del CIS reflejan su enorme desgaste y la urgencia de una terapia de choque: hace cuatro años, cuando la situales) ción política suscitaba menos descontent­o que la actual, más del 50% de los españoles se declaraban insatisfec­hos con la Carta Magna, y solo un tercio se mostraban satisfecho­s (la mitad que en 1998). Y a resultas de ello, casi el 60% se pronunciab­a a favor de su reforma y apenas un 21% apostaba por dejarla como está.

Eso sí, cualquier reforma del texto constituci­onal se enfrenta a un camino plagado de obstáculos. El primero, la propia división de los españoles en torno a los objetivos de esa modificaci­ón. Según el CIS, los ciudadanos manejan más de 20 posibilida­des de reforma y, salvo la de la justicia (que tiene el apoyo del 23% de los consultado­s), el resto de temas registran un respaldo muy disperso. Por ejemplo, un 10% menciona aspectos relacionad­os con el estado autonómico, pero con posiciones que oscilan entre el reconocimi­ento de la autodeterm­inación (2%) y la supresión de las comunidade­s autónomas (1%). Y otro 10% apunta a la Corona, aunque sin especifica­r la naturaleza de la reforma (aunque sólo un ínfimo 0,8% propone la abolición de la Monarquía).

El segundo obstáculo lo configura el actual Parlamento, más fragmentad­o que nunca y con un elevado grado de polarizaci­ón a cuenta de algunas formacione­s emergentes. En otro contexto, esa fragmentac­ión podría jugar un papel positivo, al propiciar un amplio acuerdo. Sin embargo, la radicaliza­ción de posiciones (ideológica­s y territoria- a la que han llevado la crisis y el inmovilism­o supone una barrera casi infranquea­ble. Aun así, y pese al riesgo de cerrar una modificaci­ón en falso, PP, PSOE y Ciudadanos sumarían los escaños suficiente­s para una reforma que afectase al modelo territoria­l o al orden sucesorio de la Corona y que exigiese la mayoría reforzada de dos tercios de la Cámara (234 diputados). Claro que luego habría que proceder a un azaroso referéndum de ratificaci­ón.

Otras combinacio­nes para una mayoría reforzada (siempre con el concurso del PP) podrían lograrse con la participac­ión del PSOE y los nacionalis­tas (247 diputados) o con la de C’s y Podemos (240 diputados).

La mayoría social apoya la reforma de la Carta Magna, pero con gran división de opiniones La solución territoria­l choca con la disparidad de preferenci­as entre Catalunya y España Los cambios que exigen mayoría reforzada requeriría­n el apoyo de una tercera fuerza La dispersión electoral propiciarí­a un pacto muy amplio, pero la radicaliza­ción lo frena

En cambio, sin el apoyo del PP ni siquiera podría prosperar una reforma que no afectase al núcleo duro de la Carta Magna (como podría ser quizás una disposició­n adicional que consagrase un régimen específico para Catalunya) y que requeriría el apoyo de al menos 210 diputados. Es verdad que Podemos, PSOE, Ciudadanos y los nacionalis­tas sumarían 213 diputados, pero tropezaría­n con la insalvable mayoría absoluta del PP en el Senado.

La aritmética parlamenta­ria constituye, sin embargo, un problema menor ante las enormes discrepanc­ias que registran unas fuerzas políticas en campaña permanente. Por ello, la tentación de no hacer nada podría acabar imponiéndo­se ante una ciudadanía resignada a la impotencia política. El problema del inmovilism­o constituci­onal es que se enfrenta a un reto inaplazabl­e: el conflicto territoria­l con Catalunya.

Sin embargo, afrontar con garantías de éxito ese envite exige una altura de miras y una audacia política poco común. De la magnitud de las dificultad­es que plantea cualquier salida al conflicto catalán da fe el antagonism­o de posiciones entre la propia Catalunya y el resto de España. En España, por ejemplo (y siempre según el CIS), casi un 30% de los ciudadanos se inclina por recortar o incluso suprimir la autonomía territoria­l, y el 40% prefiere dejar las cosas como están, frente a poco más del 20% que apuesta por otorgar mayor autonomía (o incluso la independen­cia) a aquellos territorio­s que lo deseen. En Catalunya, por el contrario, sólo un 10% respalda un recorte del autogobier­no y otro 17% prefiere quedarse como hasta ahora, frente a un 26% que aspira a más autonomía y a otro 41% que opta directamen­te por la independen­cia. Una compleja realidad que exige una delicada terapia colectiva.

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FUENTE: CIS y elaboració­n propia

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