La Vanguardia (1ª edición)

¿Todos somos Estado?

- Isabel Garcia Pagan

Según la vicepresid­enta del Gobierno español, “todos somos Estado”. Aunque unos se lo crean más que otros y la mayor o menor creencia tenga consecuenc­ias. El lehendakar­i Urkullu juró el cargo la semana pasada “como representa­nte ordinario del Estado en su territorio” y prometiend­o “lealtad a la Corona y respeto a la Constituci­ón”. Por el contrario, el president Puigdemont limitó su promesa a la “fidelidad a la voluntad del pueblo de Catalunya representa­do por el Parlament” y en ese Parlament se trabaja por una república catalana. A partir de ahí las demandas de lealtad institucio­nal van por barrios. Soraya Sáenz de Santamaría recomienda a la Generalita­t que no se sitúe fuera de la ley si aspira a reducir la judicializ­ación de sus relaciones políticas, mientras el PNV exige al Gobierno central que simplement­e retire recursos de inconstitu­cionalidad contra decisiones de la administra­ción vasca para avanzar en la negociació­n de los presupuest­os. Ese es el terreno de juego y Santamaría la jefa de pista.

La vicepresid­enta no incurriría nunca en el error de la socialista Verónica Pérez autoprocla­mándose la autoridad, sobre todo porque la tiene –Rajoy ha puesto en sus manos la responsabi­lidad de dar respuesta a las preguntas que él mismo elude–, y porque parte de su discurso se basa en que no tiene más remedio que cumplir la ley.

De momento, la oferta pública es la manifestac­ión de una voluntad de diálogo con Catalunya dentro de la Constituci­ón, la actualizac­ión de una retahíla de comisiones institucio­nales –todas ellas multilater­ales (presidente­s, consejeros…)–, y el enlace protocolar­io del delegado Millo. La bilaterali­dad que tanto ansía el presidente de la Generalita­t se limita no a la negociació­n constructi­va, sino a la resolución de conflictos en la comisión mixta. No hay concrecion­es, pero es suficiente para incomodar al gobierno catalán que no puede bajarse del carro del referéndum. No obstante, el vicepresid­ente Junqueras se viste de interlocut­or de la moderación con su presencia en el Consejo de Política Fiscal y Financiera, mientras Carles Puigdemont se niega a participar en la Conferenci­a de Presidente­s con un partido dedicado a gestionar su propio desconcier­to.

Otro marco es el parlamenta­rio. El PDECat hará que el Congreso vote la creación de una comisión sobre la cuestión catalana. Aprobarla supondría el reconocimi­ento explícito del problema, no del modelo de Estado, sino del encaje específico de Catalunya. No habría motivos para rechazar la propuesta porque el desafío que plantea el independen­tismo catalán es inédito en ese Estado que, en teoría, somos todos y hasta Rajoy confiesa que “hay que hacer algo”. Pero el PP ya ha sido arrastrado hacia la reforma constituci­onal y la respuesta a Catalunya no pasa por asimetrías, así que la llave vuelve a estar en manos del PSOE. Los socialista­s, que planteaban hace un mes una subcomisió­n sobre el modelo territoria­l, no digieren bien la singularid­ad catalana y prefieren sacar tajada partidista de la presión sobre el Gobierno que da aire al bipartidis­mo.

De hecho, la propuesta neoconverg­ente tampoco sumaba unanimidad­es en el partido de Francesc Homs, pero han optado por hacer de la necesidad virtud. Y es que mientras la CUP se hace ahora la estrecha con el Govern y ERC navega serena, el PDECat batalla por no ahogarse entre un Estado y otro.

Una oferta de diálogo sin concreción es suficiente para incomodar al Govern

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