La Vanguardia (1ª edición)

Secretos, olvidos y barullos

Los investigad­ores reciben con escepticis­mo la reforma de la ley de Secretos Oficiales iniciada por el Congreso

- PEDRO VALLÍN Madrid

El periodismo es una profesión sencilla que explica un mundo complejo. Su forma favorita de hacerlo son las historias (en inglés story), que convierten en novela lo ocurrido, es decir le dan sentido, sobre todo moral. Otro pecado de distorsión, menos grave, es la pura simplifica­ción y la tentación de la épica de la historia (la que en inglés es history). El Congreso aprobó esta semana modificar unos pocos artículos de la ley 9/1968 de 5 de abril, o ley de Secretos Oficiales –modificada por la ley 48/1978, de 7 de octubre– para subsanar una de sus antigualla­s: no fijaba criterios objetivos de desclasifi­cación. La reforma aprobada a propuesta del PNV prevé un plazo automático de desclasifi­cación de 25 años para el material secreto y de 10 para el reservado.

Los periodista­s hacemos una resta, eso sabemos, y concluimos que se desclasifi­cará todo lo anterior a 1991: la República, la Guerra Civil, la represión, el franquismo, la transición, los intentos de golpe de Estado como la operación Galaxia, el 23-F (y la operación Armada), pero también el terrorismo de Estado. Un festín. Solo que la realidad se aviene mal con los escasos tipos de un titular. Cuando alguien se duele por la insuficien­cia de expresarse en un tuit, siempre hay un periodista que suspira: quién pillara 140 caracteres para un titular.

A pesar de que la propuesta del PNV no tuvo votos en contra –quizá porque lo mejor es enemigo de lo bueno–, varios diputados expresaron lo perentorio de la reforma integral de una ley de secretos redactada al servicio de una dictadura que tenía mucho que callar. Entre tanto, la reforma parcial puede tener poco efecto, según los investigad­ores, toda vez que sobre la custodia y acceEste so a los documentos de la administra­ción rigen, además de la citada, leyes como la de Protección de Datos (1999), la de Patrimonio Histórico Español (1985), la de la Memoria Histórica (2007) y las de Transparen­cia (2013 y 2016). Pero también, un acuerdo secreto –tanto que ni se informó ni apareció en el BOE– del Consejo de Ministros de octubre de 2010 por el que se clasificab­an como secretas 14 materias de Exteriores. La idea fue del ministro Miguel Ángel Moratinos, asustado con las indiscreci­ones a granel de Wikileaks. Su sucesor, José Manuel García-Margallo, rectificó la decisión, que había supuesto un cerrojazo a la informació­n desde tiempos de Maricastañ­a y había puesto en pie de guerra a investigad­ores españoles y extranjero­s. Y luego están los 10.000 legajos de Defensa que la ministra Carme Chacón estuvo a punto de desclasifi­car en 2011. Pero no lo hizo, y su sucesor, Pedro Morenés, los devolvió al cajón.

barullo legal –que a menudo deja a los investigad­ores al arbitrio del humor del archivero– explica también los agujeros que aún arrastramo­s. El economista, historiado­r y diplomátic­o Ángel Viñas, uno de los que más profusamen­te ha estudiado el franquismo, pone algunos ejemplos: “No sabemos mucho sobre la trama civil de la conspiraci­ón antirrepub­licana. Se ignora la documentac­ión que conservaro­n, entre otros, Franco y Mola, de antes del 18 de julio. Para la Guerra Civil, ¿dónde están los cuadernos de Mola? ¿Y la documentac­ión del primero? (No me refiero a la que custodia la Fundación Francisco Franco). ¿Qué pasó con la documentac­ión del ministerio de Orden Público?”. Y la lista de Viñas sigue con el Alto Estado Mayor, los ministerio­s militares y de la Gobernació­n, la etapa de Serraño Suñer en Exteriores...

El problema es que ninguna ley puede localizar lo extraviado o materializ­ar lo destruido. El historiado­r Francisco Espinosa recuerda que son muchos los altos cargos que durante el franquismo se llevaron los papeles a casa, y menciona al general Yagüe, pero también recuerda la orden de Rodolfo Martín Villa, en la incipiente transición, de destruir toda la documentac­ión del Movimiento, provincia por provincia, o las piras que algunas prisiones provincial­es organizaro­n con documentos de la represión.

Y a esta montaña de inconvenie­ntes cabe añadir otro elemental: en Alcalá de Henares están las sedes del Archivo Histórico Nacional (legajos hasta 1931) y Archivo General de la Administra­ción (de 1931 en adelante). Allí, cuentan, hay tanto material catalogado como pendiente de catalogaci­ón (Espinosa lo compara con el plano final de Ciudadano Kane), pero el personal se ha reducido a una octava parte en la última década. Entran legajos más deprisa de lo que se catalogan.

Con este panorama, no extraña el escepticis­mo de Espinosa, ante la reforma pretendida: “Pero si hay papeles sobre la destrucció­n de la República que todavía no nos dejan ver, ¡cómo te van a dejar ver lo de la transición! Yo no me lo creo”.

LABERINTO LEGAL Además de la ley de Secretos Oficiales, sobre los documentos operan otras cinco leyes ESCEPTICIS­MO El historiado­r Espinosa: “¡No nos dejan ver lo de República, cómo van a enseñar la transición!”

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MANÉ ESPINOSA Explorar el pasado. El acceso a la documentac­ión oficial sigue generando controvers­ia

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