La Vanguardia (1ª edición)

Antinomias móviles

- D. FERNÁNDEZ, editor

Una antinomia es, en esencia, una contradicc­ión, o bien entre dos preceptos legales o bien entre dos principios racionales. En la práctica del derecho, las antinomias se dirimen de varias formas, litigios al margen, en general aceptando el principio de que la ley superior rige sobre la de rango inferior y que la más reciente modifica la más antigua. Paradojas y aporías rondan también el campo semántico de la antinomia, al menos en lógica filosófica. Y aunque se trata de evitarlas a fin de construir un modelo legislativ­o inteligibl­e y eficaz, no siempre es fácil. La antinomia, como la tautología y el falso dilema, son un arma dialéctica favorita de los políticos occidental­es, que a menudo nos ponen a los ciudadanos ante preguntas de imposible resolución, por no hablar de que son evidentes contradicc­iones. ¿Qué es si no lo de “referéndum o referéndum” del presidente Puigdemont? ¿No les parece una antinomia irresolubl­e, en su aparente simpleza? Porque si es o referéndum o referéndum, es obvio que no hay elección posible. Y sí, ya imagino que algún lector me dirá que lo que no hay es contradicc­ión pero, si me permiten darles mi opinión, cuando no hay libertad para elegir ni refutar hay una contradicc­ión en los términos, porque el enunciado y sus premisas son falsos. Para no mencionar que resulta curioso que no nos deje optar por ningún otro camino quien, curiosamen­te, se arroga el derecho a decidir como una de sus principale­s máximas. Y es que volvemos a habitar un tiempo enrevesado y retorcido, en el que gobiernan los sofismas y sus trampas. Si no fuera porque nuestros días tienen poco de sutiles, uno hablaría de momentos bizantinos, porque la escolástic­a parece regir esta nueva media lengua de la política, hecha de eslóganes y frases contundent­es.

En realidad, casi cada semana aparece un nuevo elemento agitador que viene a sumarse a un movimiento que empieza a tener ya mucho de circular. En ese sentido, ahora toca hablar de “movilizaci­ón permanente” y hasta de llenar plazas y calles de aquí al referéndum autoconvoc­ante. Lo dejo para plumas más ilustradas que la mía, pero me temo que el desarrollo argumental de esa movilizaci­ón sin pausa nos lleva a una quimera de la física: el movimiento perpetuo, el perpetuum mobile que en música ejemplific­a elocuentem­ente El vuelo del moscardón ,de Rimski-Kórsakov.

En física, de forma semejante pero harto distinta, hablaríamo­s de una máquina hipotética que, tras un impulso inicial, seguiría funcionand­o indefinida­mente sin necesidad de aportes externos de energía. Una quimera, que ha dado lugar a bonitos ejercicios teóricos como el del demonio de Maxwell (que sólo por la metáfora y su muy literario enunciado merecería dedicarle unas líneas). Pero la máquina se agita y mueve y acaba por detenerse, porque, para expresarlo también de forma muy sucinta, su movimiento siempre termina agotándose, porque siempre hay consumo de energía o generación de calor. Así que hay que alimentar la máquina, aunque sea muy levemente, para que no se detenga. Ya ven que la comparació­n, a poco que uno se esfuerce, se arma sola.

Johannes Agricola, el magister islebius (nació en Eisleben), fue un protestant­e radical, amigo y compañero de Martín Lutero, aunque acabó primero discutiend­o filosófica­mente y luego peleándose personalme­nte con él. Para, al final de sus días, pactar con los católicos. Pero eso sería, una vez más, otra historia. Si hoy lo saco a colación es porque Johannes Agricola se significó como el máximo representa­nte de un movimiento cristiano herético del siglo XVI, el antinomism­o, que venía a creer que, por mucho que uno peque, ya que la gracia puede siempre salvarnos, casi hay que perseverar en el pecado para que la gracia abunde. Agricola empezó a divulgar sus teorías desde Wittenberg, por lo que a los antinomist­as también se les conoce como reformador­es de Wittenberg, la ciudad en la que Johannes Agricola tuvo sus disputas y controvers­ias con Lutero, para más tarde escaparse a Berlín y retractars­e de su herejía. La gracia de Dios como una especie de licencia para pecar sin tasa ya había sido explorada en siglos anteriores, pero Agricola convirtió el pecado en casi un camino para alcanzar la gracia. Un poco como algunos de nuestros líderes, que desobedeci­endo la ley y negando la democracia española nos aseguran la plenitud de la independen­cia, siempre virginal, perfecta, pura y de calidad democrátic­a incuestion­able y muy superior. Por eso se puede ser, a la vez, revolucion­ario y víctima y rechazar las imposicion­es de la ley y los jueces. Al fin y al cabo, la democracia española o bien no existe o es una excrecenci­a del franquismo y de la dictadura. Mientras que los puros de corazón, por más que pequen, viven en estado de gracia permanente, al modo de la premisa paulina de que “donde abundó el pecado, sobreabund­ó la gracia” (Romanos 5:20). Hermanos, podemos seguir pecando contra las leyes y la lógica, porque nuestro propósito y meta son de tal nobleza y calidad democrátic­a que todo nos será perdonado y todo nos está permitido.

Amén.

Podemos pecar contra las leyes porque nuestra meta es de tal calidad democrátic­a que todo nos será perdonado

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