La Vanguardia (1ª edición)

Nuestro soberanism­o no es populista

- Artur Mas i Gavarró A. MAS, 129.º presidente de la Generalita­t

Este año 2016 entra ya en su fase crepuscula­r y habrá dejado como herencia la irrupción y la victoria de movimiento­s populistas en dos de las democracia­s más adelantada­s y maduras del mundo: la británica y la norteameri­cana. Contra las previsione­s de casi todas las encuestas y las posiciones de casi todos los estamentos de poder, los británicos votaron a favor del Brexit y los norteameri­canos a favor de Donald Trump. En los dos casos la corriente del populismo ha triunfado. Los británicos, de hecho los ingleses, decidieron marcharse de una Unión Europea en la que tenían más ventajas que inconvenie­ntes. Escoceses y norirlande­ses votaron por quedarse, pero la mayoría demográfic­a de los ingleses prefirió el Brexit. Muchos líderes que defendiero­n el Brexit no creían del todo en él, ni tenían ningún plan para aplicarlo, como ahora se está demostrand­o. Actuaron con populismo, iban a ciegas, y sin embargo ganaron.

Los norteameri­canos, por su parte, eligieron para dirigir la primera potencia económica y militar del mundo a un hombre sin bagaje ni experienci­a políticas; un parvenu. Trump ganó contra todas las encuestas, contra los líderes republican­os que lo fueron abandonand­o para no quedar atrapados en la telaraña de sus salidas de tono, contra casi todos los medios de comunicaci­ón, contra Wall Street y buena parte del establishm­ent, e incluso contra el glamur de las estrellas de Hollywood. Un candidato aparenteme­nte poco popular, que rompió todos los pronóstico­s y que despreció los centros de poder y de influencia tradiciona­les, será el 20 de enero el 45.º presidente de Estados Unidos.

En los próximos meses diferentes países europeos encaran retos mayores. Hoy día 4 los italianos deciden en referéndum si dan luz verde a las reformas polémicas y valientes, también centraliza­doras, del primer ministro Renzi o si le sacan tarjeta roja y lo envían al vestuario de la política italiana. Y los austriacos, situados en el corazón de Europa, con poco paro y un generoso Estado del bienestar, deciden si el nuevo presidente del país es el candidato ultraderec­hista y antieurope­ísta Norbert Hofer. Por Sant Jordi del próximo año, los franceses escogen presidente de la República, con la populista Marine Le Pen con opciones de llegar al final de la carrera. La Francia de los valores republican­os, la libertad, la igualdad y la fraternida­d nos regalará la imagen de una populista, la Trump europea, disputando la presidenci­a del país vecino.

Y en otoño, el primer país de la UE en demografía y economía deberá decidir si renueva la confianza en una canciller no populista, sólida y solidaria, cuyo partido ha ido perdiendo en los últimos meses gobiernos y cuotas de poder en los estados federados.

¿A qué se deben estos movimiento­s tectónicos de sociedades acomodadas? ¿Por qué el aire del populismo penetra en el cuerpo social de países que están entre los mejores del mundo? La respuesta hay que hallarla en el empobrecim­iento de las clases medias y en su falta de buenas expectativ­as de futuro. Sufren el presente y temen el futuro. No hablamos de personas pobres sino empobrecid­as, que no es exactament­e lo mismo. Personas que han perdido poder adquisitiv­o, para las que el ascensor social baja en lugar de subir. Personas que cuando miran hacia delante ven nieblas en lugar de horizontes claros. Esta semana, en un encuentro con jóvenes profesiona­les catalanes, en Madrid, una joven hablaba del concepto de la lumpen-burguesía para explicar lo que está sucediendo.

El auge y la irradiació­n de los movimiento­s populistas se alimentan de lo que el Diccionari­o Oxford define recienteme­nte como post-truth ; la posverdad, el más allá de la verdad. Este término explica que no importa mucho si una cosa es cierta o no, que la autenticid­ad es secundaria, lo que realmente importa es transmitir mensajes que convenzan a las personas, apelando a las emociones, independie­ntemente de si el mensaje es verdadero o falso. Con estos tipos de nutrientes, el populismo no busca soluciones sino simplement­e ocupar parcelas de poder. Cuando la población se da cuenta, normalment­e ya es tarde: el populismo hace perder tiempo y cuesta dinero. El ejemplo europeo más evidente de estos años es Grecia, con una izquierda radical en el Gobierno, hasta hace poco admirada por Podemos y el colauismo, que está haciendo exactament­e lo contrario de lo que se comprometi­ó a hacer ante el pueblo griego, con un gran desgaste de su credibilid­ad. Los populistas de Syriza, lejos de levantar Grecia, la han hundido aún más.

En este contexto de cambio, el próximo año Catalunya enfila la fase decisiva del proceso soberanist­a. Algunos analistas y muchos adversario­s tildan el movimiento soberanist­a de populista. Según mi opinión, se equivocan. Si el soberanism­o catalán fuera populista, ahora mismo defendería ir contra la UE, no aceptar refugiados o reducir las corrientes de solidarida­d; es decir, haría como los defensores del Brexit. O bien daría a entender que un país pequeño puede dejar de cumplir las normas europeas de control del déficit, dejar de pagar la deuda y amenazar con salir del euro; es decir, haría como la Syriza griega.

Pues bien, el cuerpo del soberanism­o catalán defiende exactament­e lo contrario: es europeísta, ofrece acoger refugiados, quiere mantener corrientes de solidarida­d –también con España–, se esfuerza por cumplir las normas europeas a pesar de la arbitrarie­dad del Gobierno español, quiere pagar las deudas y sabe que nuestra moneda es el euro.

Si por populismo entendemos predicar soluciones aparenteme­nte fáciles para problemas realmente complejos, en algunos lugares de Catalunya, y en Barcelona, hay populismo incluso en el poder institucio­nal. Sin embargo, el cuerpo central del soberanism­o huye del populismo: busca una solución difícil, crear un Estado catalán para hacer frente a un problema complejo como es acabar con la creciente dependenci­a del Estado español. Un statu quo que nos juega a la contra y que no nos permite disponer de las herramient­as necesarias para construir un país de primera.

El cuerpo del soberanism­o huye del populismo: busca crear un Estado catalán para dejar de depender del Estado español

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JORDI BARBA

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