Pisar el asfalto de la Gran Vía
Madrid cierra al tráfico privado su almendra central durante la Navidad
Madrid es una ciudad donde reina el coche. Pero la misma urbe que convive con relativa naturalidad con los atascos y hasta hace dos días ponía en cuestión la conveniencia de disponer de un servicio público de bicicletas, sufre como otras muchas altos picos de contaminación y está amenazada desde hace años por sanciones desde Bruselas. Este fin de semana el tráfico de la capital se enfrenta a un nuevo reto, que muchos interpretan como un pequeño resquicio de que puede surgir un cambio en la forma de entender la movilidad en Madrid: el cierre a los vehículos particulares (salvo residentes y conductores que dispongan de una plaza de aparcamiento propia en la zona) en su almendra central, para que los peatones ganen espacio en una época especialmente dada a las aglomeraciones por las compras y las celebraciones navideñas.
Desde el viernes pasado, el Ayuntamiento ha restringido el acceso rodado a la Gran Vía y las calles Mayor y Atocha, además de ser susceptible de ampliarse los cortes a calles aledañas si es necesario. Por estas arterias del centro sólo pueden circular ahora autobuses, taxis, motos, bicicletas así como coches eléctricos. No se trata de cortes parciales o eventuales. El plan del gobierno municipal de Manuela Carmena contempla mantener las restricciones durante unas tres semanas, desde el pasado viernes a las 17.00 horas hasta el próximo domingo, día 11, a las 22.00 horas; el fin de semana del 16 al 18, y desde el viernes 23 de diciembre al domingo 8 de enero.
Como era previsible, la medida se ha convertido en un nuevo motivo de disputa entre la oposición y el gobierno municipal, en manos de Ganemos Madrid, la candidatura ciudadana impulsada por Podemos. La decisión también ha recibido los dardos del equipo de la presidenta del Ejecutivo madrileño, Cristina Cifuentes, mientras que ha recabado la poca simpatía por este tipo de restricciones de comerciantes, hoteleros y asociaciones de conductores.
Ayer al mediodía, la Gran Vía, que une Cibeles con la plaza España, presentaba un aspecto extraño: en lugar de seis carriles ocupados por el tráfico rodado, sólo había dos –uno para cada sentido– por los que transitaban sobre todo autobuses municipales y taxis. El resto de la calzada aparecía reservada con vallas y cintas para los peatones, que poco a poco le iban perdiendo el miedo a eso de pisar el asfalto. “Es un poco raro, no sabes muy bien por dónde ir; pero resulta fantástico tener espacio y no estar agobiados por los coches”, admitían Cristina y Aday, una joven pareja de la capital que iban paseando con sus dos hijos pequeños cerca del cruce con Fuencarral. En los extremos de una emblemática calle de Madrid los peatones caminaban por los carriles liberados entre expresiones de curiosidad y de dudas por lo provisional de las señalización. Junto a Callao, copado por las populares cadenas de tiendas de moda, la masa tomaba rápidamente todo el espacio disponible.
Mientras, el tráfico avanzaba sin grandes dificultades. Eso sí, con solo un carril en cada sentido cualquier incidente como que un taxi quiera parar un par de minutos esperando a un cliente de los hoteles
Las restricciones durarán tres semanas y buscan ofrecer más espacio al peatón en época de congestión
cercanos traía consigo algún bocinazo y la intervención inmediata de la Policía Local.
No sólo los comerciantes se han mostrado preocupados por los cortes de tráfico, las quejas también llegan de los que trabajan en la zona. “Mi empresa me ha hecho un certificado que acredita que cuento con una plaza de garaje cerca de la Gran Vía y, aunque llevamos días preguntando en el servicio de información del Ayuntamiento, nadie nos ha sabido decir si puedo acceder con él por la ruta que hago normalmente o tendré que conducir cinco kilómetros más por el centro para entrar justamente por el punto de control más cercano a mi parking. No sé a qué hora llegaré el lunes a trabajar”, se quejaba ayer Ignacio, que trabaja en un despacho de la calle Alcalá. Junto a él, se sucedían los visitantes móvil en ristre que buscaban inmortalizar el momento. Porque no todos los días, los peatones toman el asfalto de la Gran Vía y se pueden fotografiar a gusto con el edificio del luminoso de Schweppes al fondo.