Una semana caótica
LUNES, laborable; martes, festivo; miércoles, laborable; jueves festivo y viernes laborable. Es la semana más caótica que nos han deparado las fiestas de la Constitución y de la Inmaculada Concepción en los últimos años. Cada sector social y económico se ha organizado como mejor ha podido para superar los inconvenientes de este calendario tan irregular, aunque en muchas familias ha sido imposible armonizar las diferentes variaciones de los calendarios escolares, laborales y festivos.
El principal perjuicio de la locura del calendario laboral que se vive esta semana es para la economía. Salvo en el sector turístico, el país en su conjunto pierde prácticamente cinco días de producción y de trabajo. Los costes que ello supone se habrían podido reducir a la mitad si las dos fiestas se hubieran podido trasladar al lunes y el martes. Pero esto es algo que la rigidez política e institucional que preside este país hace imposible. El Partido Popular, que puso la reforma del calendario laboral en el programa electoral de la anterior legislatura, no ha podido arreglarlo.
El debate sobre la necesidad de organizar las jornadas festivas en España con mayor racionalidad, al igual que se hace en buena parte de los países desarrollados, está presente siempre por estas fechas desde que hace 37 años se instauró el 6 de diciembre como el día de la Constitución, a dos días de la fiesta religiosa del día de La Inmaculada Concepción.
Como hemos dicho la solución, en teoría, es muy sencilla, ya que bastaría con replantear el modelo de festivos para que se acumulasen todas las fiestas en los primeros días de la semana para evitar situaciones que no ayudan a las familias ni a la competitividad de las empresas. Un ejemplo a seguir, que ha surgido en numerosas ocasiones, es el de Irlanda, un país eminentemente católico, en el que algunas fiestas religiosas pasan a los lunes. El propio Estatuto de los Trabajadores español faculta al Gobierno y a las comunidades autónomas a trasladar sus fiestas a los lunes, excepto Navidad, Año Nuevo, Primero de Mayo y Doce de Octubre. Pero la falta de flexibilidad de que hacen gala tanto la Iglesia española como las diversas instituciones políticas –reacias a cambiar las fechas de las respectivas celebraciones– impide acuerdos que beneficiarían al conjunto de la sociedad, tanto económicamente como en calidad de vida y mejor organización familiar y colectiva. Es una cuestión que no sólo afecta a este acueducto,sino que también se produce en otras fechas del año. y que exigiría mucha más dosis de buena voluntad por parte de todos para resolverla, como hemos reclamado reiteradamente sin éxito desde hace años.