La Vanguardia (1ª edición)

Admirables segundas bodas

Les noces de Fígaro

- JOAN-ANTON BENACH

Autor: Caron de Beaumarcha­is Directores: Fabià Puigserver y Lluís Homar Lugar y fecha: Teatre Lliure, Montjuïc (2/XII/2016)

Ya lo sabe el lector: para celebrar sus primeros 40 años, el Lliure ha estrenado la reposición de Les noces de Fígaro de Caron de Beaumarcha­is (1732-1799) con la misma dramaturgi­a y puesta en escena que realizó Fabià Puigserver en 1989 en el local de Gràcia. Lo que muchos lectores no saben es que al diseñar la escenograf­ía de aquel espectácul­o, de la que hay muchas imágenes disponible­s, Puigserver anticipaba cómo sería la sala grande del teatro de Montjuïc, con la profusión de arcos idénticos que le otorgan una clasicista confortabi­lidad visual. Situados en el escenario, los arcos servían –y vuelven a servir–, para simular las muchas puertas que se abren y se cierran en una comedia muy movida que, hay que recordar, también es conocida como La loca jornada.

En Les noces... de 1989 quien hacía de Fígaro era un Lluís Homar sin, naturalmen­te, la pinta actual de sabio veterano que está de vuelta de todos los asuntos teatrales y que, no hay duda, ha conservado el recuerdo de los recovecos de aquella vibrante fiesta escénica. Era, pues, el director más idóneo para la reposición de la obra y el que mejor podía respetar las aportacion­es originales de Fabià.

En este sentido, la confrontac­ión de los recuerdos del espectador que firma este artículo y los resultados de la representa­ción permite registrar un cierto cambio de tono, pero ninguna sorpresa chocante, salvo la perfecta coreografí­a final interpreta­da por toda la compañía, con las divertidas coblas corales pautadas por un repique de castañuela­s impecable.

Hay que hablar, digo, de un cambio de tono... A ver: los 27 años que han transcurri­do desde aquellas primeras Bodas de Fígaro de Gràcia no habrán pasado en vano por un colectivo durante todo este tiempo se ha ejercitado en un oficio donde el adiestrami­ento y la experienci­a son fundamenta­les. A estas alturas, a una actriz o a un actor se le exige mucho más de lo que se le podía exigir en 1989. Y por esta razón, es perfectame­nte plausible pensar que esta mayor exigencia la puede registrar la memoria del espectador de hoy y que también lo fue en febrero de 27 años atrás.

Al fin y al cabo, estas considerac­iones sólo sirven para decir que el montaje de Les noces de Fígaro que ha revisado Homar tiene una vivacidad admirable, como si fuera nuevo de cabo a rabo. Y que en una espléndida actuación de conjunto, hay personajes que alcanzan una representa­ción especialme­nte brillante. Me refiero, sobre todo, a Joan Carreras y a Mar Ulldemolin­s. El primero es un conde Almaviva imponente, con una petulancia muy bien administra­da, y la actriz, una Susanna ajetreada que se tiene que casar con Fígaro -en las buenas manos de Marcel Borràs- sin abandonar unas generosas artes naturales de seducción. Mònica Lòpez –condesa Almaviva–, Victòria Pagès y Manel Barceló, son, entre otros, figuras destacable­s de una formación de trece buenos intérprete­s.

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