El día de la cosa
Será por lo de la cultura democrática que cuanta menos se tiene más se necesita convertir las normas en dogmas de fe. Es así como un cuerpo legal nacido con el cadáver caliente de un dictador y las miserias del momento se convierte, verbigracia del poder establecido, en una Biblia tan intocable que más que escrita por mano divina, es revelada, cual Corán a la española.
¡Habemus Constitución!, gritaban los nuevos demócratas, al tiempo que guardaban la vieja camisa azul. Y así empezó a caminar la manida democracia española, con acuerdos y renuncios, y más española que democrática a medida que avanzaba la susodicha. Y como no hay religión sin sacramento, ni dogma de fe sin simbología, el amigo Guerra, que era muy amigo del momento, se sacó del tupé un día para celebrar el evento, y la cosa cayó en una semana donde la Inmaculada Concepción ya tenía su lugar en el calendario. ¿Se acuerdan de cómo fue? Pues Guerra se cargó el día de la Inmaculada, hubo un año con laica Constitución y sin católica fiesta, y al siguiente, después de encajar las manos con la Conferencia Episcopal, la Inmaculada retornó a su día, pero no se rectificó la otra fiesta, porque Guerra era tan suyo que nunca se equivocaba. Tantas décadas después ahí tenemos el lío de los acueductos y las semanas imposibles.
Pero la cuestión central no es el jeroglífico del calendario, sino la sacralización que el poder estatal ha hecho de la Constitución para poder imponer sin pudor una visión españolizante, recentralizadora, contraria a los derechos de los pueblos que conforman la realidad de España. Y cabe decir que el problema no está en el texto constitucional, porque las democracias, y los demócratas serios, saben que las normas legales son interpretables, modificables y, sobre todo, deben responder a la realidad del Estado que definen. En el caso español se ha hecho todo lo contrario. Primero, se arma una Constitución con el ruido militar de sables acechando por las esquinas. Después, se convierte en un texto inamovible, a excepción de los acuerdos de las noches de verano, con nocturnidad pepero-socialista. Y cuando el río revuelto de las naciones díscolas se desborda, dicha Constitución se convierte en arma arrojadiza para decapitar cualquier solución democrática a los retos de la democracia. Porque hay que recordar algo sorprendente: la Constitución es más avanzada, en términos de derechos colectivos, que los redomados constitucionalistas que la llevan siempre en la boca.
Por si todo ello no fuera suficiente, se rearma el tribunal de la cosa con unas reformas que lo convierten en tribunal ideológico, en juez sentenciador y en castigador de políticos disidentes. Ergo, se usa al Tribunal Constitucional para laminar la Constitución que debe defender.
Y todo en nombre de un texto al que se le da categoría sacra. En fin, un gran día para la fiesta de todos.
Han convertido el TC en tribunal ideológico, juez sentenciador y castigador de políticos disidentes