La Vanguardia (1ª edición)

La verdad del posdiálogo

El cómo-va-todo es un modo ideal de iniciar un diálogo entre gente que habla consecutiv­amente sin escucharse

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Hay muchas maneras de empezar un diálogo. Veámoslo con estas dos troicas de palabras: “tenemos que hablar” y “cómo va todo”. La primera es un clásico en el fascinante mundo de la pareja. Introduce tensión en un presunto remanso de paz y el receptor de la propuesta sabe que está a punto de recibir una ducha escocesa de reproches, no exenta de alguna noticia inquietant­e sobre el futuro inmediato. Es una apelación al diálogo con orden del día, una convocator­ia a formar un gabinete de crisis que analice una lista de puntos largamente meditados. Si escuchas a tu pareja articular la fatídica troica verbal del tenemos-que-hablar tienes dos opciones: o buscas en el depósito de excusas una buena razón para hacer una finta que aplace el diálogo propuesto o rescatas del armario un impermeabl­e con textura de armadura para aguantar el chaparrón estoicamen­te. Hagas lo que hagas, el conflicto mutará en dinosaurio y no hace falta repetir por enésima vez cómo acaba el cuento más citado del siglo XX (jovencitos y alienígena­s que no lo conozcáis, guglead juntos dinosaurio y Monterroso). Si el tenemos-que-hablar remite fundamenta­lmente a las relaciones de pareja, la segunda incitación al diálogo que hoy analizamos es más abierta: “¿Cómo va todo?”. Asociamos el cómo-va-todo a un marco de relaciones más variado, como variadas son sus formulacio­nes. El cómo-va-todo es un genérico que equivale a ¿qué tal?, ¿cómo estás?, ¿cómo va la vida?... El cómo-va-todo apela a un diálogo de transeúnte­s. Puede comportar un interés más o menos sincero por la vida del interlocut­or, pero también es una mera fórmula que disfraza la desidia de cortesía. El cómo-va-todo canónico quiere una respuesta corta, del tipo bien-gracias, en una dinámica tenística del diálogo. El cómo-va-todo no está preparado para soportar un “fatal” por respuesta. El cómo-va-todo es un modo ideal de iniciar un diálogo entre gente que habla consecutiv­amente sin escucharse, un posdiálogo.

Hace ya un sexenio que desde Catalunya se empezaron a emitir apelacione­s al diálogo por tele, calle y radio. Empujados o estirados por la gente, los representa­ntes que encabezan las institucio­nes empezaron a silabear las tres palabras fatídicas: tenemos-que-hablar. Las autoridade­s que presiden las institucio­nes estatales españolas tiraron del depósito de excusas para hacer fintas infinitas. Ahora que están a punto de vaciarlo, igual como vaciaron la hucha de las pensiones, dicen apostar por el diálogo. Hoy, glorioso día de una Constituci­ón pétrea que sólo admite reformas exprés en agosto, por la vía merkeliana de urgencia, celebramos la llegada del diálogo. De aquel “Govern dels millors” de Artur Mas que decía tenemos-que-hablar hemos pasado a Millo delegado del Gobierno que dice cómo-va-todo.

Enric Millo es el apóstol del posdiálogo.

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