La Vanguardia (1ª edición)

Perdedores y aprovechad­os

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José Manuel Martínez Cañas acababa de graduarse en Derecho en La Habana cuando se exilió a Miami. Era heredero de una fortuna y había creado una colección de 16 cuadros de cubanos hoy tan apreciados como Amelia Peláez, René Portocarre­ro o Cundo Bermúdez. A través de un amigo, dispuso que las obras quedaran provisiona­lmente en el Museo de Bellas Artes. Y aunque siempre las consideró suyas, aún duda de si reclamarla­s: “No sé si hacerlo o dejar que se queden allí para la gente”, comenta a La Vanguardia por teléfono. En su duda pesan los quebradero­s de cabeza que él sabe que la reclamació­n le produciría. Porque José Manuel, que sólo volverá a una Cuba en democracia, ha visto de todo en este asunto, donde “hay perjudicad­os y beneficiar­ios”. Entre los primeros cita el caso de una viuda exiliada que un día se desayunó con la subasta de uno de los cuadros que había dejado en La Habana. Llamó a su hermana, a la que había dejado al cuidado de todo. Ella alegó primero un robo, y al final reconoció que, en medio de grandes privacione­s, había vendido la pintura. En otro caso, en cambio, una institució­n había comprado de buena fe un cuadro cuyo primer propietari­o había pedido al autor que lo firmara por detrás. Mucho después, un nieto del hombre vio la obra y, conocedor de la dedicatori­a, reclamó el cuadro como suyo pese a que, según Martínez Cañas, no le correspond­ía. “Amenazó con un litigio, y ganó de farol”.

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