La Vanguardia (1ª edición)

Nir Barkat

ALCALDE DE JERUSALÉN

- HENRIQUE CYMERMAN BENARROCH Maale Adumin (Cisjordani­a)

La municipali­dad de Jerusalén que dirige Barkat tiene previsto aprobar hoy la construcci­ón de 600 viviendas en la zona oriental de la ciudad desoyendo la última resolución de la ONU que condena los asentamien­tos.

Cuando en el Consejo de Seguridad de la ONU del viernes pasado 14 embajadore­s levantaron la mano para declarar que los asentamien­tos judíos de Cisjordani­a y los barrios hebreos de Jerusalén Oriental –incluido el muro de las Lamentacio­nes y el distrito judío del casco antiguo– son ilegales, el representa­nte israelí en la ONU, Danny Danon, esgrimió una Biblia para argumentar que todas aquellas zonas, mencionada­s en el libro más leído de la historia, forman parte de la tierra de Israel.

El sector más ideologiza­do de los 380.000 colonos judíos que habitan en los 131 asentamien­tos implantado­s en Cisjordani­a argumenta que la Biblia es como un “contrato de compra”: certifica que Hebrón (la ciudad de los Patriarcas) o la región de Elon Moreh, situada cerca de Nablús, pertenecen al pueblo judío.

Sin embargo, la mayoría de israelíes que se fueron a vivir a los asentamien­tos en el último medio siglo lo hicieron por motivos económicos y cumplir el sueño de poder vivir en una casita con jardín a un precio mucho más económico del que se podría conseguir en cualquier otra zona del país.

Las estadístic­as indican que gran parte del aumento de población en las colonias es resultado del crecimient­o demográfic­o natural. Pocos son los israelíes que se trasladan a las colonias actualment­e. Aun así, asentamien­tos como Maale Adumim ( 40.000 habitantes) y Ariel (19.000), así como los más recientes, de población haredi ultraortod­oxa, como Modiin Elit (70.000) y Beitar Elit (55.000), se han convertido en grandes centros urbanos en toda regla. En total, todas las zonas construida­s de las colonias judías ocupan un 1,7% del territorio de Cisjordani­a, según apunta la ONG de derechos humanos B’Tselem. Aun así, el proyecto a largo plazo incluye un 6% del territorio.

El negociador israelí y teniente coronel en la reserva Shaul Arieli, que participó en numerosas rondas de conversaci­ones con los palestinos, afirma: “Hay que distinguir entre 290.000 colonos que viven en tres grandes bloques –Gush Etzion, Maale Adumim y Ariel– de los casi 100.000 que viven en pequeños asentamien­tos aislados en el corazón de Cisjordani­a”, más allá del muro de seguridad. Este muro, que en muchos tramos es una valla electrific­ada, fue construido tras los múltiples atentados suicidas lanzados por grupos radicales palestinos en los años noventa y, especialme­nte, durante la segunda intifada, entre el 2000 y el 2006.

“El presidente palestino, Abas, y el anterior primer ministro israelí, Ehud Olmert, acordaron un principio según el cual los bloques de asentamien­tos serían parte del EsAl tado de Israel tras un acuerdo de paz y, a cambio, el Estado de Palestina recibiría territorio­s israelíes en áreas cercanas a Gaza, Hebrón y Yenín. La permuta sería metro por metro”, revela Arieli.

Ambas partes han acordado de forma no oficial buena parte de este intercambi­o de tierras. Los palestinos recibirían terrenos israelíes alrededor de Gaza, en la zona de Lajish y en el valle de Maayanot al lado de Beit Shean.

En lo que concierne a Jerusalén Este, territorio palestino anexionado a Israel y donde viven unos 220.000 colonos, los barrios de mayoría judía, aunque estén en la zona anexionada, pasarían a formar parte de Israel, mientras que los barrios palestinos se integraría­n en Al Quds (Jerusalén en árabe), la futura capital de Palestina. Así se acordó en la cumbre de Camp David del año 2.000.

Queda por decidir qué ocurrirá con el kilómetro cuadrado más sagrado del mundo, la ciudad vieja de Jerusalén, referente sagrado de tres religiones y que incluye el monte del Templo (o Haram al Sharif), el muro de las Lamentacio­nes y el Santo Sepulcro.

El entonces primer ministro israelí Ehud Olmert propuso en Camp David que la ciudad vieja fuera administra­da por israelíes y palestinos con la ayuda de un organismo internacio­nal participad­o por EE.UU., Jordania, Egipto, Arabia Saudí y Marruecos.

Arieli recuerda que en 1967, cuando Israel expulsó a Jordania de la zona, Jerusalén Este tenía solo seis kilómetros cuadrados y hoy alcanza los 70.

Arieli considera que los 100.000 colonos que viven más allá del muro de separación podrían permanecer bajo soberanía palestina o ser evacuados. Para que esto sea viable hace falta un liderazgo fuerte en Israel, dispuesto a provocar un furibundo debate político sobre el porvenir del Estado judío que posiblemen­te debería resolverse con un referéndum.

visitar colonias aisladas como Talmon –donde viven 300 familias– y hablar con su rabino, Ram Birjiau, se entiende que en caso de una evacuación gran parte de los habitantes se irían pacíficame­nte a cambio de cuantiosas indemnizac­iones.

Sin embargo, algunos miles se resistiría­n por todos los medios. Los más radicales, como dice el rabino, comparan esta evacuación con “la caída del Tercer Templo: un sacrilegio y traición a la herencia divina escrita en la Torá, los cinco libros del Antiguo Testamento”

Los colonos más extremista­s aseguran que la Biblia les da derecho a ocupar las tierras palestinas Netanyahu defiende la solución de dos estados frente a los halcones que piden la anexión de Palestina

(para los cristianos hay otros más).

El primer ministro, Beniamin Netanyahu, es de los pocos miembros del Likud que aún apoya la fórmula de los dos estados. Dirigentes del partido, como el embajador en la ONU, Danon, o los ministros Yariv Levin, Israel Katz y Miri Regev, opinan más o menos lo mismo que el nacionalis­ta Naftali Bennet, partidario de extender las colonias y anexionar ya el 60% de Cisjordani­a, la llamada Zona C, que, según los acuerdos de Oslo están bajo total control israelí, civil y militar.

Bennet concentrar­ía a la población palestina en pequeños cantones autonómico­s (zonas Ay B), que ocuparían el 40% del territorio restante.

En la zona C viven unos 100.000 palestinos, a los que Bennet ofrecería nacionalid­ad israelí y derecho a voto si decidieran quedarse.

Hace unos meses, Netanyahu reconoció ante este correspons­al que para él es una pesadilla el pensar en la posibilida­d de un estado binacional. Opina que “Israel debe seguir siendo un Estado judío”, y confesó que tiene muchas presiones de los halcones de su partido y de sus socios de Gobierno.

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca es un alivio para Netanyahu. El próximo presidente está a favor de las colonias. Donó 10.000 dólares a la Beit El en el 2003. Su yerno, Jared Kurshner, que es judío y también ha donado dinero a las colonias, tendrá un papel muy relevante en las relaciones con Israel. El próximo embajador estadounid­ense, David Friedmann, también defiende la expansión de los asentamien­tos. Todo ello provoca en el sector más duro del Likud, del partido de Bennet y del Consejo de Colonos de Judea y Samaria (Cisjordani­a) una sensación casi mesiánica de que, a punto de cumplirse medio siglo de lo que ellos definen como “la liberación”, es decir la ampliación de Israel hasta la orilla del Jordán, un milagro está ocurriendo.

El teniente coronel Shaul Arieli advierte de la exaltación nacionalis­ta de muchos colonos y advierte de que hay que tener cuidado para que la taza de té de estos extremista­s no termine abrasando al pueblo de Israel.

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JIM HOLLANDER / EFE / ARCHIVO Vista desde el asentamien­to de Amoná, en el centro de Cisjordani­a, que el Tribunal Supremo israelí ha mandado evacuar

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