El soplillo y la herencia
Un sector del PP se une en silencio bajo el paraguas de Aznar para abatir a Soraya
La detención del concejal cupero de Vic contribuye a avivar las brasas emotivas del independentismo. Desde hace unos meses, una serie de datos indican que este movimiento podría (repito el condicional: podría) haber entrado en un círculo vicioso: a las dificultades objetivas del pacto de Junts pel sí con la CUP, que ya costaron la cabeza de Mas, se añaden la rivalidad entre ERC y PDECat, las encuestas a la baja, las dificultades para mantener la hoja de ruta y un cierto cansancio en los entornos más ingenuos del Procés.
Este cansancio es visible en las concentraciones convocadas para acompañar a los líderes encausados, pues, a pesar atraer a un alto número de personas, no están a la altura de los registros espectaculares que catapultaron el independentismo como corriente catalana dominante. Por ello, los procesamientos del TSJC, las órdenes de la AN y las argumentaciones de TC funcionan, para el fuego emotivo de la independencia, como el soplillo o abanico de esparto que en tiempos pasados se usaba para avivar las brasas menguantes en el fuego del hogar.
Las dificultades del camino (muy superiores a las que los propagandistas del Procés anunciaban) obligan a situar a los seguidores independentistas en posiciones defensivas y ello entra en contradicción con el optimismo y la ilusión que habían caracterizado el movimiento soberanista. Ciertamente, la presión judicial consigue transformar la fatiga en brasa, pero también contribuye a fomentar la desconcertante sensación de déjà vu, de repetición de pantallas supuestamente pasadas. Ahora bien: la detención del concejal de Vic (como la de la alcaldesa de Berga) ha sido tan ruidosamente reclamada que puede ser leída como un gesto políticamente obsceno. Los convencidos tendrán sin duda un motivo más para enojarse con España, pero los sectores dubitativos tendrán un nuevo motivo para preguntarse si el Procés es una obra estética o política. Mientras tanto, en Madrid también hay trifulcas. Y no me refiero a las de Podemos, entre Iglesias y Errejón, que sirven, como anteriormente se vio con la defenestración de Pedro Sánchez, para alimentar estos programas televisivos en los que el formato reality se aplica a la política para que el corazón y las vísceras se confundan con las ideologías en beneficio de los índices de audiencia. Me refiero al gesto de Aznar. Todo el mundo lo ha interpretado en clave psicológica. Pero es política pura. Un sector del PP se reagrupa silenciosamente bajo el paraguas moral de Aznar para abatir a Soraya Sáenz de Santamaría. Ella tiene que pasar por un desfiladero muy difícil. El desfiladero de Catalunya. Si hace concesiones, será atacada. Y si no las hace también. Al final del desfiladero, le esperará Aznar con su nueva mesnada. Tal vez con la joven Cayetana Álvarez de Toledo. Rajoy ha ganado pero pronto entrará en la fase final de la presidencia (la que los americanos llaman del pato cojo): comenzará a ser más importante el heredero. La heredera de Rajoy es Soraya. Pero Aznar no la tiene en su testamento.