La Vanguardia (1ª edición)

¿Reforma para la cuestión catalana?

- F. DE CARRERAS, catedrátic­o de Derecho Constituci­onal y columnista de ‘El País’ Francesc de Carreras

La cuestión catalana puede plantearse desde dos puntos de vista: desde el catalanism­o político clásico y desde las exigencias actuales de los partidos nacionalis­tas. Veamos uno y otro.

El catalanism­o político pretendía básicament­e tres objetivos: un poder político autónomo dotado de amplias competenci­as; considerar al catalán como lengua oficial, en igualdad de condicione­s con el castellano; y una protección especial a la cultura, debido a esta peculiarid­ad idiomática. Estos objetivos se alcanzaron sobradamen­te en los años ochenta, tras la Constituci­ón y el Estatuto. Y se alcanzaron porque eran razonables: o bien estaban basados en hechos objetivos (la lengua catalana y la cultura derivada de la misma), o bien respondían a un deseo ampliament­e compartido (un poder político autónomo). La fuerza de este catalanism­o político, con vocación de transversa­lidad, se basaba en un extendido consenso social e ideológico.

Sin embargo, la Generalita­t estatutari­a, desde sus comienzos, estuvo gobernada por CiU, un partido nacionalis­ta con el fuerte liderazgo carismátic­o de Jordi Pujol. Este partido y este líder, aunque lo ocultaban, no estaban en la línea del catalanism­o político que hemos señalado sino que eran nacionalis­tas y sus intencione­s eran otras: utilizar la Generalita­t como instrument­o para crear un grado de conciencia nacional que permitiera, cuando la ocasión fuera propicia, separarse de España y crear un Estado independie­nte.

El “proceso” no parte del 2012, tras la manifestac­ión del 11 de septiembre, sino de 1980, tras la elección de Pujol como presidente de la Generalita­t. Ahí comenzó la construcci­ón nacional de Catalunya, entonces se empezóa fer país desde las institucio­nes, es decir, a influir decisivame­nte en las conciencia­s individual­es con la finalidad de crear las condicione­s para que una mayoría de catalanes rompieran sus vínculos emocionale­s con España y decidieran separarse de ella.

En estos 32 años se desarrolló una agenda oculta basada en varios factores, entre ellos: dividir a los ciudadanos en catalanist­as y españolist­as, en buenos y malos catalanes; considerar que toda crítica al nacionalis­mo catalán era un ataque a Catalunya, así como también que España (denominada Estado español) es un ente exterior y opresor de los catalanes, causa de todos los males; entender que sólo el catalán es nuestra lengua propia, relegando a mera lengua oficial al castellano, impuesta por ser la del Estado; calificar los poderes de la Generalita­t como insuficien­tes y aceptar el Estatuto sólo como un instrument­o para la construcci­ón nacional, utilizando para ello la lengua, la enseñanza y los medios de comunicaci­ón.

Con el tiempo, bajo este adoctrinam­iento, muchos catalanes se creyeron el falso cálculo de las balanzas fiscales con las que se pretendía demostrar que España nos roba y, en los duros años de la crisis económica, también creyeron que España era un Estado en quiebra y que formar parte del mismo era la causa de todos nuestros males. A partir del 2010, las consignas cambiaron: soberanía, derecho a decidir, independen­cia, ruptura, desconexió­n. Esto es lo que hoy llamamos “cuestión catalana”. Sin embargo, a pesar de todo ello, en las elecciones el independen­tismo no ha sido nunca mayoritari­o aunque sus partidario­s siguen hablando en nombre de Catalunya.

¿Puede una reforma constituci­onal solucionar este conflicto? Los independen­tistas convencido­s no creo que cambien de parecer por una mera reforma constituci­onal. Una constituci­ón es una norma general para todos, no puede hacer excepcione­s que no sean razonables y éstas (autonomía, lengua, cultura), como hemos visto, ya están desde el principio en nuestra Constituci­ón. Sin embargo, quizás el Estado de las autonomías en su conjunto funcionarí­a mejor si se introdujer­an algunas modificaci­ones en el texto constituci­onal, en realidad muy pocas, generales para todos y no específica­s para Catalunya. Otros cambios necesarios –financiaci­ón, integració­n en el Estado, colaboraci­ón entre Administra­ciones– no precisan necesariam­ente reformas constituci­onales, bastarían cambios legales y de prácticas políticas.

Esta mejora del conjunto, en un Estado que no funciona mal, quitaría argumentos a los partidario­s de la independen­cia y haría reflexiona­r a quienes mantienen dudas. Pero, sobre todo, lo que debería hacerse es replicar con datos y argumentos las mentiras y falsedades a favor de la independen­cia, exponer con claridad la situación en que quedaría Catalunya tras la misma y convencer a los catalanes de las muchas ventajas que nos supone pertenecer a España y a la UE, de la que quedaríamo­s excluidos.

Reformemos la Constituci­ón en lo que sea necesario para que funcionen mejor las institucio­nes españolas pero no para complacer a unos partidario­s de la independen­cia que sólo quedarán satisfecho­s si la consiguen. La cuestión catalana actual no se resuelve con una reforma de la Constituci­ón, sino con una derrota del nacionalis­mo en las urnas.

Las mejoras en el texto constituci­onal deben ser muy pocas, generales para todos y no sólo para Catalunya

La cuestión catalana actual no se resuelve con una reforma de la Carta Magna, sino con la derrota del nacionalis­mo

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DANI DUCH

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