Sostenella
Aunque se han movido algunas piezas, han cambiado los equilibrios parlamentarios y, sobre todo, se ha resquebrajado el esquema bipartidista que, desde la transición política, había definido la política española, a pesar de todos los terremotos, nada ha cambiado con respecto al conflicto catalán. Acaba el año tal como empezó, con la mentalidad del frontón, la represión sistemática, la nula capacidad de hacer política, y un “Fuenteovejuna, todos a una” de los partidos españoles (a excepción única de Podemos), que, ante España, actúan con la mentalidad imperial que ha definido al Estado desde su nacimiento. Es decir, ni conservadores, ni socialistas, ni derechas, ni izquierdas, ni centros escasos, ni extremos poblados, no hay ni pluralidad, ni heterodoxia, ni modernidad, sino un único pensamiento, de corte contrarreformista, que ante el conflicto catalán no tiene ningún escrúpulo en estresar, agujerear y a menudo dinamitar el Estado de derecho. Acabamos, pues, el año con una estridente operación diálogo tan ruin y falsa como pomposa y ruidosa, y para que no nos despistemos, lo acompañan con detenciones policiales y fechas de juicio...
Dado que nada es nuevo, sino al contrario, es un guion de siglos que parece que los políticos españoles se hacen encima, antes de salir de casa, no hay mucho que analizar, más allá de los detalles y las contingencias de cada momento. En este caso, y de manera especial, el patético papel que ha decidido desempeñar el PSC, atrapado en un territorio de servidumbre que lo obliga, día tras día, a hacer de burro de carga de la obsesión uniformizadora del PSOE. Ya no hay que preguntarse dónde está aquel socialismo catalán que tanto ayudó a consolidar los derechos de Catalunya y que fue clave en la defensa del idioma y de la identidad. No hace falta, porque aquel socialismo catalanista huyó de las siglas, a la vez que lo hacían los insignes socialistas catalanes que las abandonaron y las dejaron vacías de contenido y de esperanza.
Pero incluso aceptando que el PSC se haya quedado en el esqueleto de lo que fue, ¿había que ir tan lejos en la renuncia? ¿Tan lejos, agachando la cabeza, poniéndose de rodillas y demostrando que es un partido buen chico, servil con los intereses del Estado hasta el punto de llegar a la delación de líderes catalanes? La imagen del diputado del PSC yendo al juzgado a consolidar la denuncia contra Carme Forcadell, la presidenta de su propio Parlament, es la metáfora extrema de esta vergüenza que hunde al viejo partido catalanista. Hoy es una caricatura de lo que fue, una broma de mal gusto, el esperpento, tomando prestado a Valle-Inclán, en que se transforman los héroes cuando pierden la grandeza. Lo es tanto, que ni siquiera aceptan el carácter de nación de Catalunya si no es acotada a la idea sentimental, tal como me aseguró Iceta en una entrevista con Cuní. Es decir, nos dejan ser emocionalmente nacionales, pero nada de serlo legalmente. Tanta generosidad, ciertamente, impresiona. Impresiona de pena.
El PSC está atrapado en un territorio de servidumbre, haciendo de burro de carga de la obsesión del PSOE