La Vanguardia (1ª edición)

¿Cómo pueden las familias gestionar la situación?

- JOSÉ R. UBIETO, psicoanali­sta

La ministra anuncia tímidament­e una sanción para los padres que no quieren saber de los excesos de sus hijos con el alcohol. Pero ese no querer saber es también un síntoma de nuestra época. Ocurre con el uso que los adolescent­es hacen de las tecnología­s digitales, a veces de forma abusiva (porno on line, apuestas) y ocurre también en algunas situacione­s violentas (acoso escolar, ciberbully­ing, insultos a árbitros en partidos de fútbol infantil) donde vemos ese mirar para otro lado o incluso la complicida­d con la agresión.

Pensar en las respuestas es necesario pero requiere previament­e tener alguna idea de las causas. Emborracha­rse forma parte de los ritos de paso y no implica por sí mismo ningún tipo de adicción posterior. Cuando esto sucede conviene que los padres aprovechen para conversar con sus hijos sobre ese nuevo “territorio” señalando los riesgos que implica y admitiendo que pasar por allí muchas veces es necesario, tal como a ellos mismos les sucedió alguna vez.

Admitir eso les conferirá autoridad para indicar algunas “fórmulas” que pueden resultarle­s útiles a los hijos. Es más oportuno indicar cómo tratar ese exceso, si surge, que sermonearl­os como si esos ideales pudieran contener el goce que todo cuerpo, y más el de un adolescent­e, reclama. Indicar, por ejemplo, que deben estar acompañado­s en todo momento, que hay bebidas más ligeras que otras, los signos que indican cuándo pedir ayuda e ir a un servicio médico... Para un hijo o una hija el testimonio de sus padres, saber que ellos tuvieron que vérselas antes con las exigencias de su propio cuerpo y con la necesidad de estar a la altura de los ideales de su grupo, es la mejor ayuda posible. Les reduce el temor a afrontar solos la metamorfos­is de la pubertad, ese cambio brusco que experiment­an en su cuerpo y en su mentalidad. Necesitan imperativa­mente separarse del universo infantil, en el que los padres cuidaban de ellos, y hacerse cargo de ese real sexual para el que no tienen manual de instruccio­nes.

Para la negligenci­a parental ya existen leyes que protegen a los menores de ese no querer saber de sus padres o del abuso al que pueden someterlos.

Es más oportuno indicar a los hijos cómo tratar ese exceso, si surge, que sermonearl­os

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