¿Cómo pueden las familias gestionar la situación?
La ministra anuncia tímidamente una sanción para los padres que no quieren saber de los excesos de sus hijos con el alcohol. Pero ese no querer saber es también un síntoma de nuestra época. Ocurre con el uso que los adolescentes hacen de las tecnologías digitales, a veces de forma abusiva (porno on line, apuestas) y ocurre también en algunas situaciones violentas (acoso escolar, ciberbullying, insultos a árbitros en partidos de fútbol infantil) donde vemos ese mirar para otro lado o incluso la complicidad con la agresión.
Pensar en las respuestas es necesario pero requiere previamente tener alguna idea de las causas. Emborracharse forma parte de los ritos de paso y no implica por sí mismo ningún tipo de adicción posterior. Cuando esto sucede conviene que los padres aprovechen para conversar con sus hijos sobre ese nuevo “territorio” señalando los riesgos que implica y admitiendo que pasar por allí muchas veces es necesario, tal como a ellos mismos les sucedió alguna vez.
Admitir eso les conferirá autoridad para indicar algunas “fórmulas” que pueden resultarles útiles a los hijos. Es más oportuno indicar cómo tratar ese exceso, si surge, que sermonearlos como si esos ideales pudieran contener el goce que todo cuerpo, y más el de un adolescente, reclama. Indicar, por ejemplo, que deben estar acompañados en todo momento, que hay bebidas más ligeras que otras, los signos que indican cuándo pedir ayuda e ir a un servicio médico... Para un hijo o una hija el testimonio de sus padres, saber que ellos tuvieron que vérselas antes con las exigencias de su propio cuerpo y con la necesidad de estar a la altura de los ideales de su grupo, es la mejor ayuda posible. Les reduce el temor a afrontar solos la metamorfosis de la pubertad, ese cambio brusco que experimentan en su cuerpo y en su mentalidad. Necesitan imperativamente separarse del universo infantil, en el que los padres cuidaban de ellos, y hacerse cargo de ese real sexual para el que no tienen manual de instrucciones.
Para la negligencia parental ya existen leyes que protegen a los menores de ese no querer saber de sus padres o del abuso al que pueden someterlos.
Es más oportuno indicar a los hijos cómo tratar ese exceso, si surge, que sermonearlos