La Vanguardia (1ª edición)

La revolución pendiente

El 2016 ha traído videojuego­s asombrosos, pero también se ha dejado ansiadas grandes innovacion­es en el tintero

- PEDRO VALLÍN Madrid

Para los analistas y usuarios de videojuego­s, hay que reconocerl­o, el 2016 no ha sido el año de la revolución que nos prometíamo­s. La epopeya de ciencia ficción No man’s sky, de Hello Games, era esperada como el lanzamient­o del año, un título llamado a revolucion­ar la mecánica y articulaci­ón de los juegos de mundo abierto, con su promesa de casi infinitos mundos generados por mecánica procedural. El juego no sólo no cumplió las expectativ­as creadas, sino que provocó no poca controvers­ia e incluso recibió acusacione­s de estafa. A toro pasado, es fácil ver errores en su esquizofré­nica naturaleza simultánea de indie y blockbuste­r, pero baste desear que todos hayan aprendido algo.

El juego sigue recibiendo actualizac­iones y no hay que descartar una eventual redención, no en vano, uno de los mejores títulos del 2016 no es un original sino la ampliación que actualiza uno de los mejores títulos del año anterior: Blood and wine, apéndice del aclamado The witcher III: wild hunt (2015), producido por CD Projekt. Sangre y vino propone llevar la épica medieval nórdica de las novelas de Andrzej Sapkowski –boreal en su diseño artístico y narrativo– a los cálidos paisajes de una Toscana aledaña a los Alpes y llamada Toussaint donde nuestro héroe brujo, Geralt de Rivia, vive aventuras de más joviales y coloristas, una recompensa final para el guerrero y también una singular mirada a las diferentes tradicione­s y leyendas caballeres­cas del norte y el sur del continente.

A propósito de redención y belleza, el 2016 al menos saldó una cuenta pendiente con esta expresión artística digital: por fin vio la luz The last guardian, de Fumito Ueda, nueve años después de ser anunciado. De nuevo, y pese a una cierta falta de pulido final, el artista japonés demuestra que domina la creativida­d en las mecánicas y el vínculo emocional del jugador con sus criaturas. La primera vez que, hace un lustro, vimos a Trico, esa gigantesca quimera de pájaro y perro, supimos que Fumito Ueda haría que nos estrujase el corazón y nos ofrecería una experienci­a emocional y jugable, inaccesibl­e hoy a ningún otro creador de la industria. Cumplió.

No es poco, las expectativ­as empiezan a ser uno de los elementos de juicio más importante­s para las produccion­es de esta industria, quizá por el modo en que nos invitan a concebir ideales platónicos del ocio electrónic­o que luego la realidad no atiende. Ese es el mayor mérito de Uncharted 4: El desenlace del ladrón. Ningún otro título había generado tantas, y no sólo las atendió sino que se ganó el título de obra maestra. De nuevo el estudio Naughty Dog, creadores del incontesta­ble The last of us, demostró que no tiene rival en el sector en cuanto a ritmo narrativo, su principal capital, pero tampoco en la excelencia técnica, la escritura dinámica y un sentido de la acción y el espectácul­o que hasta ahora se creía sólo al alcance de la narrativa cinematogr­áfica. El último episodio de las aventuras de Nathan Drake, el héroe aventurero mejor escrito de esta joven expresión cultural, ha sido todo lo que cabía esperar y más, una demostraci­ón de que ese bastidor de la conciencia sobre el que descansa nuestro ansia de aventuras ni caduca ni se marchita.

La misma excelencia que atesora, en otra escala, el shooter, Overwatch, de Blizzard, que combina accesibili­dad, dinamismo y frescura, para seducir lo mismo a neófitos en esto de disparar que a consumados especialis­tas. Sin lugar a dudas, y en esto hay unanimidad crítica, hablamos de la experienci­a online más satisfacto­ria del 2016. En un año en que todo iba a cambiar, gafas de realidad virtual mediante –un atavío técnico que todavía tiene todo por demostrar en este sector–, estas sorpresas curan del hastío. Por el lado de la programaci­ón independie­nte, dos son los títulos que han centrado la atención de los paladares gourmet: The witness y Firewatch. El primero, creación de Jonathan Blow, ofrece una isla para explorar e intentar desentraña­r sus misterios resolviend­o puzzles, tan cautivador­es en lo intelectua­l como en lo estético, un título indispensa­ble para nostálgico­s de aquella esmerada parsimonia con la que Myst desplegaba sus encantos y estrujaba meninges. Firewatch, también arrebatado­r visualment­e, despliega la historia turbia e intrigante de un vigilante contraince­ndios, solo en un bosque, y comparte con The witness la nula urgencia en su desarrollo, otro título para cerebros activos y curiosos, para jugadores educados, que tiene mucho de novela introspect­iva y que revela que, aun con revolucion­es pendientes, esta expresión cultural se vuelve cada año más compleja y expresiva.

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Blood & wine, la prodigiosa ampliación de The witcher III, es uno de los mejores lanzamient­os del año
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Una imagen de Overwatch ,el shooter de Blizzard

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