La revolución pendiente
El 2016 ha traído videojuegos asombrosos, pero también se ha dejado ansiadas grandes innovaciones en el tintero
Para los analistas y usuarios de videojuegos, hay que reconocerlo, el 2016 no ha sido el año de la revolución que nos prometíamos. La epopeya de ciencia ficción No man’s sky, de Hello Games, era esperada como el lanzamiento del año, un título llamado a revolucionar la mecánica y articulación de los juegos de mundo abierto, con su promesa de casi infinitos mundos generados por mecánica procedural. El juego no sólo no cumplió las expectativas creadas, sino que provocó no poca controversia e incluso recibió acusaciones de estafa. A toro pasado, es fácil ver errores en su esquizofrénica naturaleza simultánea de indie y blockbuster, pero baste desear que todos hayan aprendido algo.
El juego sigue recibiendo actualizaciones y no hay que descartar una eventual redención, no en vano, uno de los mejores títulos del 2016 no es un original sino la ampliación que actualiza uno de los mejores títulos del año anterior: Blood and wine, apéndice del aclamado The witcher III: wild hunt (2015), producido por CD Projekt. Sangre y vino propone llevar la épica medieval nórdica de las novelas de Andrzej Sapkowski –boreal en su diseño artístico y narrativo– a los cálidos paisajes de una Toscana aledaña a los Alpes y llamada Toussaint donde nuestro héroe brujo, Geralt de Rivia, vive aventuras de más joviales y coloristas, una recompensa final para el guerrero y también una singular mirada a las diferentes tradiciones y leyendas caballerescas del norte y el sur del continente.
A propósito de redención y belleza, el 2016 al menos saldó una cuenta pendiente con esta expresión artística digital: por fin vio la luz The last guardian, de Fumito Ueda, nueve años después de ser anunciado. De nuevo, y pese a una cierta falta de pulido final, el artista japonés demuestra que domina la creatividad en las mecánicas y el vínculo emocional del jugador con sus criaturas. La primera vez que, hace un lustro, vimos a Trico, esa gigantesca quimera de pájaro y perro, supimos que Fumito Ueda haría que nos estrujase el corazón y nos ofrecería una experiencia emocional y jugable, inaccesible hoy a ningún otro creador de la industria. Cumplió.
No es poco, las expectativas empiezan a ser uno de los elementos de juicio más importantes para las producciones de esta industria, quizá por el modo en que nos invitan a concebir ideales platónicos del ocio electrónico que luego la realidad no atiende. Ese es el mayor mérito de Uncharted 4: El desenlace del ladrón. Ningún otro título había generado tantas, y no sólo las atendió sino que se ganó el título de obra maestra. De nuevo el estudio Naughty Dog, creadores del incontestable The last of us, demostró que no tiene rival en el sector en cuanto a ritmo narrativo, su principal capital, pero tampoco en la excelencia técnica, la escritura dinámica y un sentido de la acción y el espectáculo que hasta ahora se creía sólo al alcance de la narrativa cinematográfica. El último episodio de las aventuras de Nathan Drake, el héroe aventurero mejor escrito de esta joven expresión cultural, ha sido todo lo que cabía esperar y más, una demostración de que ese bastidor de la conciencia sobre el que descansa nuestro ansia de aventuras ni caduca ni se marchita.
La misma excelencia que atesora, en otra escala, el shooter, Overwatch, de Blizzard, que combina accesibilidad, dinamismo y frescura, para seducir lo mismo a neófitos en esto de disparar que a consumados especialistas. Sin lugar a dudas, y en esto hay unanimidad crítica, hablamos de la experiencia online más satisfactoria del 2016. En un año en que todo iba a cambiar, gafas de realidad virtual mediante –un atavío técnico que todavía tiene todo por demostrar en este sector–, estas sorpresas curan del hastío. Por el lado de la programación independiente, dos son los títulos que han centrado la atención de los paladares gourmet: The witness y Firewatch. El primero, creación de Jonathan Blow, ofrece una isla para explorar e intentar desentrañar sus misterios resolviendo puzzles, tan cautivadores en lo intelectual como en lo estético, un título indispensable para nostálgicos de aquella esmerada parsimonia con la que Myst desplegaba sus encantos y estrujaba meninges. Firewatch, también arrebatador visualmente, despliega la historia turbia e intrigante de un vigilante contraincendios, solo en un bosque, y comparte con The witness la nula urgencia en su desarrollo, otro título para cerebros activos y curiosos, para jugadores educados, que tiene mucho de novela introspectiva y que revela que, aun con revoluciones pendientes, esta expresión cultural se vuelve cada año más compleja y expresiva.