Turismo de calidad
Lograr un turismo de calidad se ha convertido en un mantra para todos aquellos que son críticos con el modelo turístico del país y de Barcelona. Bajo esta definición genérica hay quienes reclaman sólo turismo de alto poder adquisitivo, lo cual, además de imposible, agravaría más que evitaría buena parte de los problemas que provoca el turismo, desde el aumento de los precios hasta la sustitución de usos. Ahora, en Barcelona, dos de cada tres plazas hoteleras ya corresponden a hoteles de cuatro y cinco estrellas
El turismo de calidad tiene que crear una riqueza que sea repartida de forma razonablemente equitativa para todos. Hoy, las diferencias son abismales sobre todo a favor de los promotores de edificios hoteleros –que son los que hacen el gran negocio– y de las empresas que los explotan con respecto al personal que trabaja en el sector, especialmente aquel que está subcontratado, como recordaba hace poco el hotelero Antonio Catalán. La fiscalidad –IVA– y las plusvalías urbanísticas son otros aspectos que revisar para alcanzar un reparto más equilibrado entre los beneficios privados y los costes y externalidades negativas que asumen las administraciones y los residentes.
Un turismo de calidad también tiene que ser asumible socialmente. No sólo en los términos económicos del punto anterior, sino para que el inevitable impacto sobre el entorno donde se desarrolla la actividad sea moderado y lo bastante equilibrado con los beneficios que se pueden producir en este mismo entorno. Eso quiere decir que hay que velar para limitar los efectos de sustitución de actividades y de encarecimiento de los alojamientos y del coste de la vida. Y hace falta reconocer y dar visibilidad a los efectos positivos del turismo: desde la regeneración de barrios y zonas degradadas a aportaciones puntuales como la finalización de la restauración de los frescos del monasterio de Pedralbes gracias a la tasa turística. Para que el turismo no ocasione rechazo y sea asumible socialmente, la convivencia entre turistas y residentes también forma parte de la calidad del turismo. La imagen que proyecta la ciudad, las actividades que se ofrecen a los visitantes y el mismo civismo de los residentes son básicos para conseguir esta buena convivencia.
Finalmente, un turismo de calidad tiene que ser sostenible ambientalmente. Y eso incluye desde evitar impactos innecesarios en el paisaje –como el del pretendido aumento de la torre del Deutsch Bank– hasta la exigencia de que los nuevos edificios hoteleros tiendan a ser autosuficientes en agua y energía, como establecen las autoridades de Amsterdam. En definitiva, conseguir un turismo de calidad depende no sólo del tipo de visitantes que captamos, sino de la gestión que, una vez llegados aquí, hagan los poderes públicos y los operadores privados. Este tendría que ser el objetivo común de todos.
Conseguir un turismo de calidad no sólo depende del tipo de visitantes, también de su gestión pública y privada