La Vanguardia (1ª edición)

El futuro inmediato

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Las perspectiv­as de la política española, por fin en marcha tras el largo paréntesis con un gobierno en funciones, para el año 2017.

SI el año que ahora concluye se ha caracteriz­ado en España por un prolongado pulso entre las llamadas vieja y nueva política, con el largo interregno que marcaron las elecciones generales del 20-D del 2015 y el 26-J del 2016, el año que ahora se inicia debería servir para rehabilita­r la política en su sentido primigenio. Es decir, para volver a situar en el centro del debate los asuntos de la polis y las necesidade­s de sus ciudadanos. El mapa político nacido del último ciclo electoral marca el final del modelo de bipartidis­mo imperfecto de la transición y nos introduce en un esquema multipolar, con el PP de Mariano Rajoy como primera fuerza, pero lejos de la mayoría absoluta de la que disfrutó entre el 2011 y el 2015, y un PSOE en franco retroceso, con la fractura abierta por la operación derribo de Pedro Sánchez. En el espacio de centrodere­cha, la emergencia de Ciudadanos ha servido para condiciona­r el programa de gobierno del PP, pero sin poner en riesgo su hegemonía electoral, mientras que en el terreno de la izquierda la ascensión de Podemos sí que puso en jaque al PSOE, que evitó finalmente el llamado sorpasso. Además, el peso histórico de las fuerzas del nacionalis­mo vasco y catalán en la gobernabil­idad española ha corrido distinta suerte: el PNV sigue apostando por hacer valer sus cartas en el escenario español, mientras que la apuesta independen­tista de la ex-CDC le ha restado margen de maniobra.

En este contexto, el próximo año servirá en primer lugar para que las fuerzas en escena acaben de adaptar su política a las exigencias de los nuevos tiempos. Todos los grandes partidos de ámbito español celebrarán congresos. Es el caso del PP, que reunirá a sus compromisa­rios los días 10, 11 y 12 de febrero en Madrid para ratificar el liderazgo de Rajoy y abonar su apuesta por el diálogo, en abierta ruptura con la línea dura que auspiciaba el hasta hace poco presidente de honor, José María Aznar. En paralelo, en un ejercicio de contraprog­ramación política, Podemos celebrará esos mismos días su congreso –el llamado Vistalegre 2– con el telón de fondo de la pugna entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, que no es sólo una lucha por el poder en el partido sino, sobre todo, por el modelo de oposición: construir espacios de contrapode­r en la calle (Iglesias) o aprovechar la presencia parlamenta­ria para disputar la alternativ­a de la izquierda al PSOE (Errejón). También el partido de Albert Rivera, que nació en Catalunya y ha culminado su aterrizaje en el resto de España, debatirá a inicios de febrero el camino que seguir, con un giro liberal acorde con sus alianzas europeas.

Finalmente, en el caso del PSOE, la comisión gestora que tomó las riendas del partido tras la traumática dimisión de Pedro Sánchez deberá proponer al comité federal las fechas y dinámica de la doble cita pendiente: las primarias internas para elegir nuevo secretario general y la posterior celebració­n del congreso. Con la carta de Susana Díaz sobre la mesa, gana peso entre los barones del PSOE la necesidad de fraguar una candidatur­a de integració­n que evite la ruptura territoria­l de este partido de estructura federal y que sea capaz de poner al día una alternativ­a de matriz socialdemó­crata. Del grado de acierto del PSOE en cerrar su crisis interna, tanto en el terreno territoria­l como en el ideológico, dependerá en buena medida la estabilida­d política general. Entre tanto, en espera de que los partidos acaben de adaptar sus estrategia­s a las exigencias que reclama el nuevo mapa político, se vislumbra una geometría variable en la concreción de alianzas. En el terreno económico, Mariano Rajoy ha aprobado ya el primer examen parlamenta­rio al conseguir que PSOE, Ciudadanos y PNV avalen el objetivo de estabilida­d para cumplir las exigencias de Bruselas. La reválida, en este campo, será el debate de los presupuest­os generales.

Más allá, sin embargo, de este calendario marcado por la agenda política ordinaria, el PP y el resto de los partidos en escena están llamados a intentar fraguar un nuevo comienzo, es decir, a poner sobre la mesa las grandes asignatura­s pendientes, como es ya el caso de la propuesta de pacto de Estado en materia de Educación. Así, en el campo socioeconó­mico, urge definir unos pactos de la Moncloa del siglo XXI, a imagen y semejanza de los que Suárez impulsó en horas más aciagas que las presentes, para consolidar la recuperaci­ón económica y conseguir que el crecimient­o recompense a los más castigados por este largo ciclo de crisis. Se trata, en definitiva, de sumar a los partidos con vocación de gobierno –también a la patronal y a los sindicatos– en la definición del modelo de Estado de bienestar del que queremos dotarnos y del sistema fiscal que necesitamo­s para sustentarl­o. Es el caso paradigmát­ico de nuestro modelo de pensiones, basado en el llamado sistema de reparto, que exige con urgencia vías de financiaci­ón complement­arias para evitar la bancarrota del fondo de reserva de la Seguridad Social.

También en el terreno institucio­nal, cuando va a cumplirse en el 2017 el 39.º aniversari­o de la Constituci­ón, ha llegado la hora de hacer política, de definir un nuevo comienzo a partir del espíritu que alumbró nuestra Carta Magna. Se trata de un imperativo propio, ligado a las exigencias de un sistema político que ha dado muestras de agotamient­o y que se ha visto erosionado por los repetidos casos de corrupción sistémica, y también de una exigencia en clave europea para frenar los vientos populistas que soplan en Occidente. Urge, desde esta lógica, consensuar un paquete de medidas de regeneraci­ón democrátic­a. También toca decidir si, para ello, es preciso o no abordar la reforma constituci­onal. Se repite a menudo que abrir el melón de la Constituci­ón suponeun riesgo, yes cierto, aunque también hay que valor ar el posible riesgo de que el melón se pudra en las manos de nuestros políticos.

La reforma constituci­onal, si se aborda, debe servir para que la ciudadanía de Catalunya, que en su día refrendó ampliament­e la Carta Magna, renueve su confianza en un modelo que haga pedagogía de la diversidad y que sea capaz de sumar el afecto de las nuevas generacion­es después del desapego creado por la sentencia del TC sobre el Estatut. De hecho, se trata de profundiza­r en las bases del propio texto de 1978, que distingue entre nacionalid­ades y regiones, es decir, que reconoce aquellas naciones históricas, como es el caso de Catalunya, que delegaron su soberanía en la nación de naciones que por su naturaleza es España. La habilidad con que las fuerzas políticas sepan administra­r la diversidad hispánica dará también la justa medida de nuestra capacidad para afrontar la creciente complejida­d en el escenario europeo. La transición española, hace cuarenta años, sorprendió al mundo y fue un ejemplo de puertas afuera. Ojalá que la política española en el 2017 nos dé otra grata sorpresa.

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