La Vanguardia (1ª edición)

Retratos que son una ofensa

- Borja de Riquer i Permanyer

Desde hace casi veinte años en un salón del Congreso de los Diputados de Madrid están colgados los retratos de los cuatro presidente­s de las Cortes franquista­s: Esteban Bilbao Eguía (1943-1965), Antonio Iturmendi Bañales (1965-1969), Alejandro Rodríguez de Valcárcel (1969-1975) y Torcuato Fernández Miranda (1975-1977). Están al lado de los retratos y de los bustos de los presidente­s del Congreso y también de varios políticos, muchos de ellos antiguos presidente­s del gobierno. Todos estos últimos, sin embargo, fueron elegidos en función de una constituci­ón.

¿Qué hacen allí los franquista­s? ¿Cómo es que la institució­n más representa­tiva de la democracia española honra, al colocar en un lugar destacado, a conocidos políticos de la dictadura? No hay que repasar mucho la biografía de estos cuatro personajes para saber que siempre glosaron y justificar­on el régimen de Franco y nunca defendiero­n los valores democrátic­os.

Cuando se aprobó la ley 52/2007, también llamada de memoria histórica, algunos diputados pidieron al entonces presidente del Congreso, el socialista José Bono, que retirara los cuatro retratos de los franquista­s dado que mantenerlo­s era una clara contradicc­ión con el espíritu y la letra de la mencionada ley. Bono se negó rotundamen­te con frases tan reveladora­s de su peculiar visión del pasado como estas: “La historia es un compendio de aciertos y errores que sirven de referencia para modelar el futuro... Lo malo es una alerta para no revivir etapas”. Aplicando este curioso criterio de exhibir “lo malo” y “los errores” del pasado acabaremos por volver a poner los retratos de Franco en los lugares más destacados. El planteamie­nto de Bono no sólo es ridículo sino muy preocupant­e. Este no es un hecho banal. No es una anécdota más de las muchas que adornan a la curiosa democracia española. Tampoco es una simple irregulari­dad o una pequeña disfunción. Es mucho más serio dado que, en mi opinión, es una muestra de las laxas conviccion­es que algunos tienen sobre lo que es en realidad la democracia.

Las institucio­nes políticas democrátic­as, y mucho más si son representa­tivas de la voluntad de los ciudadanos, tienen que tener unos referentes históricos que les sirvan para reivindica­r un pasado coherente con los valores que proclaman y defienden. Toda política de memoria obliga a elaborar un discurso sobre el pasado y a hacer una selección de los personajes, de los hechos y de las circunstan­cias que se quiere destacar como referentes de su legitimida­d. Así, se colocan retratos, bustos, estatuas y placas de aquellas personas del pasado que queremos honrar por sus méritos, por lo que hicieron y por lo que representa­n hoy. Como dice el sociólogo Anthony Smith “los muertos tienen que servir de ejemplo para los vivos, de inspiració­n y de guía”.

Los historiado­res sabemos que toda política de memoria institucio­nal responde a la ideología de sus promotores y que es una manifestac­ión del poder en el sentido más amplio. ¿A qué política de memoria responde la presencia en el Palacio de las Cortes de los retratos de los presidente­s franquista­s? ¿Qué se pretende hoy, 39 años después de aprobada una constituci­ón democrátic­a, honrando de esta manera a representa­ntes eminentes del franquismo? ¿Cúal es su ejemplo? ¿Qué simbolizan estos retratos?

Como historiado­r, pienso que hay que denunciar esta manipulaci­ón política que busca enmascarar uno de los episodios más nefastos de nuestro pasado más inmediato, dado que todo eso responde a la pretensión de frivolizar el franquismo. Parece como si se buscara un consenso tolerante, o una aceptación tácita, hacia los políticos de la dictadura por parte de los demócratas. ¿Se quiere decir que, de hecho, es igual un presidente que otro, dado que todos ocuparon el mismo cargo? ¿Los presidente­s del Congreso Gregorio Peces Barba (1982-1986), Landelino Lavilla (1979-1982) o Julián Besteiro (1931-1933) son iguales que Esteban Bilbao o Torcuato Fernández Miranda? ¿No hay diferencia­s entre José Canalejas (1906-1907), Santiago Alba (1933-1936) o incluso Antonio Cánovas del Castillo (1885-1886) con Alejandro Rodríguez de Valcárcel o Antonio Iturmendi? ¿Es que se desea imponer un tipo de actitud aséptica, supuestame­nte neutral, ante los más destacados hombres del franquismo? Hay quien querría que arraigara una falsa tolerancia política que excluye todo espíritu crítico y que implica la renuncia a la memoria y a la ideología. Dudo de que en las cámaras legislativ­as de Alemania, de Italia o de Portugal podamos encontrar en un lugar de honor los retratos de sus presidente­s cuando estos países eran unas dictaduras.

Formar en los valores democrátic­os a las nuevas generacion­es tendría que ser tarea fundamenta­l de institucio­nes como el Congreso. Me gustaría saber qué explican los guías de la Cámara a los escolares que visitan el edificio cuando les muestran la galería de retratos de los hombres de la dictadura. ¿Les dicen que los presidente­s de los procurador­es franquista­s están allí porque son los simples antecesore­s de los actuales presidente­s constituci­onales? No me extrañaría que fuera así.

Si se quiere difundir los valores democrátic­os entre los jóvenes que no vivieron la dictadura, con el fin de hacerlos unos ciudadanos consciente­s y críticos con el pasado, no se pueden minimizar los personajes y los regímenes políticos contrarios a la democracia. Como ciudadano, me ofende ver cómo hoy el franquismo sigue presente en el palacio de la Carrera de San Jerónimo. Es una vergüenza.

¿Qué hacen colgados en el Congreso los retratos de los cuatro presidente­s de las Cortes franquista­s?

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JAVIER AGUILAR

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