El triunfo sobre la muerte
La pasión y muerte de Jesús en el Gólgota dio pie a los primeros textos de los Evangelios: los relatos de su resurrección. La muerte de Jesús no genera, como en la tradición judía, la memoria de un mártir muerto en Jerusalén y venerado por su doctrina. Se trata de episodios marcados por la sorpresa, la duda, y la experiencia personal de sus discípulos que van descubriendo que el Jesús que conocieron y estimaron en vida había vuelto de entre los muertos de una forma totalmente inimaginable. Jesús se manifiesta vivo a quien quiere. Los discípulos viven esta experiencia sobre todo en Galilea, después de dejar Jerusalén. Y tras la resurrección ocurre la ascensión. Lucas es el único que nos refiere este acontecimiento, y lo ubica en Betania (Lc 24,50-51; Hch 1,9-11), la ciudad del reposo de Jesús, quien en vida frecuentaba allí a sus amigos Marta, María y Lázaro, a quien resucitó.
El patrón de imágenes asociadas con este acontecimiento es el simbolismo de la trascendencia: Jesús ascendió de la tierra al cielo, indicando un movimiento de una esfera de la realidad a otra. Con ella Lucas pone fin a la existencia terrenal de Jesús y subraya la importancia de su Espíritu, que extenderá su relación con el resto del mundo. Culmina también la vida cíclica de Jesús, en forma de U, que inicia con Jesús encarnado, con un descenso seguido por un ascenso, en un sentido de plenitud. Junto a la resurrección, la ascensión de Jesús en Betania reivindica su identidad divina y la eficacia de su misión, como triunfo del único Dios sobre las fuerzas del mal y de la muerte. De ahora en adelante el mensaje de Jesús no estaría ligado a una tierra, sino que se extendería más allá de la tierra prometida, sin fronteras.