Encerrada en casa
ESPERANZA Aguirre dice que está encerrada en casa porque las restricciones al tráfico impuestas por Manuela Carmena le impiden moverse por su Madrid. La alcaldesa no teme a nada –no presentarse a la reelección infunde coraje– y no sólo ha cortado la Gran Vía en plenas compras navideñas, sino que ha vetado el tráfico en el centro a los vehículos con matrículas pares para reducir la polución. En Madrid, el coche es el rey. Y limitar su uso, un sacrilegio. Aventurarse a circular en bicicleta por sus calles constituye un acto heroico, las zonas peatonales rozan el exotismo y los atascos forman parte del paisaje.
Lo va a tener difícil Carmena para convencer a los madrileños de la conveniencia de cambiar algunos hábitos. Y eso que disponen de una red ferroviaria que extiende sus tentáculos por la ciudad y municipios aledaños con más capacidad que la exigua malla que da servicio a Barcelona y su área metropolitana. Recordarán aquella anécdota de Joan Clos, cuando en una entrevista le preguntaron en el día Sin Coches cómo había llegado a la radio: “He venido en coche porque no tenía otra forma desde casa”. Han pasado años, pero tampoco el transporte público ha sufrido una revolución. En Madrid no han fallado las inversiones, pero sí la pedagogía. Me recuerda Enric Juliana que en los noventa era habitual ver a Pasqual Maragall en bicicleta cuando en la capital se habría visto como una extravagancia. No es de extrañar que Barcelona se apuntara al Bicing en el 2007 y en Madrid no llegara hasta el 2014, y con motor eléctrico. Decía alguien que ver a un adulto en bicicleta le hacía recuperar la esperanza en el futuro de la humanidad. Si es un político quien pedalea, la fe en nuestro destino como especie se dispara. Por eso, en la campaña autonómica del 2015, Rajoy se subió a la bici, acompañado de Aguirre y Cifuentes. La expresidenta madrileña ha debido de olvidarlo. Y eso que, en palabras del líder del PP, fue “un acto bonito, hermoso”.