La Vanguardia (1ª edición)

“Qui dia passa, any empeny”

- Rafael Jorba

Acabo de leer Patria, la novela de Fernando Aramburu, considerad­a por la crítica como el libro del año en lengua castellana. Una obra que emociona y conmociona. Joxe Mari, uno de sus personajes, no logra escaparse del círculo vicioso en el que está preso: “Aquí lo único que se cumple es que termina un año y empieza otro”. Esta reflexión, al final del libro, me provocó una asociación de ideas con el círculo vicioso en el que ha entrado la política a escala local y global. La sensación de vértigo creada por el largo ciclo de crisis económica ha despertado los miedos y los tics atávicos, la cerrazón identitari­a, la demagogia y la xenofobia, que son el terreno abonado para el auge de los populismos.

Tarde o temprano saldremos de este círculo improducti­vo. La idea de progreso acabará imponiéndo­se. Sin embargo, por el camino, romperemos más de un plato, por no decir una vajilla entera. La política está atenazada entre la respuesta tecnocráti­ca de los viejos partidos y el desahogo improducti­vo de las fuerzas emergentes. Si la Gran Depresión del 29 provocó un largo ciclo de convulsion­es en EE.UU. y Europa, con el despertar de las recetas autoritari­as de los años treinta y la Segunda Guerra Mundial de por medio, ahora la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre del 2008, es la referencia simbólica del inicio del actual ciclo de crisis. Si entonces se necesitaro­n más de quince años para que el nuevo paradigma se abriese camino, ahora su formulació­n puede llevarnos más allá del 2023. La diferencia –no menor– es que hoy disponemos de redes de seguridad de las que carecíamos entonces, sobre todo en el ámbito de la Unión Europa, que amortiguan el impacto de la crisis. Hagamos cuentas. En el escenario hispano-español, con la cuestión catalana, la regeneraci­ón democrátic­a y la sostenibil­idad del modelo social como asignatura­s pendientes, el trabajo que queda por hacer puede prolongars­e durante dos legislatur­as, en el supuesto de que surjan los líderes capaces de coger el toro por los cuernos. En el escenario europeo la tarea es aún de mayor calado: hay que repensar las políticas socialdemó­cratas y democristi­anas que fueron los pilares de la construcci­ón europea y que entraron en crisis con la globalizac­ión. Aquel modelo de éxito, nacido de la posguerra, se basaba en el equilibrio entre la producción y la distribuci­ón, regulada por el Estado. Ahora la producción es transnacio­nal y ha quedado fuera del ámbito de la distribuci­ón estatal.

La respuesta, a escala europea, pasa por resolver el llamado trilema de Rodrik: la democracia, el Estado nación y la globalizac­ión son mutuamente incompatib­les. Se pueden combinar, pero nunca gozar de estos tres términos en plenitud. Es decir, a más globalizac­ión económica, menos dosis de democracia o de soberanía nacional. La respuesta pasa según Dani Rodrik por el federalism­o

global, o como mínimo, a escala europea: menos soberanía de los estados nación y más peso de la unión política y económica.

Las recetas son claras, pero tardarán en aplicarse. Entre tanto, nos deberemos contentar con repetir el refrán catalán que dice: “Qui dia passa, any empeny” (“Cada día tiene su afán”, sería un equivalent­e castellano).

Las recetas son claras, pero el trabajo que queda por hacer puede prolongars­e durante dos legislatur­as

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