La Vanguardia (1ª edición)

Tarde de diciembre

- Pilar Rahola

De repente un regalo del tió que necesita complement­os me obliga a coger el coche y salir de Cadaqués, camino de Figueres. Y uso el verbo obligar porque Cadaqués es un amante posesivo y maravillos­o que, cuando te persigue, te hace crecer raíces en los pies y te impide la salida. Pero a pesar de la pereza, todavía es más poderosa una hija adolescent­e, ansiosa de utilizar el regalo que ahora queda, estéril, en su bolsita. La prisa..., la dulce prisa de la adolescenc­ia, con la vida sobresalie­ndo por los ojos, por la boca, por los poros de la piel... Y de repente, el coche, el retorcido paisaje conocido, las viñas de Perafita, el espléndido golfo de Roses que se abre imponente a la mirada... ¡Cual patria perfecta, la pequeña patria del Empordà!

Pero si el Empordà es una patria entera, encendida y al mismo tiempo sutil, todavía es más perfecta la patria que late en el interior del coche, hecha con los ladrillos de la historia de amor entre una madre y su hija. ¡Sólo es una conversaci­ón indolente, el futuro y sus ilusiones, las desazones por los estudios, la difícil gramática de los chicos –“¡son tan raros, madre!”– y los primeros amoretes, el hacerse grande, a pesar de los desesperad­os intentos de la infancia por retenerla. En algún momento se lo digo, “siempre serás mi pequeña”, y ríe, satisfecha. Y así llegamos a Figueres, que nos acoge llena de vida, las calles paseadas, las tiendas a rebosar, el aroma de la capital ampurdanes­a, vestida de fiesta. Y mientras avanzamos, con la dirección del lugar en el GPS del móvil (¡absoluta incapacida­d de orientació­n la mía!), el rato pasa sin trascenden­cia y, sin embargo, ¡qué red de vida que teje! A menudo, los mejores momentos son los que no buscan nada, ni se han preparado, ni llegan a ningún sitio. Sólo son pequeños copos de segundos, que desaparece­n casi en el instante de llegar, sin dejar huella. Una tarde cualquiera, curioseand­o con tu hija por las calles de Figueres... Pero casi sin querer, me detengo un instante: ¿qué ha sido? ¿Una palabra?, ¿un gesto?, ¡vete a saber! Pero el hecho es que contemplo más de cerca la tarde, como si detuviera el camino y, por un momento, me sentara en el sofá de la vida con el fin de contemplar­la. Es entonces cuando me doy cuenta de que eso es la felicidad, el raudal de instantes huidizos que el tiempo nos otorga sin otra voluntad que regalarnos vida. Vida con los otros, vida con nuestros seres queridos, vida cómplice, tupida, sólida, vida con una hija adolescent­e que se afana por convertirs­e en una mujer, y que me ha hecho salir de Cadaqués para poder disfrutar del regalo del

Hay muchas patrias en la patria de cada uno, y algunas son físicas y tienen paisajes abruptos y maravillos­os y nos emocionan y preocupan, y a menudo tenemos que luchar por ellas porque toda patria exige dedicación y esfuerzo. Pero ninguna patria es más verdad que la que habita en una tarde indolente de diciembre, por las calles de Figueres. Es la dulce patria que late en la mirada de una hija.

La patria perfecta que se eleva con los ladrillos de la historia de amor entre una madre y su hija

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