La Vanguardia (1ª edición)

Tierna visión

- E. SOLÉ, socióloga y escritora

No era una calle céntrica, sino del barrio del Guinardó. Más bien estrecha, apacible, aceras y calzada limpias. Al cruzar una bocacalle pasé a poca distancia de un hombre joven parado en una esquina. Al sobrepasar­le advertí que era ciego porque estaba acompañado de un perro lazarillo, y me detuve curiosa al otro lado de la calle al comprobar que un niño pequeño iba con él. Concentrad­o, tranquilo, con aquella mirada indefinida de los invidentes que denota una gran percepción interior, el hombre se estaba ajustando a los hombros los tirantes de una mochila delantera. El niño, de unos dos años, aguardaba en silencio a su lado, tan sosegado como aquel que presumí era su padre. Por su parte, el perro también permanecía tranquilo, aguardando sentado las indicacion­es de su dueño, aquel a quien guiaría en medio de la oscuridad.

Cuando tuvo la mochila bien colocada, el hombre se agachó para tomar en brazos al chiquillo, lo instaló contra su pecho, lo sujetó bien. Algunas personas transitaba­n distraídas cerca del grupo, absortas en sus pensamient­os, mientras que yo desde la acera opuesta continuaba prendida de los movimiento­s del hombre. Vi cómo rebuscaba en el interior de la bolsa, extraía una botella de agua provista de una tetina y se la daba al pequeño, que bebió con fruición. Una vez devuelta la botella a su lugar, el hombre activó al perro con unas palabras, y tirando ligerament­e de la correa ambos comenzaron a andar. A muy poca distancia había un paso cebra, y el corazón me dio un vuelco al preguntarm­e cómo el perro podría saber si un coche se acercaba o no y, en todo caso, si respetaría el paso de peatones. Estaba pronta a traspasar la calle a modo de auxilio, es posible que sin necesidad, cuando vi que seguían el curso de la acera. Hombre y lazarillo con sosiego.

Un invidente llevando el hijo en la mochila para bebés y cuidándolo con ternura, sorteando los peligros que pueden acechar en una ciudad. ¡Cuánta credibilid­ad debía de merecer por parte de otros parientes del pequeño!... De hecho, la misma que han de merecer quienes en una moto o bicicleta llevan a niños de paquete.

Proseguí mi camino conservand­o la imagen de lo que acababa de presenciar, testigo de una auténtica valentía humana, albergando la sensación de fuerza y seguridad que aquel hombre ciego me había transmitid­o sin tener conocimien­to de ello.

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