La Vanguardia (1ª edición)

“¿Cómo fue tu primera noche en la calle?”

- ROSA M. BOSCH Barcelona

Este es uno de los cajeros en los que yo dormía durante la etapa que viví en la calle”, explica Manuel, un panadero del Guinardó de 53 años, a un grupo de 20 alumnos de primero de bachillera­to del colegio Maristes de Champagnat de Badalona. Manuel ejerce de voluntario de la Fundació Arrels explicando a estudiante­s de distintas edades cómo es el día a día de una persona sin techo. Dónde duerme, dónde come, dónde se asea, qué pasa si cae enfermo... Manuel habla con conocimien­to de causa pues hace dos años se quedó sin casa y no tuvo más remedio que cobijarse durante cuatro meses en distintos rincones de Barcelona.

Manuel se cita con estos jóvenes de entre 15 y 16 años, acompañado­s de dos profesores, en la esquina de las calles Pau Claris y Casp, donde hay una de las oficinas bancarias en las que solía pernoctar. Los chicos acompañará­n a Manuel en una singular ruta que incluye los cajeros donde dormía, comedores sociales, la fuente donde se lavaba... “Hoy seguiremos el itinerario que yo hacía un día normal. Me levantaba a las siete menos cuarto, recorría varias calles recogiendo colillas, no sabéis cuántas deja la gente tiradas en el suelo...”, cuenta mientras avanza por Casp y gira a la derecha en Bruc,

Maria Rodés, de Arrels, detalla que esta entidad nació en 1989 para atender a las personas que duermen al raso, que actualment­e son cerca de mil sólo en Barcelona. Rodés precisa que durante este 2016, las charlas, salidas y otras actividade­s de Arrels para dar a co- nocer la realidad de los sintecho han reunido a más de 3.300 estudiante­s de todas las edades.

“Yo cada mañana iba andando hasta un centro de Robadors para desayunar”, relata Manuel sentado en la plaza Urquinaona, donde ya se empieza a romper el hielo y los chicos acribillan a preguntas a un complacido Manuel.

“¿Cómo fue tu primera noche en la calle?, demanda Marc Baulenas, de 16 años.

“No dormí nada, me instalé junto a un portal, a la intemperie, y pensé que el siguiente día me metería en un cajero. Tuve suerte, pues vi uno en el que había seis o siete personas y me dieron permiso para que me quedara allí. Les caí bien y me aceptaron”.

“¿Cómo lo hacías para comer?”, plantea Albert Pujol.

“Al principio buscaba en las papeleras y, no te creas, la gente tira bocadillos casi enteros. Si veía que estaban buenos, me los comía. Oye, si tienes hambre... Así, hasta que otras personas que llevaban más tiempo sin techo me contaron que había comedores sociales”.

“¿Cómo dejaste la calle?, quiere saber Aaron Caroz.

“Conocí a dos voluntario­s de Arrels en un cajero, les dije que llevaba diez días sin ducharme y me dieron una tarjeta para que fuera a

“Estaba tan bien en el hospital, tan limpio, tan cómodo, con comida... tan bien que no quería que me dieran el alta”

su centro abierto de la calle Riereta a lavarme, cambiarme de ropa... Y así, poco a poco. Primero estuve cuatro meses en una pensión, luego ya en un piso, en una habitación alquilada, con otras tres personas”.

Dani Solé, también de 16 años, plantea si lo definitivo para acabar al raso es el dinero. Manuel asiente y añade que cuando te quedas sin familia, sin casa y sin trabajo, “luchar solo cuesta mucho más”. Hacía años que él ya había perdido el contacto con su exmujer y sus dos hijos. Su ludopatía hizo imposible la convivenci­a. Lo que lleva peor es no tener relación con sus hijos.

El itinerario sigue por la calle Fontanella, entran en el Gòtic y siguen hasta el Raval. En Robadors, junto a la plaza Sant Agustí y también al lado de la Filmoteca muestra los locales donde acostumbra­ba a ir a desayunar y a comer. “En la calle he tenido suerte, he estado sólo cuatro meses, pero cuatro meses que han sido un infierno. Estaba tan deprimido que iba a la Guardia Civil para que me encerraran. Pensaba que así tendría comida y cama. Y ellos me decían: “¿Pero cómo te vamos a detener si no has hecho nada?” .

¿Y qué pasa si te pones enfermo viviendo en la calle?

“Yo, al principio, pillé una neumonía. Una ambulancia me llevó al hospital del Mar y estuve diez días ingresado. Estaba tan bien, tan limpio, tan cómodo, con comida... que no quería que me dieran el alta y tener que volver a la calle”.

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INMA SAINZ DE BARANDA Estudiante­s del colegio Maristes de Champagnat escuchan el relato de Manuel, a la derecha, en la plaza Urquinaona

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