Pasajeros de un naufragio sideral
Lawrence y Pratt protagonizan ‘Passengers’, todo un alarde estético
La elegancia escénica, los efectos especiales y la eficacia y guapura de los protagonistas son las mayores bazas del naufragio sideral que Jennifer Lawrence y Chris Pratt viven dentro de la nave Avalon en Passengers, plato fuerte de la cartelera de estrenos este fin de semana. La película, dirigida por Morten Tyldum, navega alrededor de grandes dilemas morales, con el miedo a la soledad como punto de partida y la elección entre resignación o sacrificio como estación terminal de un viaje algo más que incierto. Pero la estética es el aspecto mejor resuelto.
La historia y la producción tienen una clara vocación popular y por tanto taquillera. Y el planteamiento no es complicado. En un futuro no demasiado lejano, miles de habitantes de la desgastada Tierra se embarcan en la colonización de un planeta lejano para buscar un futuro mejor o simplemente para romper la monotonía de sus vidas. El trayecto dura 120 años. Los aventureros permanecerán hibernados en cápsulas individuales de las que podrán salir tres o cuatro meses antes del final de la travesía para así poder disfrutar del lujo, las comodidades y las ofertas de consumo que, al estilo de los mejores cruceros, la nave les brinda antes del aterrizaje. Pero, como resulta previsible desde un principio, el sistema totalmente robotizado y por consiguiente perfecto del Avalon pronto empieza a fallar. Y dos pasajeros, Jim y Aurora, despiertan 90 años antes de lo previsto, aunque con varios meses de diferencia entre él y su futura compañera de desgracia. Porque eso, una tragedia, es lo que la prematura reanimación implica para ambos.
También despertará antes de tiempo uno de los tripulantes, el capitán Gus Mancuso, interpretado por Laurence Fishburne, que será el que les haga comprender a los dos pasajeros la gravedad del problema oculto tras las irregularidades –a estas alturas, múltiples y tremendas– y les dará las claves para tratar de resolverlo; de ese modo, tal vez ellos sigan condenados a morir antes del fin de trayecto, pero así podrían salvar a los otros cinco mil viajeros.
Entre medias, de todo hay: aventura, romance, pánico y muchas preguntas que el espectador puede entender dirigidas también a él: ¿Qué harías tú ante semejante papeleta? ¿Tirarías la toalla ante un horizonte tan sombrío? ¿Arrastrarías a otros en tu infortunio? ¿Intentarías salvar a unos desconocidos aun a riesgo de sucumbir antes de tiempo en el intento?
Un cuarto y último personaje de la película, el androide Arthur, hace de camarero, confidente, confesor y psicólogo de los dos peregrinos estelares; sobre todo de Jim, pero asimismo de Aurora en un momento clave para el desarrollo de los acontecimientos. Encarna al cyborg el galés Michael Sheen, cuya precisa actuación nada tiene que envidiar a la de la ganadora de un Oscar y tres Globos de Oro que es Lawrence ni a la del no tan premiado pero también celebrado Pratt.
Jim es un ingeniero mecánico que desea poner sus habilidades al servicio de una nueva civilización. En palabras del intérprete, se trata de un tipo “de la vieja escuela” y “de la clase obrera”. De ahí que viaje en una de las clases inferiores del vehículo. No como Aurora, escritora neoyorquina con un gran encargo entre manos, pues pese a la imposibilidad de volver a ver a nadie de su entorno terráqueo se compromete no sólo a ir sino a volver para contarlo..., pero en clase oro.
Los dos protagonistas presentaron la película hace un mes en Madrid. Fue una rueda de prensa muy al estilo Hollywood, entre reproducciones de los pequeños robots que van de un lado a otro en el filme y con una azafata e intérprete asomada al escenario bajo la forma de un holograma, como las asistentes de los viajeros del Avalon.
Pratt no se anduvo con miramientos para promocionar el filme: “Se trata de una película de esas en las que lo único que tienes que saber
es que quieres verla. Y podéis verme el culo. ¡Id por mi trasero y quedaos por la historia!”, propuso al público a través de los periodistas.
Más recatada, Lawrence subrayó su “identificación” con Aurora, básicamente por su carácter “independiente”. “Al despertar, me encuentro con el príncipe azul, sí, pero no soy un dibujo animado ni actúo como la Bella Durmiente”, aclaró para insistir en el temperamento de la chica de la película y descartar comparaciones facilonas.
Con unos promisorios 40 primeros minutos y una segunda parte entre el amorío y la acción, el punto menos discutible de Passengers reside en la ambientación. El diseño de la nave y los interiores, futuristas pero con toques de art déco, se benefician de un trabajo concienzudo en el que la construcción de escenarios propios prima sobre el empleo de los efectos especiales, sin ser estos últimos cosa de poco. Las secuencias de los episodios de ingravidez, tanto a la hora de los paseos espaciales como dentro de la nave cuando todo parece irse al garete, son un logro incuestionable.
Según los actores, el personal de la producción hubo de trabajar duro en ciertas escenas. Y en un momento dado Pratt decidió hacer de
coach para toda la plantilla: “A mitad del rodaje, el equipo estaba trabajando sin parar, siete días a la semana, de 15 a 18 horas al día. Así que me animé a dar una charla de motivación para todos. Y estoy orgulloso de ello”, explicó. Lawrence le secundó: “Nunca había visto a un actor hacer algo así, coger las riendas, dar ese discurso e inspirar a todo el mundo. Cambió la energía del set”. Son las bambalinas de Passengers, la película de la semana.
LO MEJOR, LA AMBIENTACIÓN El diseño de la nave y sus interiores a base de decorados propios es el logro menos discutible
‘SPEECH’ DE PRATT AL EQUIPO “El personal trabajaba duro de 15 a 18 horas al día; decidí hacer un discurso de motivación”