Remordimiento
En 1932, Ernst Lubitsch, príncipe de la comedia, se atrevió a realizar un drama pacifista muy duro, Remordimiento, adaptación de una obra de teatro de Maurice Rostand. Una imagen inicial, expresión máxima del toque Lubitsch ahora objeto de una transfusión de género, permanece imborrable: un desfile militar contemplado desde el espacio que deja vacío la pierna amputada de un soldado. La película fue un fracaso comercial estrepitoso y el cineasta volvió a su terreno congenial: una comedia con Maurice Chevalier y Jeanette MacDonald. Valor y coraje, como diría Constantino Romero, desde luego que los tenía Lubitsch como en estos tiempos los tiene el siempre cambiante y arriesgado François Ozon, que en su último largometraje, Frantz, nos propone nada menos que un remake de Remordimiento. A través de una historia ambientada en una pequeña localidad alemana poco después de la Primera Guerra Mundial, a la que llega un joven ex soldado francés creando tensión e incomodidad, Ozon habla de un tema tan intemporal y universal, y por desgracia tan actual, como el de la intolerancia. Lo hace con imágenes en blanco y negro extraordinarias (y caprichosas incursiones del color que nada aportan dramáticamente), que recuerdan a Dreyer (o al Haneke de La cinta blanca, otro radical buceo en el racismo que late bajo un marco de placidez) y tiñen cada escena de una clima gélido que, no obstante, no excluye estallidos de fulgor romántico en una historia de amor traicionada por la mentira; una mentira, paradójicamente, en la que habita la más noble manifestación de humanismo. /