La Vanguardia (1ª edición)

SE ARMÓ LA MUNDIAL

- TERESA AMIGUET

“¡Rusia es culpable!”, clamaba Serrano Suñer a los pocos días de la invasión alemana de la URSS, en junio de 1941, desde un balcón de la sede falangista en la calle Alcalá. El vehemente discurso de quien hoy es más recordado por sus cualidades de donjuán entre las damas de la alta sociedad madrileña mostraba el estado de opinión de las corrientes más aguerridas del régimen. A Rusia la culpaba el cuñadísimo nada menos que de la guerra civil, propiciada por “la agresión del comunismo”. De esta forma, parecía señalar el momento de que recibiera su merecido castigo: “El exterminio de Rusia es una exigencia de la historia y del porvenir de Europa”.

Eran momentos de gloria para Serrano Suñer, por entonces en pleno romance, de reciente evocación televisiva, con la estilosa Sonsoles de Icaza, musa de Balenciaga. Como si del macho alfa del régimen se tratara, Suñer pugnaba por un mayor apoyo a Hitler, que se concretó por aquellos días en el envío de la División Azul. El Führer parecía en aquellos momentos omnipotent­e, disputando todos los frentes bélicos a la vez y aparenteme­nte victorioso en todos. Aspiraba a ser el nuevo imperator germánico, émulo de aquel Federico I Barbarroja al que eligió para darle nombre al ataque contra el oso ruso. Su intención era caer enseguida sobre Leningrado, Ucrania y Crimea para llegar a Moscú antes del invierno y completar una aplastante guerra relámpago. En pleno solsticio de verano el futuro se antojaba luminoso, desde Berlín y desde Madrid, pero cuando llegara el general invierno, no sólo los modestos divisionar­ios españoles iban a verse sorprendid­os por el frío. En el océano Pacífico diciembre es otra cosa. Quizá el clima cálido exaltó los ánimos japoneses, que, también por sorpresa, lanzaron sus aviones como afilados dardos contra un punto en el mapa: la base americana de Pearl Harbor. La tragedia que provocaron abriría las puertas a la entrada de los estadounid­enses en las operacione­s bélicas enfrentánd­ose a las potencias del eje (Alemania, Italia y Japón). Como han demostrado esta misma semana Barack Obama y su homólogo nipón, Shinzo Abe, las heridas todavía están cerrándose setenta y cinco años después.

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El cuñadísimo, ardoroso en el amor y la guerra
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Pearl Harbor, una herida abierta 75 años
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