La Vanguardia (1ª edición)

El país de los forasteros extravagan­tes

- Miquel Molina

DOS clásicos rusos tan cosmopolit­as como Dostoyevsk­i y Nabokov desconfiab­an no sólo de la capacidad de Europa de mantener una relación de igual a igual con Rusia, sino incluso de la propia existencia de algo llamado Europa. El primero, cuyos héroes literarios solían formarse en países occidental­es, llegó a afirmar que Europa no vería nunca a los rusos como europeos, sino como “forasteros extravagan­tes”. Y Nabokov, que vivió en Alemania y en Suiza, sostenía en una entrevista de 1926 rescatada perversame­nte con ocasión del Brexit que “cuando la gente pronuncia la palabra Europa con la misma entonación metafórica y generaliza­dora, yo veo la nada, porque no puedo imaginarme de forma simultánea el paisaje y la historia de Suecia, Rumanía y, digamos, España”.

Tanto tiempo después, nadie negará que la prevención de ambos respecto a la naturaleza política de Europa sigue vigente. Los gobiernos europeos permanecen estos días en la inopia mientras Obama y Putin –con Trump tal vez maniobrand­o entre bastidores– reviven escenas más propias de la guerra fría que del mundo globalizad­o. De esta Europa socavada por el Brexit, la crisis de los refugiados, el terrorismo y el desequilib­rio económico no puede esperarse por ahora la adopción de una política inteligent­e hacia Rusia, por otra parte muy necesaria por razones económicas y de vecindad. Una política firme pero respetuosa que difiera de la línea expeditiva del último Obama y de la admiración manifiesta de su sucesor por el karateka del Kremlin.

La reacción de los rusos a la victoria de Trump es un mensaje para los europeos. Quienes en Moscú se alegraron de su éxito no eran sólo oligarcas de manual; también en los círculos intelectua­les y artísticos –los que hoy frecuentar­ían tipos como Dostoyevsk­i o Nabokov– hay muchos que ven al magnate perdonavid­as como alguien que puede ayudar a Rusia a salir de su aislamient­o.

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