“Sólo con el miedo no se moviliza a los votantes”
Cas Mudde, experto en extremismos y populismos en la UE
En Europa primero y desde el 2008 en Estados Unidos, Cas Mudde (Amsterdam, 1967) ha consagrado su investigación académica al estudio de los extremismos en la UE y a responder a una pregunta crucial: cómo pueden las democracias liberales occidentales defenderse de los desafíos que plantean los movimientos extremistas y populistas sin renunciar a sus valores centrales. Profesor asociado en la Universidad de Georgia (EE.UU.) y coeditor del European Journal of Political Research, Mudde advierte que el populismo está aquí para quedarse por una temporada pero también que se le puede vencer.
¿Cómo ve el panorama actual en Europa?
Estamos en un periodo diferente en el que la democracia liberal está siendo contestada dentro de la UE en muchos países por partidos antiliberales, la mayoría populistas, y gente como Viktor Orbán. Las respuestas de los partidos tradicionales a los problemas han sido parciales, parches, como endurecer las leyes de asilo, el acuerdo con Turquía o facilitar los referendos, pero ninguna cambiará nada si no forman parte de un proyecto político e ideológico más amplio. Quizás no veamos a las mayorías votando a populistas pero sí una creciente fragmentación porque ningún partido es particularmente atractivo, un ascenso de los populistas y una caída de la participación.
¿Dónde están las raíces de la ola populista actual? ¿En la crisis de refugiados, la del euro...?
Hay que echar la vista mucho más atrás. Ya en los años 90 los partidos populistas de ultraderecha tuvieron un gran éxito en países como Francia, Austria o Dinamarca. Ahora se han propagado: tienen más éxito donde antes de la crisis ya les iba bien y hay también populismo de izquierdas en algunos países. Las crisis actuales han sido más un catalizador que una causa.
¿Estamos ante un fenómeno duradero o episódico?
Es peligroso asumir que los populistas no pueden aguantar en el poder. Algunos llevan bastante tiempo en el poder, como Orbán en Hungría, el Partido del Pueblo Danés o en su día Silvio Berlusconi en Italia. No hay que quedarnos con unos pocos casos espectaculares en que llegan al poder y se desmoronan, como pasó con la Lista Pim Fortuyn en Holanda o el FPÖ en Austria (que ahora vuelve más fuerte que nunca). No digo que vaya a durar cien años pero durante la próxima década el populismo va a seguir siendo muy relevante en muchos países europeos.
¿Son un desafío o una amenaza
para la democracia?
Los populistas que más éxito tienen combinan el populismo con otra ideología. En la derecha suele ser alguna forma de nacionalismo y en la izquierda, de socialismo. En el caso del populismo de ultraderecha, el que más éxito tiene, la amenaza no es tanto para la democracia como sistema en que se vota y la mayoría selecciona un líder, lo que no cuestionan, sino la democracia liberal, el sistema de controles que existen sobre la mayoría (el Estado de derecho, los derechos de las minorías o la existencia de medios de comunicación independientes). Reniegan de los derechos de minorías como los musulmanes, pero el populismo se dirige más contra la independencia de los medios o el sistema judicial, como se vio muy claramente con Berlusconi, ahora con Orbán y el fenómeno Trump, pero también con Syriza, que trata de controlar los medios y acusa a los jueces de ir contra la voluntad de la gente.
El auge de estos partidos se ha traducido en un aumento de los referendos.
Los populistas adoran los referendos. Tradicionalmente están en la oposición y es su manera de romper el poder establecido, pero una vez llegan pueden estar tentados de usarlos de forma más instrumental y a no seguir la voluntad de la gente. El ejemplo más claro fue el referéndum convocado por Alexis Tsipras en Grecia en el 2015 (contra las condiciones del rescate europeo). Lo ganó y luego ignoró el resultado. Los referendos encajan bien en la lógica totalitaria, pero en la práctica los populistas los usan más como arma de oposición, no cuando están en el gobierno, porque podrían limitar su poder.
Afirma que la política de “no hay alternativa” ha sido crucial para el auge populista.
Durante la última década, hemos visto cómo la política se apartaba de la ideología. La UE era un proyecto muy ideológico en su origen, un plan para evitar la guerra basado en la colaboración internacional y la integración de los mercados. Se vendió como algo positivo, como una identidad posnacional, pero cuando la UE empezó a ser menos popular y llegó la crisis, todos estos aspectos positivos dejaron de mencionarse. El discurso pasó a ser que “no hay alternativa” o que la alternativa sería mucho peor. Para defender la integración europea o la austeridad no se decía que fuera positiva o que esa política funcionara, sino que no había alternativa, que si no todo se derrumbaría. Se pasó a una agenda política en la que no había nada que discutir o a la política del miedo por parte de los partidos tradicionales. Se vio con David Cameron con el Brexit o en la zona euro con la austeridad. Esa táctica puede frenar a la gente, pero no entusiasma a nadie. La gente puede aceptarlo, pero luego deja de participar en la vida política porque, total, no sirve para nada. O empieza a protestar, decide probar otra cosa y vota a los populistas.
¿Es lo que pasó en Estados Unidos?
Hay mucho de eso en la campaña de Hillary Clinton, aunque su mensaje era más positivo que el de casi cualquier partido en Europa. Defendió explícitamente un país multicultural y tolerante, algo que aquí no se ve mucho. Pero su proyecto social y económico consistía en decir que en la era de la globalización no podemos hacer ciertas cosas. Luego pasó a la campaña del miedo, centrándose en lo malo que era Donald Trump. No olvidemos que ganó el voto popular por 2,5 millones de papeletas, pero teniendo en cuenta lo problemático que era su rival, la campaña de Clinton fue más bien floja. Básicamente, consistía en decir que el otro era peor. Pero mucha gente, sobre todo en países con dos partidos dominantes, no decide entre dos personas, sino entre votar a uno o no votar. Para hacerles salir a la calle, o les convences de que la alternativa es terrible o planteas un proyecto positivo en el que puedan creer. Pero sólo con el miedo no se moviliza a los votantes. A corto plazo el miedo puede hacer que vayan a votar, pero eso no dura. La gente no va a ir a votar elección tras elección sólo para mantener a los malos fuera. Quieren votar por algo en lo que creen, no en contra de alguien a quien temen.
“Hay que defender lo positivo de la UE y abandonar el discurso de ‘no hay alternativa’”
¿Es esa la salida para frenar el populismo, una agenda más positiva?
“Clinton defendió un país multicultural y tolerante, pero luego sólo atacaba a Trump”
Sí, sin duda. Es esencial que los partidos políticos reivindiquen su ideología y dejen claro qué ofrecen. En los grandes discursos sobre democracia no se habla de los derechos de las minorías, del Estado de derecho o de la independencia de los medios. Gran parte de la política económica actual la hacen los bancos centrales, que limitan tanto la actuación de los gobiernos que o bien los políticos son abiertos y dicen claramente al votante que tienen poco poder, o bien recuperan ese poder. La gente no es tonta y ve que los políticos tradicionales son hipócritas y mienten, no tienen la legitimidad que tenían en los años 60 o los 70. No sólo tienen un problema con el mensaje, sino también con el mensajero y deben resolver ambos. Es un proceso que les llevará décadas.
¿Impedirá el sistema electoral francés una victoria de Marine Le Pen?
Los sistemas no impiden que determinada gente llegue el poder. Pero en Francia tienen el cordón sanitario más fuerte y además Marine Le Pen se enfrentará a un rival de derechas (François Fillon), así que la única manera de ganar que tendría el Frente Nacional sería atrayendo al voto de centro y de izquierda, y eso va a ser muy difícil.