Por un mundo de poetas y matemáticos
El gran reto del 2017, además del cambio climático y el populismo, será que China y EE.UU. se entiendan
Hace un año escribí que Hillary Clinton sería presidenta de Estados Unidos y que el Reino Unido decidiría seguir en la UE. Está claro que esta columna no es una bola de cristal. No sirve para predecir terremotos, pero algo ayuda, sin embargo, a interpretar las corrientes de fondo que mueven el mundo. El mismo día que me equivoqué con Trump y el Brexit dije que la desigualdad definiría el 2016 porque la clase media estaba muy descontenta con una globalización que la empobrece.
Esta frustración, sin la que no se puede entender el rechazo de los británicos a la UE y la inesperada llegada a la Casa Blanca de un magnate sin experiencia política o militar, se mantendrá aún durante muchos años, lo que obligará a los líderes occidentales a tomar decisiones estratégicas para las que todavía no parecen preparados. El tiempo se les va en resolver crisis internas y conflictos regionales más que en crear un nuevo orden que pueda mantener la estabilidad en el mundo.
Muchos analistas consideran que los acontecimientos de este año demuestran que el orden liberal occidental, basado en el libre comercio y alianzas militares como la OTAN, se tambalea. Se menciona con frecuencia que estamos como en 1914, antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, o en 1933, año en el que Adolf Hitler ganó las elecciones en Alemania.
No hay duda de que la elección de Trump ha sacudido los pilares de la democracia estadounidense y ahora que está a punto de convertirse en el hombre más poderoso del mundo hemos de prepararnos para lo peor porque es un proteccionista y un aislacionista –además de un xenófobo– , que no cree en el multilateralismo y sí en el rearme nuclear.
Creo, por tanto, que el riesgo de conflicto aumentará en el 2017. No sólo por Trump, sino porque este ha sido el año de la demagogia y el caudillismo.
Miren si no a Putin en Rusia, Erdogan en Turquía, Modi en India, Duterte en Filipinas y Xi en China. Todos hacen bueno un viejo proverbio yiddish, que dice que “una mentira es una mentira, dos mentiras son dos mentiras y tres mentiras son política”.
El populismo y la xenofobia estarán presentes en las elecciones programadas para 2017 en Francia, Holanda, Italia, Alemania y Chequia. También en el referéndum que organizará Erdogan con el objetivo de reforzar aún más su poder. No creo que Le Pen vaya a ganar las presidenciales francesas pero sí creo que acabaremos el año con un partido neonazi en el Parlamento alemán. Los valores republicanos franceses se impondrán al extremismo del Frente Nacional y la UE superará así un gran escollo. Merkel, por su parte, ganará un cuarto mandato y encontrará la manera de aislar a los diputados de Alternativa por Alemania. La canciller será el andamio que sostendrá a la UE.
Es muy posible que veamos la derrota del Estado Islámico en Irak y Siria, lo que no supondrá el fin de la amenaza yihadista y de los atentados en Occidente. Los sirios dejarán de matarse pero no vivirán en paz, mientras que Israel seguirá colonizando los territorios palestinos en busca de unas fronteras imposibles.
Estas crisis, sin embargo, pertenecen al pasado y aunque puedan darnos un año tan calamitoso como 2016, no tienen un efecto directo sobre nuestras vidas ni afectan, todavía, a nuestra organización social y política.
Entre las amenazas sistémicas que se consolidarán a lo largo del 2017 está el ciberterrorismo, los combustibles fósiles, las migraciones y la preeminencia económica, política y militar de China.
Los piratas informáticos del Kremlin han influido en la elección de Trump y es muy probable que lo hagan también en las campañas electorales europeas. La lucha contra el cambio climático se debilitará si el nuevo presidente de EE.UU. cumple la promesa de impulsar el consumo de gas, carbón y petróleo.
El calentamiento del planeta agrava las sequías en África y, sin una agricultura viable, los jóvenes africanos seguirán caminando hacia las costas mediterráneas, desde donde intentarán alcanzar Europa. China dominará buena parte de los titulares de prensa en el año que ahora comienza. Ha recuperado la preeminencia mundial que ha tenido a lo largo de casi toda su historia. Desde Mao no había contado con un líder tan fuerte y ambicioso como el presidente Xi Jinping, que en otoño, durante el congreso del Partido Comunista, verá renovado su liderazgo hasta el 2022.
China es cada día un país más cerrado y represivo. La economía crece al ritmo más lento de los últimos 25 años y el gobierno teme el efecto que la disidencia puede tener en una población que no mejora su nivel de vida. De ahí que la censura en los medios de comunicación y las redes sociales sea extrema.
Esta represión interior, de raíces maoístas, va acompañada de una expansión exterior. China construye islas en aguas que otros países reclaman como propias. Su ejército y su economía le permiten hablarle a EE.UU. de igual a igual. Este diálogo debe mantenerse y creo que el gran reto del 2017 será que Xi y Trump se entiendan.
El mundo depende de ello, un mundo que, a pesar de todas sus crisis, está lleno de gente increíble que nos enriquece con su cultura y su ingenio, sus habilidades y sensibilidad. Si las democracias liberales tienen algún futuro –y estoy convencido de que sí– necesitan a más poetas y matemáticos en el círculo de asesores, gente que combine la imaginación con la lógica en busca del orden y la verdad. No somos inocentes, pero seguimos siendo ignorantes. Nuestro progreso depende de estos sabios, y de algún médico que nos mantenga vivos, claro. Feliz 2017.