Buenos deseos
Los mejores deseos para el nuevo año no evitarán ni sus alteraciones ni sus turbulencias. Esperar el futuro con optimismo es un buen antídoto ante lo que pueda suceder pero sin olvidar que el mañana es incierto por naturaleza. Eso no evita que la agenda marque momentos, pautados unos, inconcretos todavía otros, que puedan suscitar, a la avanzada, problemas y tensiones como los que preocupan a José Manuel García-Margallo. El exministro de Exteriores vaticina que el año que empieza esta medianoche será de muy alto voltaje en lo que se refiere a Catalunya. Lo dice quien tuvo que torear las críticas de los suyos por haberse ocupado del procés teniendo la cartera que tenía. Hablando de una cuestión interna, como la definen diplomáticamente las cancillerías europeas, le recriminaban los propios y le agradecían los beneficiados, le daba rango internacional al problema catalán que su presidente orillaba mientras su Gobierno lo ponía en manos de la Abogacía del Estado.
Superadas las elecciones y el largo período de interinidad, asumida la minoría del Partido Popular y la necesidad de pactos que su Ejecutivo no quiso practicar con antelación a causa de la arrogancia que otorgan las mayorías absolutas, García-Margallo observa ahora que hay un cambio de enfoque. Es lo que se ha dado en llamar operación diálogo, liderada por su entonces antagónica Soraya Sáenz de Santamaría y que, de momento, se queda en un bonito envoltorio de un paquete del que se desconoce su contenido. Deshecho el lazo de las intenciones y arrancado el papel de las primeras declaraciones estamos a la espera de abrir la caja y descubrir el regalo.
No habrá nada, advierten los independentistas basándose en la permanente embestida judicial fruto de las acciones emprendidas en la etapa anterior y de las que algunos jueces desearían deshacerse. Empezando por los del Tribunal Constitucional. Pero como no hay acción sin consecuencia, de los polvos levantados por aquella brigada Aranzadi llegan ahora los lodos a un terreno que Mariano Rajoy quisiera baldío para así poder trabajarlo sin obstáculos a pesar de José María Aznar. Es obvio que no va a ser así. Y que las tensiones acumuladas van a provocar alguna explosión política. Está por ver su dimensión real que también, a su vez, tendrá que ver con el papel que vayan a desarrollar los múltiples agentes de cada bando. Pero viendo cómo se entrecruzan los intereses y se divorcian las diferencias, lo que está claro es que el 2017 puede ser el año que viviremos peligrosamente.
Es cierto que ya llevamos algunos repitiendo pronóstico. Desde el 2014 de Carod al 2016 de Mas. Y ya sin ninguno de los dos a lo que hemos llegado es a un progresivo deterioro de la situación que hace pensar que el final está más cerca que el inicio. La duda que aporta el nuevo año es ¿qué final?
La ‘operación diálogo’ por ahora se queda en un bonito envoltorio de un paquete con contenido desconocido