El año que viviremos peligrosamente
La victoria de Donald Trump en EE.UU. ha desatado el unánime presagio de que la llegada del nuevo presidente a la Casa Blanca irá acompañada de más inflación, subidas de los tipos de interés y más crecimiento, por lo menos en la primera economía del mundo.
¿Puede la banca europea comenzar a frotarse la manos ante esa perspectiva de posible encarecimiento del dinero y de recuperación de sus márgenes de beneficio? ¿La española podrá soñar con compensar el efecto devastador de la decisión de la justicia europea de hacerle pagar todo el dinero indebidamente cobrado a los hipotecados gracias a las cláusulas suelo?
Sólo el paso del tiempo responderá a esas preguntas, pero los banqueros no deberían apresurarse. Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), se ha comprometido públicamente a mantener los tipos prácticamente negativos por lo menos hasta finales del año que comienza. El problema que tiene el italiano para mantener su palabra es que Trump viene con un programa bajo el brazo –monumental rebaja de impuestos y más gasto público– que sólo podrá aplicar succionando enormes masas de dinero del resto del mundo. Más deuda. Y eso quiere decir un dólar con tipos de interés altos, atractivos para los inversores. En esa línea han reaccionado los mercados, encareciendo el rendimiento de los bonos de deuda pública de una parte del planeta.
El riesgo para el BCE es que el dinero tienda a huir de la eurozona para alimentar la recalentada economía norteamericana en busca de rendimientos más elevados. Ya sucedió con Ronald Reagan en los ochenta y con Bush junior a principios de este siglo. En esta nueva versión queda por saber cuál será el grado de
aventurerismo que incorporará Trump en su gestión. Hasta ahora, los inversores, por lo general ricos, excitados por la perspectiva de pagar menos impuestos y de más pedidos federales para las grandes empresas y los fabricantes de armamentos, han tirado de los mercados hacia arriba. La Bolsa de New York lleva semanas a punto de alcanzar el récord de los 20.000 puntos. Como siempre ocurre, los seres humanos compran sin dudar las promesas que les convienen y desdeñan las amenazas o peligros que conllevan.
El futuro pulso entre la Reserva Federal de EE.UU., con la ayuda de buena parte del establishment alemán, tirando de los tipos hacia arriba, por un lado, y el BCE, intentando mantenerlos en el nivel más bajo posible, por el otro, marcará la suerte de los endeudados de la eurozona, sean estos estados, empresas o titulares de hipotecas. Especialmente los de los países del sur
Pero, sobre todo, permitirá calibrar la vigencia de la hegemonía económica norteamericana. Las ofensivas neoliberal y neocon de Reagan y Bush junior –que en el terreno económico no fueron contestadas durante el interregno Clinton– implicaron el ascenso de las finanzas, los banqueros de Wall Street, no sólo en EE.UU., sino en el conjunto de la economía mundial. Y un crecimiento basado sobre la deuda, las burbujas y la especulación.
Trump es una contradicción ambulante. Su victoria ha sido posible en gran medida gracias al voto cosechado con sus promesas de reindustrializar EE.UU., pero sus propuestas concretas conducen hacia un dólar fuerte y altos tipos de interés que frenarán las exportaciones y estimularán las importaciones. El sector más competitivo de la economía del país está formado por empresas tecnológicas, como Apple, Google o Facebook, por citar sólo ejemplos conocidos, con los que el nuevo presidente mantiene relaciones tensas, que son poco intensivos en puestos de trabajo, y tienden a producir en el exterior. La hegemonía militar y económica de EE.UU. en el mundo está muy vinculada a esas empresas tecnológicas con las que tarde o temprano deberá alcanzar algún tipo de acuerdo. Él ya les ha prometido un regalo fiscal si repatrían la enorme masa de beneficios que tienen embolsados en el exterior.
En el frente geoestratégico, con Reagan, el enemigo a batir fue la antigua Unión Soviética. Su caída permitió una expansión hasta entonces desconocida del capitalismo. Con los Bush, las ambiciones fueron más modestas y se limitaron a asegurar el control sobre la materia prima más preciada, el petróleo. Al precio de la desestabilización y destrucción de buena parte de Oriente Próximo.
Con Trump, el choque se anuncia con China, motor del crecimiento mundial durante los últimos lustros, pero principal desafío a la hegemonía estratégica de EE.UU. por lo menos en Asia, la zona económicamente más activa del planeta.
La denuncia de las malas prácticas chinas –manipulación del yuan, malas prácticas ambientales, violación de los derechos de propiedad intelectual...– del futuro presidente apuntan a una renegociación de las relaciones globales entre ambos gigantes. Un cambio de escala global que conmocionará la economía mundial.
La incógnita Donald Trump aún no ha empezado a despejarse y ya está sacudiendo mercados y economías. Sin duda el nuevo año llega cargado de emociones peligrosas.
La subida de los tipos de interés y los choques con China marcarán el año que comienza