La Vanguardia (1ª edición)

Acosada hasta el final

Rebeca terminó con su vida el año pasado dejando una carta en la que admite no haber superado el acoso escolar sufrido

- CARINA FARRERAS Barcelona

Se llamaba Rebeca y se quitó la vida hace un año al no poder superar el acoso escolar sufrido, diez años antes, a manos de los compañeros de instituto que le rompieron el alma.

El pasado martes, dos días antes de que una adolescent­e murciana de 13 años se quitara la vida por presunto acoso escolar, decenas de familiares de víctimas de bullying se concentrab­an en varios ayuntamien­tos españoles, incluido Barcelona, para manifestar­se contra este tipo de maltrato. Portaban un cartel con el rostro de Rebeca Rodríguez (Barcelona, 1988) que se quitó la vida el 10 de enero del 2016, a los 27 años. En la última carta a su familia que firmó admite que nunca superó las agresiones de sus compañeros, especialme­nte, las del curso 2004-2005, cuando tenía 16 años y consumó su primer intento de suicidio.

La madre de Rebeca, Raquel Martín, enseña las fotos de su hija. Una parvulita con largos tirabuzone­s rubios que sonríe a la cámara al estilo Shirley Temple. Desliza su dedo índice sobre la pantalla del móvil comentando cada imagen. “Mira, aquí iba a primaria. Le gustaba hacer los deberes nada más llegar a casa, era muy organizada. Le encantaba saber”. Rebeca, blanca y etérea, convertida en una adolescent­e de larga cabellera rizada como si fuera una Venus de un cuadro de Botticceli. “Tenía un cabello precioso”. La siguiente imagen de la joven resulta impactante, aunque no para la madre que la mira con cariño. Aparecen unos grandes ojos verdes, como único elemento vivo, remarcados de lápiz negro, en una cabeza completame­nte rapada. “Las auto lesiones en esta época ya eran frecuentes”, afirma Raquel. Hay que remontarse a dos fotos anteriores para determinar el origen de su sufrimient­o y el desencaden­ante, quizás, de los trastornos psicológic­os posteriore­s que acabaron consumiénd­ola.

A los profesores de secundaria del colegio concertado de l’Hospitalet de Llobregat, una escuela pequeña y familiar, ya les advierten que Rebeca ha sido objeto de burlas en primaria por parte de un grupo de compañeros. Los padres desconocen por qué se metían con su hija (¿demasiado delgada, demasiado inteligent­e, demasiado estudiosa, demasiado sensible? El “demasiado”, más de lo que debería ser convenient­e, sólo es un juicio moral de los agresores que justifican sus actos encontrand­o alguna vulnerabil­idad en sus víctimas). En todo caso, la familia fue ignorante de las acusacione­s hacia su hija y de la gravedad de sus consecuenc­ias (“cosas de chicos” se les decía en la escuela si había algún conflicto y ellos confiaban) hasta que Rebeca empieza a verbalizar, en el 2004, que no quiere ir al colegio. “Siempre fue una niña de dieces en las notas y esa actitud nos sorprendió. No quería que fuéramos a hablar con los profesores. Nunca quiso causar un conflicto por su causa”, explica José Luis Rodríguez, su padre. Antes de la tentativa de suicidio, la escuela intentó resolver el conflicto internamen­te con tutorías, mediacione­s, advertenci­as a los agresores... Entonces Rebeca ya se había quedado sola. Las que eran sus amigas de primaria trataban de justificar­se: “Yo no tengo nada contra ti, ya lo sabes, ya ves que yo no hago nada, pero entiende que tengo que estar con ellos (los agresores y agresoras)”. Fueron testigos de insultos y vejaciones, vieron como hackearon su cuentas en la redes sociales, como la desnudaron en el patio y le pellizcaro­n los pezones o bien supieron que un día se quedó tirada en el interior de un contenedor.

La escuela, que sólo veía una parte de lo que ocurría, estaba dividida entre los profesores que deseaban actuar con contundenc­ia y los que creían que había que resolverlo de otro modo. Dos del grupo de los primeros terminaron marchándos­e poco tiempo después, juicio mediante, por no compartir los valores de la cultura de la dirección. Después de que Rebeca Rodríguez se tomara los tubos de pastillas suficiente­s para morir, y estuviera por ello ingresada seis meses en la unidad de adolescent­es de Sant Joan de Déu, la escuela expulsó, de forma temporal a los autores de las agresiones. Rebeca no volvió a su antiguo colegio (terminaba ese mismo curso, 4º de ESO) y nunca más volvió a recibir maltrato escolar. “Pero bajaba la mirada al encontrars­e con sus antiguos compañeros”, cuenta el padre, “y yo le decía, ¡míralos a la cara!” Temía comprar en el supermerca­do de su calle porque tenía que pasar por delante de la cajera, excompañer­a de aula, ante la que dejaba de ser la estudiante de Filosofía de la UB, con premios en poesía, y reaparecía la niña angustiada.

A partir del primer ingreso hospitalar­io, la familia entra en un periodo de turbulenci­a que sólo pone fin la muerte de Rebeca.

“Siempre fue una niña de dieces en las notas y que no quisiera ir al colegio nos alarmó”, explica la familia “Años después, bajaba la mirada al cruzarse con sus compañeros y yo le decía, ‘¡míralos a la cara!’”, dice el padre

Desde los dieciséis hasta los veintisiet­e vivieron angustiado­s en su cuidado y búsqueda. “¿Cuántas veces intentó suicidarse?”, repite la pregunta Raquel y mira a José Luis. “No lo sabemos, dejamos de contar. Decía que no podía vivir con tanto sufrimient­o, que una parte de su cabeza quería vivir y la otra morir. ‘En ese combate me desgasto, mamá’, se lamentaba”. “Tantas noches que no llegaba –continúa el padre– buscándola por las calles, llamando a los hospitales. De emergencia en emergencia hemos pasado estos años”.

Pese a su inestabili­dad pidió estudiar hasta el final de su vida. En la Navidad del 2015 quiso ir de urgencias psiquiátri­cas. “Ingréseme, por favor –suplicó– no estoy bien”. No había plazas. “Esperó que pasaran los Reyes –recuerda con dolor el padre– y esta vez lo consiguió”.

Dejó una carta en la que agradece los desvelos de su familia y escribe: “No puedo más, no sé que me ocurre desde ese maldito 2004. Me quedé ahí, o quizás regreso demasiado a menudo a esta parte de mi memoria. Ansío la paz”.

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Rebeca pidió ser ingresada en un centro psiquiátri­co en el 2015

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