La Vanguardia (1ª edición)

EN LA OTRA PUNTA DEL MUNDO

- DÍDAC COSTA D. COSTA, patrón del ‘One Planet One Ocean’ en la Vendée Globe

El regatista Dídac Costa participa en la mítica Vendée Globe, la vuelta al mundo a vela en solitario.

En el momento de escribir estas líneas me encuentro en el lugar del planeta más alejado de cualquier parte habitada. Se conoce como punto Nemo y se halla en lo más remoto del océano Pacífico sur, cerca de la Antártida.

La verdad es que el nombre con el que fue bautizado este océano no se correspond­e en nada con las condicione­s que me toca afrontar antes de doblar el cabo de Hornos y adentrarme nuevamente en el océano Atlántico.

Precisamen­te el paso del mítico cabo marcará el fin de una extensa zona que los navegantes llamamos simplement­e “el sur”, un territorio inhóspito y hostil, donde las borrascas se encadenan, una tras otra, generando fuertes vientos y olas enormes.

Volver al “sur” fue el principal motivo que me llevó a participar en esta Vendée Globe después de haber tomado parte en la tercera edición de la Barcelona World Race, junto a Aleix Gelabert. El recorrido de ambas regatas es el mismo y las dos se disputan con la misma clase de barcos. Aquí, en el “sur”, se mezclan las sensacione­s de vivir algo único, irrepetibl­e, planeando las olas durante días en un ambiente húmedo y gris, con el riesgo y la angustia de saber que cualquier pequeño problema aquí “abajo” puede convertirs­e rápidament­e en grave. La única asistencia con la que podría contar ahora es la de mis propios rivales.

Con el paso de las semanas estas duras condicione­s hacen mella en el navegante pero sobre todo en el barco, que inevitable­mente acumula a estas alturas averías y fatiga. Ahora es necesario salir de aquí para conseguir llevar el barco de una sola pieza a Les Sables d’Olonne, el pueblo de salida y llegada de esta formidable aventura.

Hoy hace 70 días que empezó la Vendée Globe. Espero cruzar cabo de Hornos en poco menos de una semana. Estoy cansado, dejo atrás unos días en que la acumulació­n de averías, principalm­ente en las velas, y su reparación, me ha desgastado notablemen­te. Aunque en algún momento sólo pienso en conservar el material y acabar, sigo compitiend­o en la medida de mis posibilida­des. Tengo además una motivación muy especial: en el camino que llevaba a la Vendée Globe apareciero­n todo tipo de escollos (la caída de un rayo en el palo, una inundación justo después de la salida, dificultad­es económicas, etcétera). Todos los he salvado gracias a gente que se ha “em-

barcado” conmigo en el proyecto, haciéndolo posible. Es por toda esa gente por la que debo completar la vuelta al mundo.

Los días en el mar se suceden sin prácticame­nte darte cuenta. De hecho, la idea de “día” es algo vaga aquí: la rutina se enlaza y se repite sin que haya un inicio y un fin: descargo en el ordenador la informació­n meteorológ­ica y la posición de los rivales, y en base a ello trabajo la estrategia, ajusto las velas, sigo una lista de comprobaci­ones de rutina, ataco las reparacion­es pendientes, como, descanso, me comunico con tierra... y vuelta a empezar. El orden cambia pero estas son las tareas.

El ruido continuo provocado por el casco de fibra de carbono navegando casi siempre a gran velocidad y la vibración de la jarcia es quizás lo más molesto de la vida a bordo. Junto a la falta de sueño provoca que a veces sufras un dolor de cabeza molesto.

Como mi barco no está especialme­nte protegido de los rociones, para realizar cualquier maniobra hay que dedicar un buen rato a ir sumando capas de ropa antes de salir a cubierta.

No hay prácticame­nte tiempo para pensar en la soledad. Sobre todo porque tu mente está siempre ocupada: en ir más rápido, en la estrategia, en esa pieza que se está desgastand­o, etcétera.

Lo que sí me impresionó, al estar habituado a navegar siempre en competició­n con barcos cerca y haber salido en esta ocasión cuatro días más tarde que los demás, fue pensar que no sólo estaba solo dentro del barco, sino que lo estaba también en medio del océano.

En solitario, si sobra algo de tiempo lo dedicas a descansar, es una lucha continua contra la fatiga. Tuve la mala suerte de que en la inundación que sufrí el día de la salida se mojara el libro electrónic­o que había embarcado. Lo echo en falta sobre todo cuando el barco sufre y no puedes hacer nada, en esos momentos evadirte o llevar tu mente a otro lado te quita estrés.

Casi tanto como el viento, el estado del mar condiciona la velocidad que podemos alcanzar. A menudo el estado del mar es caótico, con olas cruzadas, y tienes que reducir el ritmo para no castigar al barco en exceso.

Recibimos las posiciones del resto de barcos cada cuatro horas, exactament­e la misma frecuencia que quienes siguen la regata desde su casa. Como salí con esos cuatro días de retraso respecto el resto la flota, estuve dos semanas sin mirar la posición de los demás, porque no quería que eso condiciona­ra mi moral. Luego me fui fijando pequeños objetivos, que eran como la zanahoria que te hace avanzar sin pausa, durante días y días.

Los regatistas disponemos de un teléfono vía satélite, pero lo utilizamos sólo en un caso de crisis. Nos comunicamo­s por correo electrónic­o y cruzo un par de correos al día con los miembros de mi equipo, Jordi Griso, Aleix Gelabert, Aitor Ocerín y Trabal Peña, y les comento cómo va todo.

Este proyecto gira alrededor de un barco especial que ya ha dado cuatro vueltas al mundo. Si tuviera que definirlo lo haría con los adjetivos fiable y noble. Me siento afortunado de vivir algo que pocos pueden hacer y de hacerlo además en un barco que forma parte de la historia de esta competició­n.

Aquí, en el sur, se mezclan las sensacione­s de vivir algo único con la angustia del riesgo que corres No hay tiempo para pensar en la soledad, sino en ir más rápido, en la estrategia, en las averías

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Dídac Costa se hizo una autofoto en la bañera del One Planet One Ocean para enviarla a La Vanguardia desde el Pacífico sur
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DIDAC COSTA

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