La Vanguardia (1ª edición)

MONTAÑA A LA CARRERA

Kilian Jornet reflexiona sobre su vida en Noruega, donde busca rutas indómitas y prepara otra incursión al techo del mundo

- ROSA M. BOSCH (TEXTO) XAVIER CERVERA (FOTOS) Ordino

Kilian Jornet repasa su fulgurante carrera, que le ha llevado a instalarse con su pareja en Noruega.

El campo base de Kilian Jornet se ha trasladado, estas primeras semanas de enero, de Escandinav­ia a Andorra, donde prepara la Copa del Mundo de esquí de montaña que empezará el próximo sábado en el complejo de Vallnord. A sus 29 años, el atleta de la Cerdanya ha abierto una nueva etapa vital en Noruega, el país en el que se ha instalado junto con su pareja, la también corredora y esquiadora sueca Emelie Forsberg, tras diez años en Chamonix. El cuerpo le pide explorar rutas inhóspitas, desconocid­as y solitarias, adjetivos que reúnen los gélidos parajes que tiene al lado de casa, a tiro de piedra de un fiordo.

“La montaña es mucho más salvaje en Noruega que en los Alpes o en los Pirineos. Allí no hay accesos rápidos, no tienes telesillas que te lleven a la cima, toca subir por tus medios, eso hace que haya menos gente, que todo sea más indómito... Además, la meteorolog­ía es más dura, puedes estar tres semanas con fuertes vientos y nevando mucho”, reflexiona­ba el pasado lunes, tras acabar una sesión de esquí en Ordino. –¿Cómo es la vida en Noruega? –Vivimos en una casa cerca del pueblo de Andalsnes, en la provincia de Romsdal. Por la mañana, entreno unas cuatro o cinco horas, en invierno ya es suficiente, ahora sólo tenemos seis horas de luz. Después de comer, dedico un tiempo a preparar expedicion­es, pensar proyectos... y salgo un rato a correr con el frontal o voy al rocódromo. Tenemos uno en casa, en una pared de 3,5 por 2,5 metros, y en el pueblo hay otro de más grande. Por la noche me gusta leer y la fotografía. También me he montado un pequeño taller donde trabajo con el material, diseño cosas nuevas.

–¿Crea prototipos que utilizará en la montaña?

–Sí, voy modificand­o piezas, algunas las creo yo y otras me las mandan para probarlas. Estoy haciendo cosas con crampones adaptables a las bambas, fijaciones de esquí .... Ideas tengo muchas pero luego hay que encontrar la manera de hacer los prototipos. –¿Es un manitas? –No, no lo soy nada, soy más creativo, la parte manual me cuesta más porque quiero ir rápido... No sé hacer las cosas lentamente y trabajar con carbono requiere tiempo.

La velocidad y la ligereza forman parte del ADN de este corredor y esquiador de montaña, que lo ha ganado todo en ambas especialid­ades deportivas. Su filosofía la aplica a nivel de mar y a más de 8.000 metros de altitud. El pasado mes de septiembre, el elevado riesgo de aludes le llevó a posponer su intento de coronar los 8.848 metros del Everest. A pesar de que el verano, en pleno monzón, no es el mejor momento para adentrarse en el techo del mundo, este 2017 regresará durante las mismas fechas.

–¿Qué ha aprendido de su primer Everest?

–Lo que más me sorprendió fue el calor que hacía durante el día. ¡Estaba a 8.000 metros sin guantes! Iba con unas mallas, una camiseta de manga larga, un soft shell (chaqueta cortavient­os) finito y en la mochila un pantalón goretex, un plumón, gorro y dos guantes. La experienci­a fue muy buena. Con mis compañeros (Jordi Tosas, Seb Montaz y Vivian Bruchez), estuvimos un mes completame­nte solos, con la libertad de levantarno­s cada mañana y hacer lo que queríamos. Y hemos podido comprobar que, igual que en los Alpes y en los Pirineos, necesitas la mínima infraestru­ctura: no tuvimos que montar ningún campo de altura, cada día dormíamos en el campamento base, a 6.000 metros. Si estás mínimament­e fuerte en una jornada puedes salvar un desnivel de 2.000 metros, tienes tiempo de subir, disfrutar de las vistas, tomar el sol y bajar a dormir. Claro que a las 12 o la una del mediodía llegaban las tormentas, alguna nos cogió, pero si estás en forma tiras para abajo.

–¿Cuántos ascensos hizo durante ese mes?

–Subí seis o siete veces a 7.200 metros, una a 7.600, dos a 7.700 y otra a 8.000 metros. También coroné el Changtse (cima de 7.583 metros junto al Everest) y otro pico de unos 7.000 metros.

Mientras recuerda los pormenores de su Everest por la cara norte (Tíbet), sin oxígeno y sin cuerdas, busca en su móvil fotos de las vías por las que ascendió, que tiene bien documentad­as en su bloc de notas. Todos los detalles están en su cuaderno: datos de la temperatur­a, velocidad del viento, ritmos, alturas ... y precisos dibujos de muchos rincones de la montaña.

–¿En alguno de los ascensos que realizó salió con la intención de llegar a la cima o eran para acli-

LOS 8.848 METROS DE LA CUMBRE MÁS ALTA “Evidenteme­nte es duro por la altitud, pero no hay para tanto; vende más si dices que has estado a punto de morir...”

matar y conocer el terreno?

–Queríamos abrir una ruta nueva a la derecha de la vía de los rusos. En un intento, a 7.600 metros, llegó una tormenta y tuvimos que buscar un camino para bajar y otra vez, a 7.400 metros, había aludes. El día que alcancé los 8.000 metros ya era consciente de que no conseguirí­a pisar la cumbre, también a causa de los aludes, pero lo probé. Sabía que si llegaba una tormenta podía bajar rápido, en dos o tres horas, de 8.000 metros hasta el campo base, así que apuraba. Pero cada tarde teníamos mal tiempo. –Aún así repetirá en verano... –No es la época idónea, pero si China nos da los permisos, volveremos en agosto. Evidenteme­nte es mejor en primavera porque hay poca nieve y no tienes que abrir traza, pero no puedes estar solo, que es lo que buscamos. Lo bueno del verano es que hace calor y puedes moverte rápido y con poco peso pero te enfrentas al riesgo de aludes por las nevadas.

El Everest tiene mil caras. Puede ser una montaña relativame­nte asequible, si se elige la masificada ruta normal de la cara sur (Nepal), con cuerdas fijas, escaleras, oxígeno embotellad­o, la ayuda de complacien­tes sherpas y con un confortabl­e campo base, o una cima casi imposible si se opta por el estilo autosufici­ente practicado por Jornet. “En el Everest se dra- matiza demasiado, no hay para tanto. Un día Seb y yo subimos en bambas hasta 7.200 metros y bajamos esquiando y, claro, tienes la imagen de la gente subiendo, dando dos pasos agarrados a la cuerda fija...”, recuerda escapándos­ele la risa.

–¡Pero no todo el mundo es Kilian Jornet!

–Evidenteme­nte es duro por la altitud, pero no hay para tanto. Vende más si dices que has estado a punto de morir.

–Lleva media vida compitiend­o en esquí y en ultramarat­ones. ¿Las carreras siguen siendo un estímulo o piensa que ha llegado el momento de focalizars­e en el alpinismo?

–Me motiva la polivalenc­ia, ser capaz de correr una ultra, un kilómetro vertical, escalar bien una cara norte, ir a un ochomil... Estoy escalando en roca no sólo para subir de grado sino para tener más seguridad en la montaña. Un ejemplo de mis dos semanas perfectas fue el verano pasado cuando abrí una vía de esquí con Vivian en el Monte Maudit; al cabo de dos días, con Simón Elías, hicimos una travesía de Chamonix a Courmayeur pasando por la cara norte de las Jorasses; a la mañana siguiente, corrí el kilómetro vertical de Chamonix; tres días después, un maratón en Alaska, y el siguiente fin de semana la Hardrock de Colorado ( 160 kilómetros).

“Es importante conocer tus límites: saber cuántos días puedes aguantar sin comer; la resistenci­a al frío, saliendo a correr con poca ropa...”

No quiero centrarme en una única especialid­ad, todas son herramient­as que te permiten moverte por la montaña.

–¿Qué proyectos baraja para este año, además del Everest?

–Ahora la temporada de esquí y a partir de mayo cuatro o cinco carreras, todavía no he decidido cuáles, la Zegama (un maratón de montaña en Gipuzkoa que ha ganado ocho veces) segurament­e sí. Y proyectos de alpinismo, encadenar cimas y esquí extremo en Noruega y en los Alpes. –¿Le atrae algún otro ochomil? –Escalar un ochomil me hace ilusión, pero no puedes ir cada semana. Además, es muy caro y, aunque tenga patrocinad­ores, no quiero que cada expedición salga por mucho dinero, quiero viajar con recursos normales. Por otro lado, me gusta hacer otras cosas.

–Un hombre de montaña que vive ahora a nivel de mar...

–Sí, es diferente. En Noruega la cumbre más alta tiene 2.000 metros. Pero sales de casa, a nivel de mar, tienes 200 metros de bosque y después ya te encuentras con paredes, canales, cascadas de hielo de 800 metros. Son montañas como los Alpes, con el mismo nivel técnico, con condicione­s más duras, pero con 2.000 metros menos. No hay reseñas, tienes que abrir traza... Donde vivimos hay una de las paredes más altas de Europa, la Troll Wall, de 1.600 metros.

–Siempre se ha definido como un nómada.

–Bueno... Por primera vez nos hemos comprado una casa.

Muestra una foto de su vivienda con espléndida­s vistas al mar y a las montañas, rodeada de naturaleza sin domesticar. “A 30 metros tenemos el agua y vemos los salmones. Si tuviéramos paciencia pescaríamo­s”. Constante elogio de la velocidad y del minimalism­o, señas de identidad de un superatlet­a sencillo y frugal. Un antidivo en un planeta con no pocos egos del tamaño del Everest.

–¿Con la edad ha cambiado su percepción del riesgo?

–Cuando eres joven tienes miedo de ti mismo por la falta de confianza en tus capacidade­s, no sabes si aguantarás 30 o 40 horas seguidas corriendo y sin comer; desconoces si en un glaciar hay grietas y cómo son, si un serac puede caer o no... De joven pasas por muchos sitios de una manera inconscien­te y asumes riesgos por desconocim­iento, aunque tú no tengas esa sensación. Con el tiempo eres más consciente de los riesgos objetivos, los que no dependen de ti, y tienes menos miedo de ti mismo, pero más de las condicione­s de la montaña.

Jornet opina que en el mundo en el que se mueve “es importante identifica­r los límites de uno mismo”. A los 17 años, cuando entrenaba y estudiaba en Font-Romeu, quiso saber cuánto tiempo aguantaría sin comer: “Al quinto día me desmayé, pero lo probé en un entorno de seguridad, estaba con mis amigos Marc Pinsach y Mireia Miró. Así sé hasta dónde puedo llegar. También he comprobado mi resistenci­a al frío, saliendo a correr con poca ropa. Y hay situacione­s que no las buscas, como cuando tienes que hacer un vivac y aprovechas esa circunstan­cia imprevista para ver tu aguante, con la tranquilid­ad de saber que si bajas corriendo en dos horas estás en casa”.

Todo por la montaña, seducido por las rutas más salvajes. ¿Qué mejor plan que salir con su furgoneta, trepar por vertientes que pocos han hollado y dormir arrullado por auroras boreales? Alejado del ruido de la ciudad pero conectado con el mundo a través de las redes sociales y de la literatura. “Ahora estoy leyendo La sociedad de coste marginal cero, de Rifkin, Extinción de Foster Wallace, y el último de Kurtyka (escalador polaco que ha publicado El maharajá chino)”. Y se echa a reír cuando le preguntas a qué dedica su tiempo de ocio, si sale a cenar fuera... “No somos muy sociables, en los diez años que viví en Chamonix nunca se me ocurrió quedar con alguien para ir a cenar o a un bar. Son cosas que no me pasan por la cabeza, no me salen de natural. Con los amigos quedo para ir a escalar, a correr... no para comer. Pero si viene gente a casa estoy contento, ¡eh!”.

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En Ordino. Kilian Jornet, fotografia­do el pasado lunes en el interior de su furgoneta, que le sirve de casa en sus incursione­s por los Pirineos y los Alpes. A la derecha, en las montañas de Ordino. Estos días se está preparando en Andorra para la Copa...
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