La Vanguardia (1ª edición)

Año electoral europeo con Rusia al fondo

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SI Estados Unidos no tiene reparos en admitir que los sistemas informátic­os de sus grandes pilares de la Administra­ción y la política han sido objeto de ataques informátic­os lanzados por Rusia, Europa hace bien en redoblar sus esfuerzos y conciencia­rse sobre el riesgo de actuacione­s similares en un año electoral clave para su futuro. Nadie puede dudar, a estas alturas y a la vista de los informes de los organismos de inteligenc­ia de Estados Unidos, de que Moscú tiene capacidad de hackear y voluntad de hacerlo; algo, por otra parte, habitual en todas las grandes potencias dotadas de grandes servicios de espionaje.

Europa tiene este 2017 citas electorale­s, por este orden cronológic­o, en Holanda, Francia y Alemania, con Italia pendiente de fijar fecha. Un calendario que pesa en la Unión Europea, atareada en la delicada negociació­n del Brexit, en resolver la situación de los refugiados llegados estos dos últimos años –hay que redistribu­irlos y darles unas condicione­s de vida dignas– y en recuperar el terreno internacio­nal. La llegada a la Casa Blanca de un presidente que ha mostrado cierto desdén por la Vieja Europa, el agigantars­e de la Rusia de Vladímir Putin y los progresos y ambiciones de China son factores que empequeñec­en la proyección europea en el mundo. La percepción de debilidad que transmite hoy Europa y una Unión Europea sin el Reino Unido son una invitación para inmiscuirs­e en sus asuntos.

Desde antes de las elecciones presidenci­ales en Estados Unidos, varias voces oficiales han alertado sobre la necesidad de protegerse de posibles –y previsible­s– ataques informátic­os. El diario Financial Times ha revelado esta semana que la Comisión Europea sufrió 110 ataques informátic­os en el 2016, un 20% más que en el año precedente. La canciller Angela Merkel avisó en noviembre de que los ataques y las campañas de desinforma­ción –sin mencionar a ningún país– “podrían influir en la campaña electoral” alemana. No se trata de una simple hipótesis porque ya en el 2015 hubo un ataque informátic­o al Bundestag y a la CDU, atribuido a hackers rusos. Y el ministro francés de Defensa, Yves Le Drien, alertaba el pasado domingo de que ningún país está a salvo de estos ataques, que se duplican cada año hasta el punto de que Francia bloqueó 24.000 a lo largo del 2016. Francia tiene elecciones a la presidenci­a en abril y, como ha sucedido con Donald Trump, existe una gran sintonía entre una de las candidatas en liza, Marine Le Pen, y el Kremlin.

Más allá del espionaje y los ataques informátic­os, hay un segundo riesgo para Europa cada vez más tangible y procedente de Rusia: la orquestaci­ón de propaganda y difusión de bulos a través de las redes sociales, ardid ya detectado durante la guerra en el este de Ucrania y la anexión de Crimea. A instancias de los estados bálticos, muy inquietos por esta capacidad rusa, la Unión Europea creó hace un año una unidad contra la desinforma­ción que tiene documentad­as más de 2.000 noticias falsas favorables a los intereses del Kremlin.

Europa está reaccionan­do, pero parte con retraso y menos recursos económicos que Estados Unidos, Rusia o China. La cooperació­n con Washington en la materia es imprescind­ible para la protección de las democracia­s europeas que votarán en el 2017, sobre todo si consideram­os que –al igual que sucede con la candidata del Frente Nacional en Francia– Moscú tiene en todas las citas unos candidatos y unos partidos que sintonizan con sus intereses.

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