El privilegio del desplante
Si yo estuviera de pie en un bar de copas y se me acercara educadamente una señora con vocación simpática, interés aparente en mi personalidad, mi físico y mi prole, me dejaría engatusar y correspondería con deferencias.
–Es usted encantadora y aunque no estoy para pedir teléfonos le agradezco que se haya molestado en cruzar el bar, regalarme los oídos y sugerir que con el tiempo podríamos tutearnos.
Claro que, ¿cómo sé yo cuál sería mi reacción, si esta tesitura nunca se da?
El retorno a la noche barcelonesa en enero es agridulce. La ciudadanía ha invertidos sus ilusiones –y sus euros– en sorteos de Navidad, dispendios familiares y esa costumbre brutal –en el sentido preconstitucional y genuino del adjetivo– del amigo invisible, que tan invisible hace a la población adulta en las noches de enero.
Si justicia es dar a cada uno lo suyo –va por Alfonso Nieto, profesor y rector en Navarra–, enero es un mes despiadado, pero justiciero, porque todo el mundo vuelve a lo suyo.
La otra noche cedí los trastos y ejercí de padrino de alternativa de un amigo que se acercó con fines ulteriores a una señora en la barra de uno de los pocos bares concurridos de la calle Tuset. Por antigüedad en el doctorado, el padrino está obligado moralmente a dar algunos consejos y a seguir de cerca la faena con la ilusión de que sea exitosa.
Mi apadrinado se plantó en los medios con gran decisión. Su voluntad y empeño, sin embargo, se estrellaron ante la personalidad de la señora en cuestión, que no desaprovechó una para castigar cada frase del aspirante a la gloria. ¡Qué revolcones! –¡Si no te acuerdas de mi nombre! (A mi amigo se le había olvidado en minutos, cosas del directo).
–¿Acaso dudas de que una mujer pueda ser amiga de un hombre sin que haya sexo de por medio?
(Naturalmente, mi amigo le dio la razón aunque no se atrevió a decir lo que de verdad pensaba). –Tu amigo es un maleducado... (Eso le dijo al padrino de alternativa, o sea a mí, después de que el debutante glosara su figura física sin incurrir en groserías).
La faena fue un desastre pese a la actitud voluntariosa del debutante, que al menos se doctoró en aguantar chascos, chubascos y carretas.
En un momento dado, a la vista de los revolcones sufridos, gratuitamente, me atreví a pedir tregua en calidad de observador:
–¡Un poco de indulgencia! Que este hombre se ha acercado con buena voluntad y sin faltar al respeto...
–¡Y la suerte que tenéis los hombres de poder elegir!
En eso y en todo, la mujer tenía mucha razón: ¡qué gran suerte tienen los hombres de poder tragar saliva, acercarte con la sostenible intención de caer bien y conceder a una desconocida la prerrogativa de repartir cortes, lecciones y consejos!
El varón tiene la suerte de poder elegir a qué mujer le concede la prerrogativa de que le reparta cortes