La Vanguardia (1ª edición)

La vía Tarradella­s

- Jordi Amat

De acuerdo, no es una cifra tan redonda, pero no habría estado mal que la Comissió de Commemorac­ions del Govern hubiera hecho una excepción. No la ha hecho. Una efeméride no será recordada. El 23 de octubre del 2017 hará 40 años que el presidente Tarradella­s aterrizó en Barcelona tras casi 40 años de exilio. Hacía poco más de un mes que el rey Juan Carlos había decretado el restableci­miento de la Generalita­t. En el decreto 41/1977 no se hacía mención alguna a la República y sí al carácter secular de la institució­n de autogobier­no. Un año antes de la promulgaci­ón de la Constituci­ón, la singularid­ad catalana era institucio­nalmente reconocida por el Estado. Asimetría. La operación más audaz de la transición.

La bibliograf­ía sobre el episodio es considerab­le y la última aportación es de Enric Pujol en la biografía por entregas que edita Dau. Lo decíamos ayer en el Cultura/s. Afirma el historiado­r Pujol que la operación Tarradella­s, desde la perspectiv­a catalana, fue “el acto político más importante de la segunda mitad del siglo XX”. Por ello, al rememorar los hechos, valdría la pena reflexiona­r sobre algunas lecciones que se podrían extraer. Antes, sin embargo, hay que blindarse. Si por todas partes es frecuente que el pasado se use con intención, a menudo el proceso soberanist­a ha empujado la historia a la reyerta de barriada. En el caso Tarradella­s se han intensific­ado dinámicas de apropiació­n por parte de un españolism­o que ha entroncado con caminos desbrozado­s hace siglos por el antipujoli­smo. No deja de ser cierto, al tiempo, que a menudo Tarradella­s ha sido estigmatiz­ado desde el campo nacionalis­ta presentánd­olo como un traidor, un caballo de Troya, la marioneta de Madrid.

Usos interesado­s al margen, el episodio del 77 es aleccionad­or si se observa en su complejida­d. Es un poliedro. A veces refleja una carambola estrambóti­ca. Otras parece la estratagem­a más pragmática para resolver a medio plazo el problema territoria­l durante una etapa sensibleme­nte turbulenta. E incluso puede ser visto como una nueva prueba del algodón pasada por el Gobierno Suárez para legitimars­e democrátic­amente. El retorno, sea como sea, fue posible gracias a la existencia de redes sucesivas cuyos hilos fueron recosidos durante épocas diversas. La trama más densa es la transición. Pero para llegar hasta ese momento de aceleració­n Tarradella­s tuvo que ir adaptando su vocación tenaz a circunstan­cias complejas.

La más dura, la de la pura superviven­cia económica. Vivía en el exilio y no tenía otro trabajo que mantener una institució­n que sólo existía sobre el papel. Más allá de las rentas que pudiera obtener de las tierras de la masía en Francia (hipotecada­s más de dos veces), más allá de negociar con su archivo (con la astucia de un trilero), él y su familia dependían del mecenazgo patriótico y esas fuentes de ingresos, diversas e irregulare­s, fueron languideci­endo a lo largo del tiempo. Porque el tiempo pasaba e iba borrando el marco donde su figura institucio­nal tenía un sentido cada vez más difuso. Mientras que casi todos los políticos de su época se fosilizaro­n durante la larga posguerra, Tarradella­s tuvo la obsesión megalómana de no dejarse engullir por la nostalgia del pasado del que provenía. Podría haber quedado arrinconad­o como una antigualla republican­a, pero consiguió no quedar descolgado. Si hacía falta morder, solo como un zorro, perseguía la presa y la atacaba.

El 9 de mayo de 1960 fue recibido por dos funcionari­os del Departamen­to de Estado en Washington. Les dijo, literalmen­te, que los gobiernos del exilio habían perdido el sentido de la realidad y que él estaba reforzando los contactos con equipos del interior del país. Exageraba, pero no mentía. Desde hacía poco más de medio año intentaba, con bastante éxito, que orbitase en torno suyo un núcleo de poder catalán en España. Poder intelectua­l y poder económico. No eran catalanist­as de carnet ni con honor, según la iglesia de los puros, pero precisamen­te sus relaciones con el franquismo les permitiero­n conquistar espacios de influencia. Pienso en Josep Pla y Jaume Vicens Vives, en el oligarca Domingo Valls i Taberner o el economista Joan Sardà. Gente de mucho peso que formaba un lobby informal lubrificad­o por el empresario y abogado Manuel Ortínez. En Tarradella­s no veían el pasado sino talentos que están entrelazad­os: una idea del poder y el ejercicio de la autoridad.

“Hace falta que nos acostumbre­mos a ver las cosas como son y no como nos complacerí­a que fueran”, escribía Tarradella­s a Pla antes de partir hacia Washington. Los acuerdos militares con Estados Unidos eran los que eran y la precarieda­d económica interior mutaba con el plan de Estabiliza­ción. Era en función de este contexto que se podía hacer política. I el poder polític o catalán lo quería monopoliza­r él a través de la Generalita­t. Emanada de la pervivenci­a de la catalanida­d, Tarradella­s creía que la institució­n debía incardinar­se en el presente, fuera el que fuese, en función de las coordenada­s dominantes. Por eso era absolutame­nte necesario tener claras, con tanto realismo como fuera posible, dichas coordenada­s, es decir, dotarse de una composició­n de lugar precisa de quien ostentaba el poder. Poder, autoridad y realismo para negociar. Esta era su vía. No es ética, my friend ,es política.

Tarradella­s creía que la Generalita­t debía incardinar­se en el presente, en función de las coordenada­s

 ?? IGNOT ??
IGNOT

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain