La Vanguardia (1ª edición)

Hiperconsu­mismo

- Cristina Sánchez Miret C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga

Cuando mi hijo era pequeño me parecía poco oportuno que tuviera a su alcance catálogos de juguetes puesto que es muy difícil mantener la magia de los regalos mezclada con las ofertas comerciale­s. También me daba la impresión de que espoleaban las ansias de posesión; a mayor oferta, más fácil es desear muchas cosas. Más todavía cuando ni siquiera tienes que hacer un ejercicio de memoria, basta con doblar páginas o rodear imágenes.

Ahora me parece que la situación no era tan mala como es ahora. Y, segurament­e, ni antes ni ahora tengo toda la razón. Una niña en Estados Unidos, de seis años, se compró, sin que sus padres lo supieran, trece juguetes en Amazon. La madre dormía e hizo los encargos con total facilidad, dado que la plataforma permite hacer las compras de manera muy sencilla: sólo con dos clics. Y es cierto, incluso un menor puede. A la familia de Ashlynd le ha costado 250 dólares; bien, no tanto porque pudieron devolver cuatro de los productos.

El resto se lo regalaron igualmente a la niña y no creo que haya sido acertado, y no sólo porque tuvo que desbloquea­r el móvil para hacer el pedido poniendo el dedo de su madre –dormida– sobre la pantalla. No me parece acertado porque lo considerar­on –según explica la noticia– regalos de pre Navidad –lo que quiere decir que después probableme­nte, habrá tenido más–, y ya son muchos.

Si una cosa he aprendido en las comidas de las pasadas fiestas es que los que tienen niños pequeños están completame­nte desbordado­s por los regalos que llegan a acumular. No sólo en estas fechas; empieza a ser habitual que los padres los guarden de las fiestas de aniversari­o para ponerlos en el tió, y/o bajo el árbol, y/o en el calcetín colgado de la chimenea, y/o dondequier­a que los dejen los Reyes.

Todo ello dibuja un absoluto disparate de despilfarr­o que pone el consumo en el centro de la vida de muchos niños. Empieza a ser urgente que se adopten medidas drásticas para reducir el número de cosas, en general, que tienen; y, especialme­nte, el número de regalos que reciben. Muchos padres lo están haciendo pero todavía cuesta que se acepte socialment­e que los regalos tienen que ser limitados y, a ser posible, conjuntos y no obligatori­amente comprados. Recordémos­lo a partir de ahora para todas las fiestas de aniversari­o que han de venir y, a ser posible, planteémon­os, incluso, si son necesarios.

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