La Vanguardia (1ª edición)

Horrorizad­a

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Si pudiera, y no fuera un atropello a la lectura, escribiría este artículo en mayúsculas. O le pondría un altavoz gramatical, para que la indignació­n llegara más lejos. Pero las palabras son una jaula, cuando las emociones fuertes sobrepasan los límites del idioma, y aquí estoy, con un cabreo de mil demonios y sin palabras para describirl­o. Sí, ya sé, hay tantas cosas para enfadarse que no vendrá de otra, pero es lo de la gota y el vaso, añadido al cansancio acumulado por tantas viejas batallas que retroceden cada vez que avanzan.

La cosa viene de la mano de la Rusia conservado­ra y lleva un titular sangrante: “Pegar a mujeres y niños para preservar la tradición, la ley que avanza en Rusia”. Rauda a la lectura, la letra pequeña empeora el enunciado y es así como nos informan de que el Parlamento ruso ha dado luz verde a una propuesta para descrimina­lizar la violencia doméstica, porque quieren “preservar la tradición de la autoridad parental” y, por ello, proponen excluir dicha violencia del código criminal, “eliminando el derecho de las víctimas a presentar cargos”. A partir de aquí las penas pasarían, de los dos años de cárcel actuales, a leves multas o arrestos. Y no acaba el cuadro de horrores: la ley ha pasado con 368 votos a favor y ¡uno sólo en contra!, y la diputada Yelena Mizulina (siempre escogen a mujeres para hacer daño a las mujeres), presidenta de la Comisión de Asuntos de la Familia y la Mujer de la Cámara (esto va a mejor…), ha afirmado rotunda y feliz que “en la cultura familiar rusa las relaciones padre-hijo se construyen en torno al poder de la autoridad del padre”, y se ha cargado, con una sola frase, dos siglos de lucha por la igualdad. Así, considera que sería muy grave que “vaya gente a prisión por dos años y se le ponga la etiqueta de criminal por el resto de su vida por un bofetón”. Parece que la estadístic­a del propio Gobierno ruso, que sitúa en 36.000 las mujeres agredidas por sus parejas cada año, y en 26.000 los niños agredidos por sus padres, es un simple detalle. Y vuelta a la tuerca de la minimizaci­ón de una violencia surgida de la mentalidad patriarcal que convierte al padre en padrone absoluto de la familia. Es un horror, una canallada, un sinsentido.

Y una grave regresión en la lucha ingente contra la violencia de género (y su derivada, en la violencia contra los hijos), que nuevamente aleja a Rusia de los principios democrátic­os y la acerca al medioevo. La cuestión es preguntarn­os si estas luchas que creíamos avanzadas están en retroceso, no sólo en Rusia, sino en muchos otros países y esta pregunta, que hoy nos parece insólita, sería necesaria más pronto que tarde. El mundo está cambiando a peor, y no sólo por la consolidac­ión de las tiranías –ninguna avanza hacia la libertad–, sino por la lenta regresión de los derechos fundamenta­les en las democracia­s.

Vienen tiempos oscuros y cabalgan veloces.

Rusia descrimina­liza la violencia doméstica para “preservar la tradición de la autoridad paterna”

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