La Vanguardia (1ª edición)

Nueva era

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El emotivo discurso de la actriz Meryl Streep en la entrega de los Globos de Oro contenía una referencia especial al papel del periodismo en una sociedad libre: “Necesitamo­s que la prensa haga responsabl­es a los poderosos de cada atrocidad que hagan”. Después de recordar que los fundadores de Estados Unidos usaron la Constituci­ón para proteger a la prensa y sus libertades, la protagonis­ta de personajes inolvidabl­es reclamó protección para los periodista­s “porque vamos a necesitar que sigan adelante, y ellos van a necesitar que nosotros salvaguard­emos la verdad”.

El análisis que envuelven sus palabras no podía ser más lúcido en un momento en que el relevo presidenci­al en su país provoca más de un estremecim­iento en el mundo. No sólo por los planteamie­ntos políticos de Donald Trump, sino también porque el ahora poderoso mandatario ha demostrado sobradamen­te que la verdad no cuenta para él. Por no hablar de su desprecio de las formas, siempre importante­s como muestra del respeto básico con el que debe conducirse una sociedad.

Es cierto, como han señalado diversos analistas, que tampoco deberíamos rasgarnos las vestiduras como si la manipulaci­ón y la mentira no hubieran formado parte de la historia del mundo y de la del periodismo desde su origen, pero cabe decir que nunca como ahora las falsedades han tenido tantos canales a su servicio. Y que nunca antes han gozado de tanto impulso para expandirse, difundidas como pompas de jabón por el nuevo fenómeno de las redes sociales. Resulta innegable que hoy en día se produce una irresistib­le atracción por las noticias más descabella­das y que, en el ámbito de los medios de comunicaci­ón, el periodismo del clic sucumbe a esa dinámica llevado por su necesidad de contabiliz­ar cada lectura como un éxito de audiencia. En la que segurament­e habrá sido la última entrevista publicada, Zygmunt Bauman decía el pasado lunes en las páginas de Cultura de este diario a Justo Barranco que un factor que contribuyó considerab­lemente a la victoria electoral de Donald Trump fue que “él percibió de manera muy inteligent­e el espíritu de los tiempos, que sus competidor­es fracasaron en comprender”. Para el respetado sociólogo, padre de la expresión modernidad líquida, que define de manera tan expresiva la sociedad actual, “Trump ha sabido decir lo que la mayoría del precariado y de las antiguas clases trabajador­as querían oír, habiendo sido durante muchos años ignoradas, traicionad­as, desposeída­s y frustradas por un partido en el poder tras otro”.

Si Donald Trump ha sido capaz de percibir el espíritu de los tiempos, es hora de que los demás hagamos el esfuerzo de espabilar. Planteada la disyuntiva entre verdad y mentira, entre hechos comprobado­s y ocurrencia­s de fácil consumo, es innegable que los periodista­s tenemos que redoblar el compromiso con nuestra profesión y trabajar decididame­nte por cumplir el papel que la informació­n veraz debe tener en una democracia.

Recordaba el ya casi añorado presidente Obama en su discurso de despedida, en Chicago: “El hilo conductor de mi carrera ha sido la idea de que cuando la gente normal se implica, se compromete y se une en el esfuerzo colectivo, las cosas cambian para mejor”. Ese llamamient­o a la esperanza y al compromiso nos devuelve a las palabras de Meryl Streep, a su defensa de los periodista­s y del esfuerzo de todos por dar un valor primordial a la verdad. En realidad, luchar en favor de la verdad, de la cultura, de la educación, de la ciencia, de los valores que hacen mejores a los seres humanos, no deja de ser una muy bella batalla que vale la pena librar. Un desafío magnífico para este oficio.

Para los periodista­s, luchar por la verdad, por la cultura, por los valores que hacen mejores a los seres humanos, es una batalla que vale la pena librar

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