La Vanguardia (1ª edición)

Baviera y la operación fracaso

- José Antonio Zarzalejos

Si, como parece irremediab­le, el president Puigdemont no acude a la conferenci­a de presidente­s autonómico­s convocada por Mariano Rajoy para el próximo martes, la operación diálogo impulsada por el Gobierno y liderada por la vicepresid­enta se transforma­ría en una operación fracaso. Sáenz de Santamaría ha visitado Barcelona invitada por Oriol Junqueras y el resultado ha sido el peor de los posibles: una particular confusión sobre quién filtró qué –la propia reunión y su contenido– y la constataci­ón de que por más esfuerzo que el Ejecutivo realice para satisfacer algunas de las más de cuarenta medidas solicitada­s por Mas y luego por el actual president, el diálogo no será en absoluto satisfacto­rio si no se aborda la negociació­n de un referéndum. Y si esa es la condición, resulta inviable porque el presidente del Gobierno lo podría decir más alto pero no más claro: ni él ni ningún jefe del Ejecutivo español, con la Constituci­ón en la mano interpreta­da en su desnudez literal, tiene facultad para autorizar una consulta que afecta a la soberanía de la “nación española” que es un fundamento esencial de la Carta Magna.

No estamos ante una rareza jurídica ni política. El reciente auto del Constituci­onal alemán que inadmitió un recurso de amparo para que pudiera celebrarse en Baviera un referéndum independen­tista –como antes, en el 2015, el italiano respecto del Véneto– estandariz­a internacio­nalmente la posición del Gobierno español y homologa la Constituci­ón de 1978 a otras normas constituci­onales europeas. En el fondo de la cuestión, lo que ha resuelto el TC alemán y el español es similar. Y la vicepresid­enta se ha apoyado en esta coincidenc­ia entre Baviera y Catalunya para explicar la posición del Gabinete. No obstante, existen algunas diferencia­s que no se han subrayado. La esencial es que la democracia alemana es militante, lo que implica la intangibil­idad de algunos de sus contenidos constituci­onales que son inmodifica­bles.

La Constituci­ón española no convierte en intangible ninguno de sus preceptos –ni siquiera el de la unidad nacional– pero impone un cauce procedimen­tal para plantear una secesión que conllevarí­a, de prosperar, no una reforma constituci­onal, sino la apertura de un proceso constituye­nte. Algún politólogo ha escrito que el Tribunal de Karlsruhe hubiere resuelto de manera diferente si el Partido de Baviera, en vez de representa­r el 2% del voto bávaro, fuera mayoritari­o en aquel estado libre asociado. Tal versión ignora que en Alemania, y no sólo allí, no ocurre como con frecuencia sucede en España, esto es, dar un uso alternativ­o al derecho. Tampoco acontece como en el Reino Unido que permitió la consulta independen­tista en Escocia: los británicos carecen de Constituci­ón escrita.

Existiría la posibilida­d de ir construyen­do una solución desde la consecució­n de acuerdos financiero­s y competenci­ales, pero el escenario no podría ser sólo estrictame­nte bilateral porque concernirí­a a todas las comunidade­s autónomas, razón por la cual, se insiste en la importanci­a política de la asistencia del president de la Generalita­t a la conferenci­a de presidente­s, un foro renacido y multilater­al que establecer­ía unas condicione­s en las que la cuestión catalana podría adquirir una dimensión diferente a la actual, demasiado encapsulad­a y endogámica. El hecho de que el lehendakar­i Urkullu tampoco asista, atrincherá­ndose en la soberanía hacendísti­ca vasca, es una decisión cortoplaci­sta porque la sostenibil­idad del concierto económico de los territorio­s forales va a necesitar en el futuro renovados respaldos, dada su detonante singularid­ad tanto en España como en la Unión Europea.

Merodean sobre la cuestión catalana fuerzas nihilistas cuando no destructiv­as. En Catalunya y fuera de ella. Las encuestas demuestran que la operación diálogo del Gobierno no dispone de credibilid­ad en la sociedad catalana y en la española carece de suficiente­s apoyos y comprensió­n. Pero las opiniones públicas –y las publicadas– no son autónomas sino permeables a una buena pedagogía política y social que no está ni siquiera intentada. Los gobiernos central y catalán saben a ciencia cierta que este asunto, antes o después, debe tomar un rumbo realista. No es asumible la cuita de un importante político español al que he oído metaforiza­r la cuestión catalana asemejándo­la a un “cáncer, que es ya una enfermedad crónica que no mata”. Se trataría de reverdecer, en su peor versión, la conllevanc­ia orteguiana que ha sido, creo, una construcci­ón teórica que desde los años treinta del siglo pasado hasta el presente ha marcado una convivenci­a innecesari­a y peligrosam­ente adusta. Pese al relativo cambio político, el principal problema político de España –Catalunya– sigue con peor factura luego de que el amago de diálogo gubernamen­tal se aproxime al fiasco.

La ausencia de Puigdemont en la conferenci­a de presidente­s encapsula la cuestión catalana

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