Una mujer estrella del rock que lo cuenta de milagro
Ella ha sido, es, una figura muy poco habitual dentro de la ya de por sí escasa escena de mujeres rockeras de primer nivel. De Chrissie Hynde hay una percepción gloriosa e intransferible como intérprete de rock y líder de los Pretenders, es decir, rebelde, andrógina, fiera, sexy. Pero siempre hubo en su vertiente escénica, en sus vídeos, la evidencia de un distanciamiento con el aficionado y el oyente, una vida interior guardada para sí misma y nunca compartida. Y en sus memorias largo tiempo anunciadas –A todo riego. Memorias airadas de una Pretender, publicadas por Malpaso– ese distanciamiento con el lector está presente a lo largo de sus más de 350 páginas, con efectos palpables en la no creación de empatía.
Nacida en 1952 y criada en el seno de una familia en una ciudad de Ohio donde imperaban la norma, el buen sentido y los estándares de conducta, la niña se encabritaba de forma natural o por efecto acción-reacción, y ya de bien pequeña disfrutaba orinando en la gravilla o destrozando vasos de vidrio con los dientes. De ahí la llamada de la música siendo adolescente, comenzando con la invasión británica de Jeff Beck y compañía. Fue a Europa, vivió en coches, casas okupadas, bebió sin contención y tuvo especial predilección por la heroína (se intuye que no es exagerada su afirmación de que vive de milagro para contarlo). Llegó a Londres a comienzos de los setenta y experimentó de primera mano el nacimiento del punk, tuvo relación tempestuosa con Ray Davis de los Kinks y una mañana amaneció en la cama con Iggy Pop. Y aunque Hynde parece que no es consciente de su dimensión como estrella del rock, su radiografía de lo que supone ser mujer en la escena del rock’n’roll es distante, pero magnífica.