El sueño frustrado de Federica Montseny
Se cumplen ahora los 80 años de la designación de la anarquista Federica Montseny como ministra de Sanidad de la República. Su política respecto a la prostitución merecería ser debatida en esta Barcelona que flirtea hoy con el turismo sexual.
En un mundo secuestrado por la retórica patibularia de Donald Trump y la emergente internacional populista, las ciudades, espacio natural de convivencia desde el origen de la civilización, se van a consolidar como el referente más fiable para la ciudadanía. Por eso es vital que sus representantes sean conscientes de la trascendencia que tienen las señales que emiten.
Siguiendo un símil bursátil, una bravata ultranacionalista pronunciada por un líder desacomplejado puede tener nulo efecto porque los mercados ya la han descontado; pero determinados mensajes lanzados por el Ayuntamiento de una ciudad que está entre las más admiradas del mundo sí pueden afectar a su consideración global.
Los actuales gobernantes de Barcelona ya comprobaron la relevancia que tienen sus palabras y sus actos cuando, recién llegados a la alcaldía, cuestionaron la apuesta de la ciudad por el turismo. La consecuencia fue que sobre Barcelona recayera un peligroso estigma de ciudad hostil con los turistas.
Pues bien, hay otra cuestión en la que Barcelona flirtea con el peligro. Se trata de la política municipal respecto a la prostitución, marcada también por declaraciones iniciales que situaban al equipo de gobierno en el lado de quienes defienden tesis regularizadoras. Pese a que se descartó la descabellada idea inicial de abrir burdeles controlados por el Ayuntamiento, lo cierto es que la política del equipo de Ada Colau en este ámbito se ha inclinado más por la tolerancia que por combatir esta actividad. Lo demuestra el hecho de que ya apenas se aplique la ordenanza municipal contra la prostitución callejera.
El problema no es que se haya optado por no multar a las prostitutas –una actitud que comparten incluso países abolicionistas como Suecia y Noruega, donde se evita que las mujeres prostituidas sufran un doble castigo– sino que en el último año se han impuesto sólo 89 sanciones a clientes que pedían servicios sexuales remunerados, una cifra irrelevante en una ciudad con tanta prostitución como es Barcelona.
El perfil de las mujeres que ejercen de prostitutas en sus calles, salvo excepciones, es el de una inmigrante controlada por mafias más o menos estructuradas. Resulta por ello llamativo que, al no aplicar las medidas de que dispone para desalentar la demanda, el Ayuntamiento esté desaprovechando la ocasión de luchar en origen contra esta forma de moderna esclavitud.
Tampoco hay que ignorar el riesgo en que se incurre cuando se adoptan políticas de tolerancia respecto a una actividad que está prohibida en varios países del entorno (gracias a medidas impulsadas por gobiernos progresistas). Barcelona, que ya tiene un buen cartel como destino turístico de sexo de pago, debe evitar a toda costa incurrir en un efecto llamada que agrave aún más el incumplimiento de los derechos humanos en sus calles.
Un gobierno de izquierdas que se reconoce deudor de las políticas progresistas de la Segunda República no debería ignorar que se cumplen los 80 años de la llegada de la anarquista Federica Montseny al cargo de ministra de Sanidad y Asistencia Social (de noviembre de 1936 a mayo de 1937). Un semestre en el que, entre otras medidas, ordenó el cierre de burdeles y habilitó “espacios liberatorios” para reinsertar a mujeres que querían dejar la prostitución. La abolición la postergaba para el momento en que hubiera “libertad sexual”.
Más lejos que Montseny fueron aún las fundadores de la corriente libertaria Mujeres Libres, Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comoposada y Amparo Poch. Estas activistas, según cuenta Geraldine M. Scanlon en La polémica feminista en la España contemporánea (Akal), exhortaban a los milicianos a que dejaran de comportarse como “señoritos” acudiendo a los burdeles y a que ayudaran a restablecer la “dignidad de las mujeres”. “Es en el alma del hombre donde hay que destruir la prostitución”, sentenciaban estas avanzadas a su tiempo.