Presidenciable Piqué
No hay personaje más poliédrico en la Liga española, y probablemente en el fútbol mundial, que Gerard Piqué, que ha elegido ser mucho más que un jugador. Alto, guapo, emparejado con una estrella del pop, padre de dos hijos, empresario, ubicuo agitador en las redes sociales, amigo de algunos capitostes de Silicon Valley, influyente activista en los modernos patios sociales, Piqué dijo hace algún tiempo que le gustaría ser presidente del Barcelona. No era broma. Últimamente parece que está en campaña electoral.
Una particularidad de Piqué es su condición de hijo de su tiempo, algo mucho menos habitual en el fútbol de lo que pudiera sospecharse. Los jugadores, incluidas las grandes estrellas, saben que pertenecen a un mundo acotado, en el que su poder está directamente relacionado con su ingenio como futbolistas. Los mejores, caso de Messi, detentan el poder mientras su trayectoria aguanta. Luego pasan a la sombra y, en el mejor de los casos, ofician de mitos activos, caso de Cruyff, sin traspasar nunca la frontera que separa la influencia y el poder institucional, con todas sus derivadas que eso supone: económicas, políticas y simbólicas.
Nadie supone a Messi como un futuro presidente del Barça, aunque ahora casi lo sea de facto. Tampoco a Cristiano Ronaldo en el Real Madrid. El territorio de Messi está pegado al suelo de su prestigio como jugador y lo que eso representa ahora mismo, la desbordante fascinación que produce en la hinchada del Barça y el terror que genera cualquier aparente señal de incomodidad del ídolo. Es tan grande el miedo a perder a Messi que dos dirigentes del Barça acaban de comprobar su gigantesca autoridad. Ni Grau, ni Pere Gratacós volverán a referirse públicamente a las negociaciones con el jugador argentino, cuyos silencios tienen el efecto de un Zeus devastador.
Sin embargo, la agenda de Messi es terrenal, no se escapa a su condición de figura. Se ajusta a su indiscutible autoridad como jugador. Piqué es diferente. Es un excelente futbolista al que el fútbol se le queda pequeño. Tiene un plan que excede al de jugador del Barça y sabe que le favorecen unos cuantos aspectos de considerable calado. Es de Barcelona, nieto de un directivo, ha jugado en el club desde niño y es parte integral del mejor Barça de la historia. Por sí solas, estas referencias no le convierten, ni de lejos, en un presidenciable. Ha habido muchos jugadores con estas credenciales, pero ninguno ha tenido tan claro su plan para el futuro.
Antes de cumplir 30 años, Piqué es el gran referente dentro de la selección del principal debate político español: el problema territorial. No parece contrariado por este papel, difícil de manejar, pero de enorme visibilidad. Tampoco es desdeñable el aprovechamiento que hace del mundo contemporáneo, el de las tecnologías, las redes sociales y la influencia global. No hace mucho, los dirigentes del Barcelona reconocieron que el contrato de patrocinio con la sociedad japonesa Rakuten se había empezado a cocinar por medio de Piqué, cuyo acceso a varios de los grandes patrones de la nueva economía mundial –Mark Zuckerberg incluido– es superior al de los directivos habituales del fútbol.
Es evidente que Piqué ocupa un puesto ajeno al resto de los futbolistas, no del Barça, sino de cualquier lugar. Es una ocupación deliberada. Piqué no engaña a nadie con sus ambiciones, aunque eso signifique la utilización de una agenda exclusivamente propia, como ha sucedido con el agitado debate sobre los árbitros, donde ha superado su condición de jugador para alcanzar la de representante del barcelonismo indignado. Hasta para eso, Piqué sabe cómo funcionan estos tiempos, donde la demagogia rinde fabulosos beneficios. Que tomen nota sus futuros adversarios.
Es un excelente futbolista al que el fútbol se le queda pequeño; tiene un plan que excede al de jugador