Ollas y vajillas
Es que la banca quiere volver a colocar ollas y vajilla a sus clientes?”, bromeaban estos días algunos altos cargos del Gobierno informados sobre las discusiones con las entidades financieras sobre el real decreto que deberá evitar la judicialización de las devoluciones del dinero indebidamente cobrado a los hipotecados utilizando las denominadas cláusulas suelo. Entre las propuestas sobre la mesa, la de los pagos diferidos e incluso en especies.
Pese a los anuncios ministeriales, y que se acerca ya a un mes el tiempo transcurrido desde que se conoció el fallo del Tribunal europeo, el decreto aún no ha visto la luz y hasta en dos ocasiones la comisión general de Secretarios de Estado y Subsecretarios, que preside la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, ha aplazado el envío de la nueva norma al consejo de ministros. Según las fuentes informadas, además de por las discrepancias con el PSOE, también en gran parte por la falta de sintonía entre las propuestas de Economía, ministerio que pilota Luis de Guindos, más ceñidas a las demandas de la banca, y las de Justicia, con Rafael Catalá al frente, más pendientes de las consecuencias políticas.
Por el camino, la banca española ha elevado el tono de sus quejas y el contenido de sus demandas y asegura sentirse vapuleada, como si pensara que ha llegado el momento de decir basta tras casi una década de estar bajo la mirada crítica de la opinión pública. El último llamento más llamativo ha sido el de Josep Oliu, presidente del Sabadell, quien ha cargado contra la justicia europea, que declaró ilegales de principio a fin las cláusulas suelo no transparentes, los tribunales españoles e incluso los abogados que captan clientes para presentar las reclamaciones masivas.
La banca sigue pagando así el pecado de haber financiado indiscriminadamente la burbuja inmobiliaria y de haberse embolsado los enormes beneficios obtenidos en el pasado con ella. En Europa está extendida la imagen de que en algún momento existió en la banca, con el apoyo de los gobiernos de turno, la tentación de utilizar los ahorros de las clases medias y modestas españolas para pagar una parte sustancial del coste del saneamiento bancario. La cadena incluye los fiascos de las preferentes, los desahucios y, al final, las cláusulas suelo. No es extraño que, en consecuencia, los tribunales opten casi invariablemente por la resolución más dura para los bancos.
Ahora, una cierta impaciencia se está fraguando en los cuarteles generales de la banca española. El viento internacional está cambiando, y los banqueros empiezan a sentir la brisa de los nuevos tiempos. La victoria de Donald Trump en EE.UU. ha desatado la euforia.
Según los cálculos del Financial Times, desde las presidenciales estadounidenses, las acciones de los 63 grupos financieros más grandes han ganado en bolsa 430.000 millones de euros. En el caso de los títulos de la banca española, el balance desde el 8 de noviembre, aunque desigual, es también bastante positivo, incluso pese a la sentencia de la cláusulas suelo.
Las acciones del Santander han ganado casi un 17%; Bankia se ha apuntado la ganancia más elevada, 24%; CaixaBank le sigue, por encima del 20%; más modesta es la revalorización del Sabadell, un 9%. Las acciones de dos bancos han caído en este periodo: el BBVA, casi un 4%, y el Popular, un 9%.
Trump postula una receta muy apetitosa para la banca, que además ejecutarán un nutrido grupo de exdirectivos de Goldman Sachs, flamantes altos cargos de la nueva Administración. Anuncia tipos de interés al alza, menos impuestos para empresas y bancos y acabar con lo que califica de exceso de regulación del sector, un cóctel que a los banqueros de todo el mundo les parece lo más cercano al paraíso y les augura ingentes beneficios.
En Europa esos vientos aún no han llegado plenamente. El Banco Central Europeo (BCE) mantiene su política de tipos bajos, aunque habrá que ver por cuanto tiempo, pues está cada día que pasa más cuestionada por Alemania y sus aliados del centro y el norte. Tampoco conviene tomarse demasiado a la tremenda las lágrimas de las entidades financieras, pues Mario Draghi se ha preocupado desde el primer día por contrarrestar el efecto negativo de los bajos tipos de interés sobre sus balances con generosas dosis de dinero ultrabarato para que hagan ganancias fáciles en las mesas de trading, comprando y vendiendo toda clase de activos financieros. En el aspecto regulatorio, ciertamente, en Europa aún siguen implementándose nuevas medidas de control sobre sus actividades.
En fin, que los banqueros europeos, y con ellos los españoles, piensan que, como a sus colegas y competidores norteamericanos, también les ha llegado la hora del olvido de los pecados del pasado y de desprenderse del estigma que les aqueja. También de que las políticas públicas atiendan más claramente a sus intereses. Este será muy probablemente uno de los debates de los próximos meses, a medida que la ola de cambio de Trump se extienda por el mundo, junto con la polémica sobre el modelo de comercio mundial que ese cambio conllevará.
En Europa creen que en España se pensó pagar gran parte de la reforma bancaria con los ahorros de las clases medias