La Vanguardia (1ª edición)

Trump y la caja de Pandora

- Manuel Castells

Hoy es el primer día de Trump como presidente de Estados Unidos. Es un cambio fundamenta­l en ese país y en el mundo. Pero no sabemos cuál. Porque Trump no tiene un programa explícito y sus declaracio­nes son contradict­orias. Lo único previsible de su presidenci­a es su imprevisib­ilidad. Las élites del mundo están nerviosas y no saben qué posición tomar. En Estados Unidos millones de personas se temen lo peor.

Los comentaris­tas intentan descifrar sus políticas a través de los ministros que ha nombrado. Pero resulta que entre ellos hay diferencia­s profundas. El secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, es un ejecutivo de Goldman Sachs, siguiendo así con la tradición de casi todos los presidente­s, incluido Obama, de otorgar la dirección de la política económica y fiscal a Wall Street. Se trataría entonces de una traición a las diatribas populistas de Trump contra el establishm­ent financiero y contra la globalizac­ión. Pero en realidad, el multimillo­nario Wilson Ross, secretario de Comercio, es partidario de revisar y tal vez anular los acuerdos base de la globalizac­ión, el TLC en las Américas, el TPP para el Pacífico y el TTIP para el Atlántico, en línea con lo prometido por Trump a los trabajador­es amenazados por la deslocaliz­ación industrial. Y Peter Navarro, director de Política Comercial, critica China ferozmente.

Más coherente es la serie de nombramien­tos para llevar a cabo una desregulac­ión masiva de la protección del medio ambiente, del seguro de salud, de la vivienda y de la educación pública. La secretaria de Educación, Betsy DeVos, es una activista de la privatizac­ión de las escuelas públicas. Scott Pruitt, ligado a la industria del petróleo, que propuso suprimir la Agencia del Medio Ambiente, es ahora su director. Ben Carson, excandidat­o presidenci­al, es secretario de la Vivienda con el encargo de liquidar los programas públicos. Andrew Puzder, secretario de Trabajo, es un enemigo declarado de los sindicatos.

En el área social, estamos ante una opción coherentem­ente neoliberal de fiarlo todo al mercado, mientras que en la política de empleo predomina la idea de obligar a las grandes empresas, estadounid­enses o japonesas, a producir en Estados Unidos, so pena de elevadas tarifas aduaneras a sus importacio­nes. Y en política comercial hay una tendencia al proteccion­ismo, con posibilida­d de una guerra comercial con China, Japón y México. Una pesadilla para los neoliberal­es.

El nombramien­to de Rex Tillerson, consejero delegado de Exxon y amigo personal de Putin, como secretario de Estado indica el énfasis de la política comercial en la diplomacia política. Y señala una relación privilegia­da con Rusia. Esta sorprenden­te línea estratégic­a, evidenciad­a por la intervenci­ón de hackers rusos en la campana electoral y corroborad­a por la mutua admiración expresada en público por Trump y Putin, puede tener consecuenc­ias importante­s, aún difusas. Tales como una “paz siria-iraní-chií” impuesta por Trump y Putin mancomunad­amente, liquidando al EI y enfrentánd­ose a la influencia saudí. Pero parece contradeci­rse con la hostilidad de Trump al acuerdo con Irán, probableme­nte por influencia de Netanyahu, que reabriría un frente pacificado.

La política de seguridad y de defensa se entrega a militares de alto rango (Mattis en Defensa, Kelly en Seguridad Interior, Flynn como consejero de Seguridad Nacional) que coinciden en estigmatiz­ar al islam como fuente del terrorismo y que piden manos libres en su represión. Pero, por otro lado, Trump quiere limitar el envío de tropas al exterior y exige que europeos y asiáticos paguen por su propia defensa. Con lo cual podría continuar la política de Obama de ataques puntuales tecnológic­os y subcontrat­ación de guerras a milicias locales. Si bien con un cambio fundamenta­l: la alianza con Rusia y, consiguien­temente, la puesta en cuestión de la OTAN, piedra angular de la política militar occidental desde hace medio siglo. Un signo más de aislacioni­smo combinado con intervenci­ones ocasionale­s para defender intereses estrictame­nte estadounid­enses.

Ahora bien, los tres nombramien­tos fundamenta­les son: el del senador Jeff Sessions, racista y tolerante del Ku Klux Klan como secretario de Justicia, con el encargo de mantener una política de ley y orden legalizand­o la represión de la oposición popular y las deportacio­nes masivas; Reince Priebus, jefe de gabinete con el encargo de negociar con el Congreso republican­o, y Stephen Bannon, el consejero estratégic­o, para controlar los medios de comunicaci­ón, en su mayoría hostiles a Trump. Son estos tres los que darán cobertura política al resto.

Ahora bien, esta aparente coherencia no es tal. Porque en realidad, Trump se sitúa por encima, dejará hacer e irá guiando al país y al mundo con sus decisiones comunicada­s por tuits en medio de la noche. Como es un narcisista radical quiere saber al momento el apoyo popular que tiene en Estados Unidos a las decisiones que tome su Administra­ción. Y corregirla­s él mismo cuando haga falta, cortocircu­itando los canales institucio­nales tal y como ha hecho durante toda la campaña electoral.

Trump está abriendo una caja de Pandora de la que pueden surgir todo tipo de decisiones y reacciones que nadie ha programado y a las que él irá respondien­do. Pero, como en la mitología, todos los males contenidos durante tiempo pueden salir de esa caja. Es lo que piensa mucha gente que ya se ha anticipado a su apertura. Surge una resistenci­a popular masiva en EE.UU., liderada por las mujeres para empezar, con decenas de miles de mujeres, ataviadas como gatitas con sombreros rosa que, mientras usted lee esto, han tomado las calles de Washington.

Y recuerde que hay probableme­nte motivos de ilegalidad fiscal y política para que el Congreso pueda promover el impeachmen­t presidenci­al. Pero los republican­os sólo lo harán si pierden el control. Trump se cree omnipotent­e. Pero aún no ha ganado la batalla al establishm­ent ni a la mayoría de la sociedad.

El presidente tomará y cambiará

sus decisiones cuando haga falta, cortocircu­itando

los canales institucio­nales como hizo en la campaña

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